Los documentos médicos más antiguos descubiertos hasta la actualidad son los papiros egipcios. Uno de ellos, el de Lahun -que data del año 1800 a.C.,-consiste en apuntes relacionados a temas ginecológicos y del comportamiento de las mujeres. En el mismo se describe el malestar “femenino” como una mala posición de lo que define como “matriz”, desde no querer levantarse de la cama hasta problemas odontológicos, musculares y oculares, quedando todo lo referente a la salud de las mujeres supeditado a los caprichos de sus órganos reproductivos.
A pesar de los avances en conocimientos médicos a lo largo de los años, la idea de asociar a la mujer, usuaria del sistema de salud, como víctima de sus ciclos hormonales y reproductivos, continúa vigente en gran parte del imaginario colectivo. Los y las profesionales de la salud no escapamos a esta concepción y hemos desarrollado una lógica androcéntrica en nuestra práctica, poniendo al hombre como sujeto de referencia, junto con la idea de una constitución femenina naturalmente débil y susceptible mentalmente. Dicha lógica reduccionista comienza a forjarse a partir de la formación y continúa desarrollándose en los servicios de atención primaria y urgencias, dando como resultado el ejercicio de violencia por parte del propio sistema sanitario.
Un claro y bastante estudiado ejemplo de esta invisibilización1 se encuentra en la mortalidad por cardiopatía coronaria; si bien las tasas son más altas en los hombres, las mujeres tienen una mayor mortalidad tras un primer infarto de miocardio debido a que llegan más tarde a la consulta y no se propician métodos diagnósticos y tratamientos con la misma velocidad e intensidad. Se habla de los cuadros clínicos en mujeres como presentaciones “atípicas”, es decir, el conjunto de signos y síntomas que se presentan con menos frecuencia en los grupos tomados como referencia, en su mayoría varones. Al momento de la consulta se indagarán, en primer lugar, los llamados síntomas “típicos”, los de presentación habitual en hombres. En Argentina las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte en la mujer; 32% muere a causa de un problema cardíaco mientras que solo un 6% fallece por cáncer ginecológico, lo que equivale a una muerte cada once minutos. El riesgo de subdiagnóstico en mujeres tiene múltiples causas pero todas están atravesadas por una falta de perspectiva de género. Las políticas de prevención orientadas específicamente a mujeres están, en su mayoría, relacionadas con patologías del aparato reproductivo en consonancia con el rol gestante que nos fue tradicionalmente asignado.
La concepción de la mujer como sujeto susceptible de inestabilidad emocional también genera un sobrediagnóstico en la esfera de salud mental, sin poder observar la realidad de la usuaria del sistema de salud de manera integral. Un estudio realizado en el Hospital Álvarez2 en un grupo de víctimas de violencia de género, refleja que el 97% de las mujeres consumía psicofármacos y había demorado un promedio de once años en reconocer que estaba atravesando una situación de violencia y denunciarla. Es decir, al concurrir a un efector de salud, se las había medicalizado como primer respuesta, dejando en evidencia la falta de sensibilización y de herramientas de los o las profesionales en la detección temprana de situaciones de violencia de género. No es poco habitual que al ingresar a un servicio de urgencias, una mujer con una variedad de síntomas inespecíficos sea catalogada inicialmente como “H”, en relación con los cuadros observados en la histeria del psicoanálisis que ocurrían solamente en mujeres. En este sentido, que el primer diagnóstico sea psiquiátrico, obtura la búsqueda de otras posibles causas de los síntomas e invisibiliza y retrasa el diagnóstico de otros procesos posibles y con peor pronóstico.
En complemento, un informe realizado por la Unidad de Seguimiento de Políticas Públicas de Adicciones da cuenta de que en Argentina el 16,7% de la población alguna vez en su vida usó tranquilizantes y ansiolíticos, en una proporción mayor las mujeres (21,4%) que los varones (12%). El uso fue bajo prescripción médica en el 84,2%. Esta modalidad fue mayor entre las mujeres, en tanto que un 20% de los varones los usó sin prescripción.Todo parece indicar que, en nuestro país, las mujeres consumen psicofármacos mayoritariamente porque le son recetados en general por profesionales de clínica general, aunque también existe una visible preferencia de las y los psiquiatras por recetarlos a las mujeres en mayor proporción que a los hombres.
La concepción de la mujer como sujeto susceptible de inestabilidad emocional genera un sobrediagnóstico en la esfera de salud mental; que el primer diagnóstico sea psiquiátrico obtura la búsqueda de otras posibles causas de los síntomas y retrasa el diagnóstico.
Es fundamental visibilizar el género en las investigaciones de salud para que puedan mostrar el impacto diferencial de la atención de salud de acuerdo a la identidad de género. Algunos estudios hacen alusión al término “sesgo de género” que consiste en considerar que, más allá del aspecto reproductivo, las diferencias en la salud-enfermedad entre varones y mujeres no existen o son irrelevantes. Por ello es necesaria una perspectiva transversal de género, lo cual implica su inclusión en la formación, investigación y práctica médica con una mirada que desnaturalice los preconceptos asociados a diagnósticos y enfermedades signadas por características específicas del género de la persona. Cuando hablamos de desigualdades de género nos referimos al acceso diferencial de mujeres y hombres a cuidados integrales de salud; estas suelen comenzar en la formación de conocimiento científico. Las mujeres fueron excluidas sistemáticamente en investigaciones biomédicas, sin embargo, se aplican a ellas los resultados obtenidos en varones. Las razones de esa omisión son, entre otras, que el ciclo menstrual introduce una variable de confusión y los temores de comprometer la fecundidad.
En consonancia con lo antedicho, solo un cuarto de los cargos directivos en instituciones académicas están ocupados por mujeres; el acceso a los puestos jerárquicos en la toma de decisiones por parte de mujeres o personas no binarias también es un indicador de este desbalance al momento de formar o construir opiniones que tienen un efecto directo en la calidad y acceso a la salud de la población. Modificar esta realidad tan fuertemente arraigada requiere la introducción de la perspectiva de género de una manera transversal, desde la formación de los profesionales de la salud hasta el abordaje institucional y la elaboración de conocimiento, con el fin de garantizar que toda la población pueda acceder a cuidados de salud integrales con equidad y calidad.
· Laura Reale ·
Es médica especialista en Psiquiatría y especialista en Estadísticas para Ciencias de la Salud. Se desempeña como docente de Psiquiatría en la Universidad de Buenos Aires.