No ausentarnos del dolor del mundo

Foto: Argentina.gob.ar

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El programa de salud para ex combatientes de Moreno, creado en 1997, fue una iniciativa que marcó un antes y un después en relación al tratamiento de los veteranos de guerra. También fue y sigue siendo un programa de salud mental que busca acompañar en el tratamiento del trauma, en la reinserción social y en el reconocimiento de los veteranos, que fueron silenciados durante muchos años.

Dedicado a la Dra. Irene Samzol.

Nuestra Post-Guerra

La guerra de Malvinas se desarrolló entre el 02 de abril y el 14 de junio de 1982. De 10.000 hombres que fueron enviados a combatir, 649 murieron,quedaron en el mar o en las Islas, otros volvieron y muy pocos regresaron. El “no regresar” es propio de la temática del trauma, “patria extranjera a la cual siempre sigo volviendo”1. A falta de datos certeros y siguiendo los cálculos de diferentes agrupaciones de veteranos, estimamos que hubo más de 400 suicidios desde el 15 de junio de 1982 en adelante.

La dictadura cívico militar, en ese momento encabezada por el general Galtieri, había invadido las islas con la esperanza de perpetuarse en el poder y de aquietar el frente de conflicto interno. El terrorismo de Estado ya había producido el grueso de los 30.000 desaparecidos y 500.000 exiliados. La implementación de las políticas neoliberales de los “Chicago boys” había logrado aumentar la deuda externa de 7.800 a 43.600 millones de dólares y la pobreza del 4,4 al 37%. Nunca había habido una transferencia de ingreso tan violenta y abrupta en defensa de los sectores más concentrados de la economía. La desocupación y la pérdida del poder adquisitivo del salario, sumadas a la violación sistemática de los derechos humanos, habían derivado en una combatividad del movimiento obrero organizado y de los partidos políticos. La calamitosa y rápida derrota en el Atlántico Sur marcó un punto sin retorno para el régimen y desencadenó un proceso que concluiría con las elecciones de octubre de 1983 y la asunción de Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de ese año.

Las autoridades militares se dedicaron a escamotear la verdad de la guerra, a mutilarla, anulando lo épico de la acción de nuestros soldados. La post-guerra comenzó con una operación que incluyó la invisibilización y la prohibición a los ex combatientes de hablar de lo que habían vivido en las islas y de lo que estaban viviendo en ese momento2. “Llevé la solicitud de trabajo al correo”, narraba tiempo después un veterano, “la chica me dijo<<no gastes más plata en viajes porque tenemos órdenes de tirar todas las solicitudes de trabajo de los excombatientes>>”. El rechazo que experimentaban también provenía de la propia comunidad, como evidencia este otro testimonio: “Venía para el centro, me tomé el colectivo y me tiré en el asiento de atrás (…). Sube un vecino mío que me conocía de chico, me ve y en voz alta dice <<miren la pinta que tiene, con gente así, como no íbamos a perder la guerra>>; no te puedo decir cómo me sentí, el último de los hombres en el mundo.

El terrorismo de Estado había contaminado la guerra y la “desmalvinización” que le siguió; se trataba de asesinar la memoria. Eso, sumado al desconcierto que produjo al Estado la irrupción de una nueva figura, la del veterano de guerra, hizo que el abordaje específico desde la salud tardase 15 años en terminar de definirse.

En este trabajo se intentará recuperar una experiencia que se viene sosteniendo en este campo en el partido de Moreno, provincia de Buenos Aires, desde 1997.

La post-guerra comenzó con una operación que incluyó la invisibilización y la prohibición a los ex combatientes de hablar de lo que habían vivido en las islas y de lo que estaban viviendo en ese momento.

La salud de los ex combatientes

El cuidado de la salud de los veteranos fue un tema presente desde el inicio mismo de la posguerra. La dictadura abrió una cantidad importante de oficinas “de Malvinas” en dependencias del ejército repartidas por todo el país que, como otras tantas cosas que intentó, fracasaron en su intento de brindar reconocimiento y atención a quienes habían participado de la guerra, especialmente a la enorme mayoría de civiles que estuvieron allí en calidad de conscriptos. En 1984, el recién estrenado Congreso aprobó la Ley 23.109, que establece “prioridad” respecto a vivienda, trabajo, educación y salud. Sin embargo, su reglamentación por parte del Poder Ejecutivo tuvo que esperar hasta 1988 y, aún así, siguió sin implementarse3.

Tanto el dispositivo fallido de la dictadura como los mecanismos que creaba la ley se centraban en la atención de la enfermedad y en una posible reparación monetaria; a la vez que dejaban de lado cualquier mención de la salud o de la prevención. En 1990, en el marco de las reformas neoliberales del menemismo e insertándose en una ola de políticas sociales focalizadas, la Administración Nacional del Seguro de Salud (ANSSAL) resolvió garantizar la cobertura de salud a los veteranos y a las familias de los caídos en combate.. Sin embargo, recién en 1997 terminó de consolidarse la forma de cobertura en salud de los veteranos, repartida entre el PAMI y la Secretaría de Desarrollo Social de la Nación. En ese marco surge la experiencia de Moreno.

El programa de salud para ex combatientes de Moreno

Los ex combatientes comenzaron a juntarse a mediados de la década de 1990 y finalmente formaron la UCIM (Unión de Ex Combatientes de las Islas Malvinas), organización territorial que se constituyó como una comunidad fraterna recortada frente a la indiferencia del OTRO SOCIAL. Fue a través de esta institución que se logró en la provincia de Buenos Aires el desarrollo de un programa de atención a la salud del ex combatiente.

Los que siguieron fueron años de una larga travesía sin tregua, donde la soledad y el aislamiento no lograron atenuarse. No había un discurso social que operara como pantalla a las heridas abiertas en el alma, ya que no había un reconocimiento por parte de la sociedad de la verdadera dimensión que había tenido Malvinas. De hecho, en esta etapa sucede la mayor cantidad de suicidios: los excombatientes calcularon cerca de 400. Para los veteranos los únicos héroes eran los que habían caído en el Atlántico Sur. La heroicidad, el brillo, estaba del lado de la muerte y los que volvieron pero no regresaron estaban en el limbo, re-experimentando en las pesadillas y en vigilia la locura de la guerra. Muchos pensaron que la mejor cura era volver a estar con sus compañeros muertos y obtener el brillo que les correspondía, ya que en el mundo de los vivos sus voces no eran escuchadas.

En la localidad de Moreno, para ese entonces, el Secretario de Salud era el Dr. Morello, que apoyó con mucho entusiasmo el nacimiento del programa. El Dr. Bormioli como Subsecretario de Atención Primaria me invitó a participar activamente con la coordinación de Salud Mental.

El objetivo del programa fue la producción de un lugar donde el excombatiente iba a ser escuchado y, por lo tanto, su testimonio tendría valor de verdad. Además del trabajo clínico específico se buscó promover la articulación de los veteranos con la sociedad. Los excombatientes se convirtieron en docentes y comenzaron a transmitir con su testimonio los acontecimientos de la guerra, así como sus dificultades para integrarse en la trama comunitaria. Estas actividades tenían enormes efectos terapéuticos ya que su palabra era escuchada en contextos institucionales y barriales. Se pudo perforar el tejido social, hasta ese momento muy reactivo, para producir un nuevo lazo entre la sociedad y los veteranos de Malvinas. La Dra. Irene Samzol, médica clínica del programa decía: “queremos que los excombatientes se integren en el corazón del pueblo argentino en condición de héroes vivos, y también que dejen de hacer suya una derrota que no les corresponde”.

El programa comenzó con dos acciones complementarias: una capacitación que dictaban expertos estadounidenses en el síndrome de estrés post-traumático junto a veteranos de la guerra de Vietnam, y un catastro de salud para los 126 excombatientes que vivían en Moreno.

Los pacientes llegaban totalmente desconfiados, agresivos “¿Ahora se acuerdan?”, reclamaban. Habían pasado 15 años. Llegaban en racimos, en grupos de varios, no podían esperar, no lo toleraban. Muchos manifestaron que no habían hablado con nadie desde la guerra y otros que cuando habían consultado en los hospitales militares se habían sentido maltratados, y que por eso no acudieron más al sistema de salud. Se sentían incomprendidos: “ yo me puse a llorar y el médico se fue a fumar”.

Concurrieron a la evaluación clínica psicológica 96 de un total de 126 pacientes en el distrito y la misma fue realizada por una médica clínica y una psicóloga, quienes en algunos casos derivaban a otros especialistas. Este espacio fue íntegramente coordinado y gestionado por los facilitadores.

Las conclusiones arrojadas por del examen psicofísico determinaron la presencia de múltiples síntomas vinculados a la ansiedad y angustia, afecciones del aparato locomotor (lumbalgia crónica) y llamaron la atención las dolencias en piernas y pies, en especial con el frío, sin hallazgos físicos que los justifiquen. También se encontró un consumo generalizado de tabaco y alcohol.

Durante la consulta se les explicaba a los pacientes su situación subjetiva y se los invitaba a los grupos RAP (un espacio terapéutico grupal de rememoración de situaciones traumáticas).

El gran obstáculo fue el tema de la desconfianza, el cual se logró sortear gracias a la constancia de los agentes facilitadores. En este sentido, hubiera sido imposible el programa sin la figura de este agente terapéutico, una especie de bisagra entre los veteranos y la sociedad.

El facilitador, figura que nos propusieron los expertos, era un excombatiente que hacía las veces de articulador entre el paciente y el sistema de salud. Formaba parte del colectivo de veteranos y del equipo de salud y ponía su tiempo al servicio de aliviar el sufrimiento de otro veterano de guerra. Noches y noches sin dormir, viviendo junto al riesgo de sus compañeros, corriendo por los medicamentos, por articular al veterano con su familia, incluso contemplando el cuidado de nosotros, “los profesionales”. La emergencia cotidiana nos atravesaba a todos.

“Quedé muy impactada y conmovida por el efecto devastador de la guerra y el dolor vigente hoy”, comentaba Samzol, “como si el tiempo no hubiera pasado, y estaban ya a 15 años del final de la guerra”.

El tratamiento grupal fue una estrategia clínica basada en la catarsis de la experiencia donde alguno de sus miembros relata acontecimientos de su vida en la guerra y durante la postguerra. Suponemos que algo de lo real del trauma es posible de ser simbolizado, es decir, incluido en el campo del saber por la vía de la palabra.

Las conclusiones arrojadas por del examen psicofísico determinaron la presencia de múltiples síntomas vinculados a la ansiedad y angustia, afecciones del aparato locomotor y llamaron la atención las dolencias en piernas y pies, en especial con el frío, sin hallazgos físicos que los justifiquen.

No había para el paciente una promesa de curación. El padecimiento se puede atemperar, no solo por la clínica sino también por la vía de la producción de semblantes sociales de solidaridad, de reconocimiento.

El programa produjo efectos muy poderosos no sólo en relación a Malvinas, sino en la posición que debemos tener para trabajar en salud mental. Aprendimos a quitarnos el dogmatismo profesional, la infatuación y el despotismo terapéutico. Eso nos permitió poner en entredicho los recursos institucionales existentes. Además, los veteranos comenzaron a contar con una red de contención compuesta por sus compañeros facilitadores y por los profesionales del equipo.

Entre ellos estuvo la Dra. Samzol, que con su paciencia, su amor con los excombatientes y su compromiso con la cura, supo ir más allá de los tratamientos tradicionales. En cierta ocasión, un excombatiente se puso a disparar con un fusil en la terraza del conglomerado habitacional Las Catonas, en Moreno. Estaba capturado por un flash-back, estaba en plena batalla. Llegó la policía pero no subió hasta que llegó la Dra. Samzol. Ella logró que el paciente retorne a la realidad y deje de disparar. Lo más difícil vino luego, cuando se le pidió que dejara el arma y él no la quería soltar. Finalmente la doctora. le propuso la firma de un contrato escrito donde se le aclarara las condiciones de la entrega, tiempos, compromisos, etc. Recién entonces aceptó dejar de defenderse de los fantasmas con un arma en la mano.

Antes se practicaban las terapias de silenciamiento en las instituciones. Lo significativo del programa es que logró visibilizar la voz de los excombatientes, permitiéndoles ser escuchados, marcando un antes y un después para que no se vivan nunca más las inclemencias del tiempo Malvinas.

Roberto Gutman es psicólogo, psicoanalista. Ex Director de Salud Mental del municipio de Moreno.

 

Notas al pie

1 Semprun, J. La escritura o la vida. Barcelona, Tusquets Editores, 1995. p 18. El autor imagina estas palabras como pensadas por León Blum cada vez que volvía a percibir el olor del horno crematorio del campo de concentración de Buchewald, donde había estado detenido durante la Segunda Guerra Mundial.
2 Gamarnik, C; Guembe,ML; Agostini V y Flores, MC. El regreso de los soldados de Malvinas: la historia de un ocultamiento. Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Images, mémoires et sons, mis en ligne le 08 octobre 2019, consulté le 18 juin 2022. URL : http://journals.openedition.org/nuevomundo/76901 ; DOI : https://doi.org/10.4000/nuevomundo.76901
3 Chao, D. (2020). Especial y marginal: hacia una problematización de la intervención estatal en la salud de los veteranos de Malvinas (1984-2000). Salud colectiva, 15, e2205.