HISTORIA DE LA FEMINIZACIÓN DE LAS PROFESIONES DE SALUD

De antiguas prácticas a modernas profesiones

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Las mujeres siempre hemos sido sanadoras. Fueron mujeres quienes atendían partos, practicaban abortos, quienes con sus cultivos de hierbas medicinales calmaban dolores de todo tipo. Transmitían sus experiencias de madres a hijas, de vecina a vecina. Durante siglos fueron médicas sin título. Aunque eran denostadas por las autoridades, la gente del pueblo las reivindicaba y consideraba sabias.

Desde sus orígenes, la medicina patriarcal intentó combatir a las mujeres sanadoras cuestionando la popularidad que se habían ganado entre el pueblo; a esta lucha se sumó la Iglesia, que a través de su manual Malleus Maleficarum, difundido por la Inquisición para reconocer a las brujas, ordenó perseguir tenazmente a las sanadoras, quienes practicaban la “magia blanca”, ya que “no es de buen cristiano querer aliviar los dolores del cuerpo: para eso la Iglesia tiene sus oraciones” y en todo caso la enfermedad era considerada castigo de Dios por los pecados de la humanidad.

A comienzos del siglo XV surgió en Occidente  una medicina de hombres, quienes comenzaron a ejercer su poder a partir de un saber hermético, incorporado a las recién creadas universidades y de difícil comprensión para el pueblo. Las mujeres fuimos excluidas de las carreras profesionales, relegadas al mundo doméstico, confinadas al hogar y la familia.

 

Las mujeres fuimos excluidas de las carreras profesionales, relegadas al mundo doméstico, confinadas al hogar y la familia.

 

Esta situación comenzará a cambiar hacia mediados del siglo XIX cuando a partir de las ideas surgidas de las revoluciones burguesas, inicia un cuestionamiento de las representaciones de género consolidadas desde la antigüedad. En la práctica, la creciente urbanización y los avances del sistema industrial, provocaron nuevas configuraciones y nuevos actores sociales que facilitaron la inclusión activa de las mujeres. Sin embargo no fue sin resistencias que las mujeres se abrieron paso en la recuperación de espacios de visibilidad. Con argumentos que nos adjudicaban una esencia abnegada, alto compromiso vocacional y altruismo sin límites, las ciencias de la salud permitieron insertarnos en espacios públicos aunque en tareas auxiliares o subordinadas.

Mujeres y partos

Mucho antes de que hubiera registros históricos, eran mujeres las que ayudaban a otras durante el embarazo, parto y puerperio. Lo que mucho más tarde se convertiría en profesión, fue una actividad natural, para la cual el latín adjudicó nombres que dan cuenta del carácter de acompañamiento y de empatía que manifestaban estas prácticas. Por ejemplo, obstetrix deriva del verbo obstare, estar al lado de; comadrona refiere al título de co-madre, o sea colabora en su mismo nivel; matrona impone cierta autoridad, ya que en Roma era la transmisora de valores.

Esta situación se prolongó durante siglos tanto en Europa como en América: los partos se realizaban en los hogares atendidos por mujeres del pueblo, en una proporción tan extendida que aun frente a los primeros intentos de consolidar las profesiones patriarcales que configuraron la medicina moderna, la práctica de la Obstetricia demoró mucho más en devenir una profesión masculina.

La situación en Argentina

Durante los primeros tiempos de la época independiente, al fundarse la Universidad de Buenos Aires (UBA), empezó a funcionar una Escuela de Parteras que comprendía tres años de estudio con enseñanza sobre cadáveres. Una de las materias de la carrera era Fisiología del útero en la pubertad, lo que podría ser prueba de la gran cantidad de embarazos adolescentes de la época: recordemos que las mujeres tenían como función vital ser reproductoras, se casaban muy jóvenes  y toda su vida era una sucesión de embarazos y partos, siendo muy alto el número de muertes en relación con estos. El Director de la Escuela de Partos era el médico de la Policía y en un informe de 1824 describe a sus alumnas como “docena o docena y media de mujeres viejas, desaseadas, entrometidas, ignorantes y analfabetas”, estigmas que se repetían en todo el mundo en relación a las sanadoras tradicionales, contra los cuales vendría a imponerse la profesionalización a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Las parteras estaban oficialmente autorizadas a atender solo los partos naturales. Aquellos que exigían intervenciones debían ser atendidos por médicos. Las cesáreas no eran todavía una opción pero se practicaban en embarazadas fallecidas. Lo primero era certificar la muerte de la mujer. Párrocos y funcionarios judiciales no debían permitir el sepelio de mujeres embarazadas sin que antes no se hubiese practicado la cesárea. Una vez extraído el feto no era necesario enterrar a la madre con suturas cuidadas: “Se pondrán en contacto los bordes de las heridas y se aplicará una toalla moderadamente ajustada.” 

Fotografía: Archivo General de la Nación

A partir del descubrimiento de la anestesia y de la asepsia, fruto del tardíamente valorado aporte de Semmelweiss, los partos redujeron su sino trágico. En Buenos Aires se creó una Escuela de Parteras dependiente de la Facultad de Medicina de la UBA en 1862, que se convirtió en 1891 en la Escuela Nacional de Parteras, integrada con la maternidad Pedro Pardo. Con alto grado de conciencia gremial, en 1901 las parteras crearon la Asociación Obstétrica Nacional, cuya primera presidenta honoraria fue la doctora Cecilia Grierson. Entre sus fines destacan el logro del reconocimiento gremial, profesional, científico, así como el afianzamiento moral y económico de la profesión y la defensa de la ética profesional.

 

Con alto grado de conciencia gremial, en 1901 las parteras crearon la Asociación Obstétrica Nacional, cuya primera presidenta honoraria fue la doctora Cecilia Grierson. Entre sus fines destacan el logro del reconocimiento gremial, profesional, científico, así como el afianzamiento moral y económico de la profesión y la defensa de la ética profesional.

 

Resumiendo, fue un largo camino de luchas para una profesión que siempre tuvo sobre los partos una mirada humanizada y que ciertamente puso en práctica lo que hoy llamaríamos atención primaria al integrar embarazo, parto y puerperio en diferentes escenarios.

Profesionalización de la enfermería

Durante el siglo XIX los Estados americanos buscaron recortar las funciones que la Iglesia había desempeñado durante la colonia. Al desplazar al personal religioso de los hospitales, se produjo un vacío de recursos humanos que vendría a cubrir la enfermera laica y profesional. Las crisis sanitarias generadas a raíz de las epidemias siempre presentes y las míseras condiciones de vida de los inmigrantes demandaban una respuesta inmediata. En ese contexto Cecilia Grierson, todavía estudiante de medicina, fundó la primera escuela de enfermeras en el Círculo Médico y en 1892 fue incorporada oficialmente a la Municipalidad de Buenos Aires, con carácter gratuito, laico y público. La fundación de la escuela generó controversias en el ámbito hospitalario: estas mujeres con instrumentos técnicos en su haber resultaban amenazantes para la hegemonía absoluta del médico. Ya no se trataba de conducir un hospital donde el personal fuera analfabeto sino de compartir espacio con estas nuevas trabajadoras. El editorial, centrado en la figura de Grierson, de un periódico de la época resume la resistencia a la que debieron enfrentarse: “Nuestras legiones aumentan, mal de grado de los tontos que en la dignificación de la mujer encuentran un paso atentatorio a su categoría de mandones y sin medir bien sus propios intereses, quieren que el sexo débil sea únicamente consumidor, representando en la familia el triste papel de protegida.”

 

La fundación de la escuela generó controversias en el ámbito hospitalario: estas mujeres con instrumentos técnicos en su haber resultaban amenazantes para la hegemonía absoluta del médico.

 

De esta manera, ingresar al mercado laboral con reconocimiento por parte de la sociedad y posibilidades de progreso profesional, significó un horizonte de expectativas superadoras para miles de mujeres.

Las primeras médicas

Fueron pioneras aquellas que tuvieron que luchar para acceder a las aulas universitarias y luego insertarse profesionalmente. Rescatamos un puñado de figuras que dan cuenta de su compromiso con el género al llevar su actividad a dimensiones políticas. En ellas vemos hecho realidad el lema feminista “lo personal es político”.

Cecilia Grierson, la primera mujer en recibirse de médica en Argentina en 1889,  logró ingresar a la Facultad de Medicina luego de un largo proceso judicial que culminó en un fallo de la Corte Suprema de Justicia. En 1892 colaboró en la primera cesárea en el país. Sin embargo, al presentarse como profesora sustituta en la cátedra de Obstetricia para parteras, el concurso se declaró desierto: su condición de mujer hizo que se le negara un cargo docente en la universidad. En 1899 fue Vicepresidenta del Congreso Internacional de Mujeres en Londres; a su regreso al año siguiente, fundó el Consejo Nacional de Mujeres y en 1910 fue organizadora del Primer Congreso Femenino Internacional en Buenos Aires, importantísima reunión de 185 participantes de distintos países que buscó vincular a las mujeres de todas las clases sociales en una defensa a la educación femenina y al rechazo de los prejuicios que históricamente nos oprimían.

Fotografía: Universidad Nacional de Quilmes Editorial

Elvira Rawson egresó en 1892, militó activamente en la UCR y fundó el Primer Centro Feminista, desde donde demandó la igualdad de derechos civiles y políticos.

Teresa Ratto egresó en 1903 y tal vez por haber muerto a los 29 años es poco recordada. Fue la primera mujer en egresar como bachiller y la primera médica entrerriana. Formó parte del Centro de Estudiantes de Medicina, muy activa en la lucha contra las epidemias de la época. Fue Jefa de Vacunación de la Asistencia Pública.

Petrona Eyle, hija de colonos suizos radicados en Baradero, se había recibido de médica en Suiza en 1891 y al volver revalidó su título en la UBA. Fundó la Liga contra la Trata de Blancas en defensa de las víctimas de ese tráfico aberrante que asolaba al país.

Julieta Lanteri, graduada en 1907, fue la primera mujer en ejercer el sufragio, votando en las elecciones municipales de 1911. Años después se presentó como candidata a diputada, llevando como propuestas el otorgamiento de licencias por maternidad a las mujeres trabajadoras, subsidio por hijo e igualdad entre hijos legítimos y extramatrimoniales. Fundó el Partido Feminista Nacional. Luchó hasta su muerte, un dudoso accidente callejero, por la conquista del voto femenino.

Mencionar a estas pioneras no pretende dejar de lado a todas las anónimas trabajadoras de salud que, ya sea como médicas, parteras o enfermeras, rompieron en su tiempo con los roles asignados por una sociedad que les negaba todo derecho; al profesionalizarse en este campo, recuperaron y resignificaron antiguas prácticas que desde tiempos remotos las habían tenido como protagonistas.

 

· Laura Sacchetti · 

Docente e investigadora de la Universidad Nacional de las Artes. Miembro del Centro de investigación y producción Cultura, Arte y Género y de la Asociación Civil El Ágora.