ENTREVISTA A EX-PRESAS POLÍTICAS

Una cultura de la solidaridad como estrategia de supervivencia

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Las compañeras Isabel Eckerl (Gordini), Adriana Chein (La Mono), Liliana Rossi (La Pluta), Silvia Asaro y Liliana Ortiz (Rezo), ex-presas políticas de Devoto, reflexionan sobre la experiencia de la cárcel durante la dictadura y su relación con las luchas feministas actuales. Historias de resistencia basadas en la solidaridad que hoy podemos definir como modos de resistencia feministas. Ante la derrota y la militarización de las cárceles comprendieron que la única manera de sobrevivir era de manera colectiva. Un diálogo para sostener la memoria histórica y tender un puente entre esas jóvenes militantes políticas de los ‘70 y la nueva generación que inundó las calles y nos transformó en una marea.

Cuando ustedes escribieron el libro “Nosotras: ex-presas políticas”, el feminismo todavía no tenía la masividad ni la centralidad de hoy, sin embargo ¿lo consideran un libro feminista?

Podríamos decir que sí, porque nosotras decidimos contar nuestra experiencia subjetiva, tal y como la vivimos. Empezamos a escribir en el 2000 y lo presentamos en el 2006. El período que va entre la idea original y la escritura fue un tiempo de recuperación y de resignificación de la experiencia, no era fácil hablar de lo que habíamos vivido. Posiblemente, si lo escribiéramos ahora sería otro libro. Cuando empezamos no sabíamos bien qué significaba esa escritura. Ahora, con esta ola feminista de los últimos años nos damos cuenta que este fenómeno que hoy tiene a los jóvenes como protagonistas se nutrió de generaciones previas que le fueron dando contexto o pretexto. 

Muchas estudiantes nos entrevistan para hacer tesis sobre la militancia de los ‘70, sobre todo en las organizaciones armadas, y siempre nos preguntan qué pasaba con nosotras dentro de esas organizaciones. Es difícil contestar esta cuestión desde la actualidad, porque creemos que hay que entenderla desde una perspectiva histórica de ese momento. En esa época, “el feminismo” era feminismo eurocentrista, blanco. Nosotras consideramos que era un feminismo que le hacía el juego al capitalismo y no lo veíamos como un movimiento de liberación. Pero si fuimos mujeres transgresoras, rompimos muchos patrones, cuestionamos los mandatos que se les habían impuesto a nuestras madres, desobedecimos las expectativas de lo que se esperaba de nosotras. En los ‘70 saltamos de la vida conservadora en la que nos habían criado al abismo, la política, la militancia, los cigarrillos negros, las pastillas anticonceptivas y el aborto.

Este fenómeno que hoy tiene a los jóvenes como protagonistas se nutrió de generaciones previas que le fueron dando contexto o pretexto

Si bien criticábamos al feminismo europeo es cierto que tuvo influencia en nuestras militancias. También tuvimos la influencia de los grandes movimientos populares, sindicales y de la lucha armada. Nos sumamos a ese proceso aportando nuestra mirada sobre el cuerpo, la relación con los varones -que estaba marcada por las diferencias y las desigualdades-, el amor libre, las relaciones fuera del matrimonio. Y ahí sí tomamos ideas del feminismo de Europa, leímos a Simone de Beauvoir. Pero lo que más nos marcó fue la militancia política. Leíamos y analizábamos lo que pasaba en el mundo y nos preguntábamos cuál era el lugar para nosotras, y eso pasó en todo el país, aunque estuviéramos en pequeñas ciudades del sur o del norte, fue un chispazo que encendió la llama de la militancia política. Si lo analizamos en términos de los roles que las mujeres teníamos en las organizaciones políticas, eran bastante tradicionales, reproducían la división sexual del trabajo. Hablábamos del “hombre nuevo” y nos incluimos ahí, aceptando el genérico, no nos planteamos esas cosas que hoy nos preguntamos. Si bien se discutía, aún en las organizaciones armadas, la distribución de tareas, nosotras terminábamos siempre ocupándonos de las cuestiones domésticas. Podíamos andar armadas, tener entrenamiento militar, pero las condiciones eran de desigualdad en relación con los varones ya que muy pocas compañeras llegaban a la conducción. Sin embargo, en esa época no se nos ocurría plantear que ese tipo no podía estar en la conducción porque era machista o violento. Pero eso fue durante la militancia, después vino la cárcel y esa fue otra escuela.

¿Cómo fue el tránsito de la militancia a la cárcel?

Cuando caímos presas, casi todas nosotras éramos muy jóvenes, había incluso una compañera a la que le festejamos los 15 en la cárcel. Las viejas, como les decíamos, eran compañeras de 50 años. No éramos ingenuas y cuando decidimos militar sabíamos que corríamos riesgos y que podíamos perder la vida. Nuestra militancia orgánica duró poco tiempo, 2 o 3 años. La verdadera militancia y la construcción colectiva fue adentro, incluso nuestra formación política intelectual fue ya estando presas. En el ‘74 había unas pocas presas políticas, después fuimos llegando más. Las primeras que habían llegado habían aprendido toda la estrategia comunicacional de las presas usando las letrinas, con códigos de los golpes en las paredes, que después nosotras fuimos perfeccionando. Teníamos una disciplina militante, a las 6 nos levantamos a hacer gimnasia mientras una compañera se quedaba vigilando para que no nos agarre la bicha. Después el desayuno y las clases de formación política, descanso, entretenimiento, todo estaba pautado y organizado colectivamente.

Aplicamos la lógica de la militancia a la vida en la cárcel. Era una práctica social comunitaria que se nos hizo carne, era algo que nos salía espontáneamente, protestar contra el maltrato a la otra. Siempre éramos nosotras, aun cuando nos mandaban a las chanchas, que eran las celdas de castigo donde estábamos solas, aun ahí sabíamos que había cientos de compañeras con nosotras. Fue tan fuerte el vínculo colectivo que cuando salimos en libertad era difícil volver a ser una en soledad. Especialmente las que salieron cuando todavía había represión, era el miedo y el dolor de ver la derrota que adentro imaginamos, pero que no habíamos visto.

¿Cómo fue vivir la dictadura dentro de la cárcel?

A la Cárcel de Devoto se la conocía como una cárcel vidriera, porque era un penal que estaba preparado para mostrar a los Organismos Internacionales de Derechos Humanos cuando venían de inspección. También se decía que tenía un régimen más blando que otras cárceles para presas políticas. Pero a partir del golpe cívico militar, Devoto fue militarizado y cuando empezamos a llegar en grandes cantidades nos recibían diciéndonos que de ahí íbamos a salir muertas o locas. Y eso era algo que nos hacían sentir todos los días. Por eso tuvimos que organizar una rutina que nos permitiera resistir. En los primeros años el objetivo era escaparnos para sumarnos a la lucha, después fue para pasar a la resistencia para llegar al mañana. Al final, fue sobrevivir y ahí nos dimos cuenta que la única manera de hacerlo era la solidaridad, cuidarnos unas a las otras. Nos cuidabamos como podíamos y no era fácil, porque vivimos encerradas cuatro mujeres en una celda minúscula las 24 horas al día. Pero ahí también se crean vínculos más fuertes, de solidaridad, de darnos consejos, acompañarnos. Hay una cosa fundamental en la construcción del colectivo y es que aprendimos a valorarnos cada una por lo que podía dar y lo que era. Eso también fue una ruptura, porque en la militancia teníamos mucho “deber ser”, mucho mandato. Teníamos que ser las mejores, las heroicas, los valientes. Teníamos que ser el ejemplo, la mejor militante, la mejor trabajadora. En la cárcel eso entra en crisis, cada una fue aportando lo que podía dar. Como en el El Eternauta, nos dimos cuenta de que el héroe era colectivo. Cuando una siente que aporta lo que es y puede, se siente contenta, y eso permite mantener la salud mental que también es colectiva, por eso siempre hablamos de nosotras. Por eso todas las tareas y responsabilidades se organizaban según las capacidades de cada una. Había compañeras que se ocupaban del economato y eran las que gestionaban las finanzas que eran comunes, todas aportamos lo que recibiamos y ellas lo gestionaban según las prioridades y necesidades. Otras compañeras se ocupaban de las actividades culturales y organizaban obras de teatro, programas de radio que transmitiamos a través de los caños de los inodoros y al que sintonizaban todos los pisos. Cuando nos acordamos nos reímos mucho, porque entrabas a una celda y veías una mina con la cabeza en el inodoro retransmitiendo el programa a las otras tres presas. Como todo esto estaba prohibido, era muy común que nos descubrieran y terminamos castigadas. Pero no nos importaba, nosotras seguiamos organizadas, haciendo actividades, tomando clases de gimnasia, estudiando los clásicos.

Como en El Eternauta, nos dimos cuenta de que el héroe era colectivo. Cuando una siente que aporta lo que es y puede, se siente contenta, y eso permite mantener la salud mental que también es colectiva

¿Cómo hicieron en un régimen tan duro para mantenerse organizadas y conectadas?

Nosotras teníamos toda una red de comunicación, usábamos lo que encontrábamos, las cañerías por las que pasamos hilos con mensajes atados, ese era la paloma acuática o piraña. Había una compañera que calculó los metros que había entre los distintos pisos para saber el largo de los hilos. En esa precariedad también había mucho teléfono descompuesto, cuando nos dábamos cuenta nos matábamos de risa, nunca nos reímos tanto como cuando estuvimos presas. Compartíamos las pequeñas alegrías de una manera muy intensa, y siempre nos castigaban y nos sacaban el recreo. Porque los militares sancionaban todo, a veces dormíamos juntas porque hacía frío y nos castigaban. Cuando tu familia te mandaban fotos de tu hijo o tu hija venía con el sello de censura en medio de la cara. Todo era para destruirnos y quebrarnos. Pero nosotras no nos rendíamos y desplegamos nuestras capacidades, usábamos lo que teníamos, nuestra cabeza y nuestro cuerpo eran el territorio de resistencia, creábamos vida cada día. Usábamos el cuerpo, nuestros orificios para esconder los libros, que eran textos escritos en letra minúscula y que enrollamos, envolvíamos en plástico y metíamos dentro de la vagina. Por suerte éramos muy jóvenes y nunca nos enfermamos. Aún en las peores condiciones estudiamos, hacíamos ejercicios y nos divertíamos, teníamos momentos de alegría y era siempre colectiva.

 

¿Y cómo era la relación entre el adentro y el afuera?

La relación con el afuera era a través de las familias y ellas también fueron parte de esta construcción colectiva. Compartíamos todo lo que vivíamos como madres, mujeres, hijas, compañeras. Muchas de nosotras tuvimos familiares muertos o desaparecidos, teníamos la vivencia de que esto que nos pasaba nos afectaba a todas por igual, todo era colectivo, lo que le pasaba a una lo sentíamos todas.

Muchas compañeras tenían a su vez familiares presos o sus familias vivían muy lejos y no disponían de los recursos para viajar regularmente y por eso las familias también se ayudaban entre sí, los que podían venir traían cosas de los que no podían y se llevaban encargos. Hacíamos regalos para cada hijo de cada compañera porque los hijos eran de todas, éramos todas tías. Nos ayudamos de muchas maneras, también escribiendo una carta cuando a alguna le faltaban las palabras o no sabíamos qué decir.

Algunas de ustedes fueron detenidas embarazadas o tenían hijos, ¿cómo se organizó la cuestión del cuidado?

El cuidado de los hijos, como en tantos ámbitos de la vida, quedaba en mano de las mujeres, pero las mujeres que estábamos presas veíamos a la crianza como parte de nuestra resistencia desobediente, nuestros hijxs eran de todxs, no nos pertenecían. Eso a veces nuestras familias biológicas no lo entienden, no entienden que para nosotras no había sujeto individual, que teníamos una familia más grande que ellos. Es como cuando las Madres de Plaza de Mayo se dan cuenta que tienen que salir a pedir por todxs los hijxs. Pero también con muchas de nuestras propias madres pudimos generar redes de solidaridad entre el interior y el exterior con ellas. Las madres se prestaban las enaguas, las medias, cuando las mujeres del interior necesitaban entrar con enagua ya que era obligatorio. Después las mismas madres se organizaron para que todas pudieran entrar, tener dinero para viajar, casa para dormir. Nuestras madres fueron más valientes que nuestros padres; ellas con nosotras también rompieron mandatos. Salieron a buscarnos y allí también cambiaron, y ellas también eran muy jóvenes, más jóvenes de lo que nosotras somos ahora.

Las mujeres que estábamos presas veíamos a la crianza como parte de nuestra resistencia desobediente, nuestros hijxs eran de todxs, no nos pertenecían

¿Qué relación encuentran entre la violencia de la cárcel y la violencia contra las mujeres?

Hay dos momentos en la privación de la libertad que sufrimos nosotras: nos torturaron como objetos sexuales, nos manoseaban, la dictadura fue la exacerbación del patriarcado machista. Después cuando llegamos a Devoto éramos mujeres presas que podían mostrarse a los Organismos Internacionales de Derechos Humanos, nuestros cuerpos estaban a disposición a pesar de que estábamos legales ya sea porque habíamos caído antes del golpe o habíamos pasado a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Pero más allá de que tenía las celdas recién pintadas, el régimen de Devoto fue un régimen militar y represivo. Sin embargo, hay que reconocer que nosotras éramos una población carcelaria muy disruptiva, rompimos todos los moldes, éramos pendejas, muchas ya habíamos tenido hijos, andábamos armadas y éramos capaces de cagarlos a tiros y aún en las condiciones más duras del encierro no lograron someternos, estábamos siempre resistiendo, no importaba cuánto nos castigaran.

¿Cómo resolvieron durante la prisión los problemas de salud?

Ahora, después de todo este tiempo, nos damos cuenta queteníamos un gran desconocimiento de nuestros cuerpos y además había una idea de que tener problemas era un signo de debilidad y nosotras estábamos completamente dedicadas a resistir. Además acceder a la atención médica en la cárcel era difícil y de muy mala calidad. Hubo una compañera incluso que murió por negligencia médica, tuvo un ataque de asma y se murió sin que hicieran nada. Si nos daban valium lo guardabamos para alguna compañera que no podía dormir o estaba estresada. Del dentista ni hablar, lo único que hacía era sacar muelas sin anestesia. Lo que pasa es que por mucho tiempo nosotras también relativizamos y naturalizamos la violencia. Uno de los proyectos que tenemos es hacer un registro de las compañeras fallecidas en los últimos años y analizar si existe alguna relación entre la patología y la experiencia carcelaria.

Recientemente organizaron un encuentro en el Hotel Bauen, ¿creen que el feminismo tiene algo que ver con esa reunión de cerca de 400 mujeres después de tantos años?

Sí, seguramente. Fue muy fuerte encontranos y todavía seguimos recuperando historias y memorias. Había compañeras por ejemplo que eran las que transmitían las noticias, conocíamos sus voces pero nunca las habíamos visto ni nos habíamos abrazado. También hubo muchas ausencias pero sobre todo alegría de encontrarnos otra vez, salimos vivas y enteras. No pudieron con nosotras.

· Agostina Finielli y Carlota Ramírez ·

Agostina y Carlota «Ronderas feministas».