ENTREVISTA A SILVIA BARRERA

Las mujeres de Malvinas

Foto: Silvia Barrera

  • Twitter
  • Facebook

El 7 de junio de 1982, Silvia Barrera se preparaba para dar clases de instrumentación quirúrgica en el Hospital Militar Central de la Ciudad de Buenos Aires. Mientras los médicos se encargaban de enseñar el contenido teórico, ella junto a otras compañeras, se ocupaban de lo práctico. Las alumnas iban a vivir la primera experiencia en el quirófano. Sin embargo, la llegada de un mensaje cambió el rumbo de aquel lunes por la mañana: se necesitaban instrumentadoras mujeres para asistir en la Guerra de Malvinas.

Diana Garcilazo y Manuela Ledesma Groba (E): Empezando por el principio: sos instrumentadora quirúrgica. ¿Por qué elegiste tu profesión?

Silvia Barrera (SB): Yo quería estudiar medicina y mi padrino, que en ese momento era el jefe de cirugía del Ramos Mejía, me propuso acompañarlo al quirófano para “ver otra profesión que podría interesarme” (sic). Un día voy al quirófano con él y me presenta a la instrumentadora. Ella era Susana Isuqui, instructora histórica del Ramos Mejía, un emblema, como Mónica Cook. La veo instrumentar y quedo fascinada. Después de esa experiencia, me cambié e hice la carrera de instrumentación quirúrgica.

E: ¿Cómo fueron hasta Malvinas?

SB: Salimos de Buenos Aires en un avión de Aerolíneas. Para muchas, era la primera vez viajando en avión. Las primeras mujeres que la gente veía vestidas de verde, éramos toda una sorpresa. Por estar vestidas de verde, el piloto nos invitó a la cabina. Llegamos a Río Gallegos. Por la guerra, todos los aviones llegaban hasta ahí. En Río Gallegos bajabas y seguías por tierra. El aeropuerto de Río Gallegos era una oficina de Aerolíneas, nada más. Fuimos, preguntamos ahí, pero nadie sabía nada. Esperamos. Vimos que empezó a llegar mucha gente. Era un aeropuerto que prácticamente operaba de día. Cuando comenzó a llegar más gente y no teníamos respuesta de nada, nos empezamos a preguntar donde nos habíamos metido. Pensamos que todo era un poco improvisado. Los hombres, los militares, ni nos contestaban. Solo nos decían “no sé” y se daban vuelta, para no meterse en líos. Hasta que dimos con un médico, un dermatólogo, que había estado en el hospital. Él nos reconoció y nos llevó al Hospital Militar de Río Gallegos. El director también había estado en el Hospital Militar Central. Nos vino a ver y como el hospital se cerraba a las dos de la tarde nos indicó que nos compraramos comida, porque no tenían la orden para darnos de comer.

Del comando logístico nos fuimos a Punta Quilla, a unos galpones de la aeronáutica. Ahí estuvimos unas horas, hasta que vino el helicóptero del Irizar, el buque hospital, a buscarnos. Subimos al helicóptero y el piloto me dice: “En breves llegamos y los vamos a sorprender”. Al Irizar había llegado el mensaje de que iba personal de sanidad del ejército, no habían dicho que éramos mujeres. Cuando se abre la puerta del helicóptero, el jefe de la cubierta, que era un rambo, uno de esos que son buzo táctico, helicopterista, infante, marina, nos ve y empieza a los gritos y a las puteadas: “Miren con quién nos mandan a la guerra, con estas chiquitas, tan chicas”. Pasado ese ataque de nervios, nos dejaron ahí sentadas en la cubierta. Hacía mucho frío. Vino el segundo comandante y nos dijo que subamos al casino. Nos presentaron a todos los médicos de la armada que iban a Puerto Argentino, como nosotras.

E: ¿Cómo fue ese primer momento en Puerto Argentino?

SB: Lo primero que nos dijeron fue que nos necesitaban para que organicemos los quirófanos, porque nosotras íbamos a bajar del buque en algún momento. Toda la primera noche fue de organización del material que habían llevado: dividirlo, armarles las cajas, inventariarlo. Me refiero a una caja de abdomen, una caja de traumatología, de acuerdo a la especialidad que teníamos, les fuimos dejando todas las cajas armadas. Nos llevó toda la noche. Desde las 5 de la tarde que habíamos llegado al buque, hasta el otro día. Toda esa noche estuvimos sin dormir dejando el stock preparado. Yo no hacía oftalmología desde la escuela, menos mal que había ido María Angelica, que hacía oftalmología. Gracias a dios, había ido Cecilia que era la única que hacía traumatología. Todo ese instrumental es diferente. Cada una de nosotras fue dejando cajas para que pudieran organizarse. Cuando terminamos fuimos a cubierta a sacar fotos.

E: ¿Pudieron establecer algún tipo de contacto con sus familiares o se iban enterando por las noticias?

SB: No. Un buque no puede tener contacto con tierra a menos que tenga una emergencia. Con nosotras, por ser las únicas mujeres, el comandante hizo una excepción. A los dos o tres días de estar en el barco, nos dejó llamar a nuestras casas y decir “Hola, estoy bien” y colgar. Nuestra familia sabía que estábamos bien, pero no sabían donde estábamos. Esa fue la única comunicación que tuvimos.

E: Pudieron avisar que había llegado…

Nuestra familia no sabía dónde estuvimos hasta que volvimos.

E: ¿Cómo era un día en el barco?

SB: La primera noche cuando estábamos anclados en Puerto Argentino sufrimos nuestro primer bombardeo, fue nuestro bautismo de fuego. Sufrimos bombardeos desde el día que llegamos hasta el día 14, que fue el día que se firmó el cese de fuego. Todos los días eran así: a la noche bombardeaban los ingleses y por la mañana nosotros recibimos los heridos. Nuestra tarea principal era evacuar el hospital de Puerto Argentino para que ellos siguieran recibiendo heridos. Nos mandaban a los pacientes que ya estaban con el tratamiento hecho. Cuando llegamos fueron los peores combates en los alrededores de Puerto Argentino y eso hizo que el hospital se empezará a saturar y empezaron a traer heridos directamente al Irizar, directamente desde el campo de batalla. El recorrido era el siguiente: el herido caía en combate y se lo llevaba a un puesto de socorro, que era armado con lo que había en ese momento, piedras y chapas. Ahí mismo, el enfermero militar le hacía un torniquete, le ponía suero, como para mantenerlo estable y lo mandaba al hospital. Ahí lo recibían y se le hacía el tratamiento que necesitaba. Una vez hecho esto, por medio de los aviones Hércules se los llevaba al continente o al Bahía Paraíso (que era el otro buque hospital) o a nosotros.

Todos los días eran así: a la noche bombardeaban los ingleses y por la mañana nosotros recibimos los heridos. Nuestra tarea principal era evacuar el hospital de Puerto Argentino para que ellos siguieran recibiendo heridos.

E: ¿Ahí tuvieron el primer contacto con los ingleses?

SB: Exacto. Vino un helicóptero que venía a buscar sangre, plasma y suturas. Fuimos a buscarles esos insumos y se lo llevaron al barco hospital de ellos, porque se habían quedado sin sangre, se les había coagulado. Les dimos la sangre que llevábamos nosotros y les dimos las suturas. Ellos tenían muchos quemados y no tenían suturas finas para hacer los tratamientos y algún otro injerto que tenían que hacer. Empezamos a ver más barcos ingleses, barcos de guerra.

También tuvimos un control de Las Naciones Unidas y de la Cruz Roja. Cada buque hospital se declara por el Convenio de Internacional de la Convención de Ginebra. Debe declararse ante ellos y vienen a controlar que no lleves armamento, nada que contribuya al combate, solo las cosas de sanidad. Así como nos controlaron a nosotros, al lado nuestro paso un barco que no fue controlado, con el que los ingleses hicieron el desembarco. Esa foto también es histórica, es mía. Demuestra que ellos pasaron por al lado nuestro y a ellos no los controlaron. Los barcos hospital tienen que estar pintados de blanco con la cruz roja, bien visible, para que lo vean los aviones desde el cielo. Tiene que estar con las luces prendidas todo el tiempo y no puede contribuir al combate. El barco estaba pintado de blanco, sin la cruz roja. Nuestros aviones lo vieron pintado de blanco, y ante la duda, no le tiraron. Son esas trampas de los aliados ingleses que nos dejaron solos.

Seguimos viaje y llegamos, el día nueve, a Puerto Argentino. Ahí nosotras pensamos que bajábamos. Una vez allí, nos encontramos con que se habían olvidado de nosotras. “Se habían olvidado”. No teníamos documentación, no teníamos grado militar, por ende, eramos personal civil. Al no tener grado militar no nos podían bajar del buque, decían ellos. Por la convención de Ginebra, un civil sin grado es un espía. Ellos te podían tomar prisionero y no devolverte. Ante ese peligro, empezaron las dudas de si bajarnos o si no bajarnos, porque nos necesitaban en el hospital. Subió el director del hospital a pedirle al comandante que haga las tratativas. El problema era que no nos querían dar grado militar porque éramos las únicas mujeres que íbamos a tener grado militar en el ejército, esa es la verdad. Ellos no quisieron hacerlo. En tierra había personal civil que estaba en la misma condición que nosotras, pero como eran hombres a ellos los bajaron y a nosotras no.

E: ¿Después se firmó el cese de fuego?

SB: Si. El comandante avisó que se iba a firmar un cese de fuego, no sabíamos si era temporal o definitivo. Nosotras habíamos salido de Buenos Aires cuando salió la tapa de la revista Gente que decía: “Seguimos ganando”. Fue todo un bajón para todos.

Esos hombres, que nos habían recibido pensando que no íbamos a cumplir con nuestro rol, se empezaron a derrumbar, a llorar. Nos tocó hacernos más fuertes y consolarlos, escucharlos. Yo tenía 23 años y María Angelica tenía 33. Ellos nos llevaban como 10 años.

La noche del 13, los ingleses tomaron al Irizar para camuflarse. Con unos gomones, unos buzos tácticos quisieron desembarcar en Puerto Argentino para tomar la ciudad. La gente del irizar les tiró y se armó un tiroteo, que escuchamos desde el quirófano. Ellos nos recomendaron no salir a cubierta por esa noche, sin decirnos nada. Nosotras nos enteramos mucho tiempo después lo que había pasado esa noche.

Los ingleses tomaban de prisionero a nuestros hombres y les hacían que se saquen la ropa, dejaran el armamento, el casco, todo. Los dejaban en calzoncillos a la intemperie con 5 grados bajo cero. Eso era muy doloroso de ver. Ahí vino el apuro en tratar de sacar a todo el personal civil que, al igual que nosotras, estaba sin grado militar. Empezó a fallar el tiempo, el barco se empezó a mover y no podían salir los helicópteros. Y había personal que había que sacarlo urgente para que no cayera prisionero: el personal de vialidad, el correo, los periodistas. Había que evacuarlos rápido. Los traían por medio de un barquito, que era un remolcador que estaba pintado de negro con una cruz roja. Eso lo hicimos hasta el día 17, ya terminada la guerra.

E: Las fotos que sacaste con tu Minolta Pocket recorrieron el mundo. ¿Qué pasó con ellas?

SB: Subieron los ingleses, hicieron un control del buque y ahí se llevaron mis rollos de fotos. Iban entrando a los camarotes y lo que veían se llevaban. Se llevaron la mitad de mis rollos de fotos. Como éramos las únicas mujeres no nos podían revisar y así pude salvar esas tres o cuatro fotos, las que ustedes ven. Antes de subir los ingleses, nos pusieron al lado del comandante, porque temían lo que pudieran hacer con nosotras. Nos dejaron en el puente de mando hasta que los ingleses bajaron y autorizaron el regreso.

Llegamos a Comodoro Rivadavia el 18 a la tarde. Ahí estuvimos hasta las 5 de la tarde. Nos subieron a un avión. Viajamos todos sentados en el piso, para que pudiera entrar más personal. Era tal el estado de ánimo que ni nos miraban, como si ya no sorprendiera nuestra presencia.

Se llevaron la mitad de mis rollos de fotos. Como éramos las únicas mujeres no nos podían revisar y así pude salvar esas tres o cuatro fotos.

Llegamos a El Palomar a las 11 de la noche y allí nos estaban esperando nuestras familias. Por lo menos, les habían avisado que nos vengan a buscar. A los soldados que llegaban los mandaban a Campo de Mayo. Nosotras éramos un problema, ¿a donde nos iban a llevar? Entonces avisaron a nuestras familias.

E: Con respecto al rol de ustedes como mujeres en Malvinas, es como si hubieran sido invisibles en algún punto, ¿no?

SB: Claro. Durante la guerra, parecíamos ser un problema más que personas que veníamos a aportar nuestro conocimiento para dar soluciones y colaborar. Al regreso, ellos venían tan golpeados que ni siquiera les importaba si éramos mujeres.

E: ¿Sentís que ustedes, como mujeres, tuvieron un reconocimiento especial por haber estado en Malvinas?

SB: Hay que diferenciar lo que es un reconocimiento de lo que es la divulgación.

A nosotras nos reconocen como veteranas de guerra en 1983. A lo largo de estos 40 años hemos tenido un montón de reconocimientos de la fuerza, en nuestro caso, del Ejército. Hubo otras fuerzas, como la Armada, que no otorgó el mismo reconocimiento a sus mujeres. Las reconocieron el primer año como veteranas de guerra, pero no tienen las medallas que tenemos nosotras. Cada fuerza fue actuando como le parecía con respecto a las mujeres. En el caso del ejército, que es el nuestro, nosotros cada año tenemos nuestro reconocimiento, nuestro diploma, nuestra medalla, a los 25, a los 30, a los 35. Por eso nosotras somos las más condecoradas en la historia. El reconocimiento de la fuerza está, lo que no está es el conocimiento y la divulgación, transmitir lo que fue pasando todos estos años. Esa fue una de las fallas que tuvieron los distintos jefes de Estado Mayor y jefes de Estado Mayor Conjunto. Lo que hay que pensar es que ellos son hombres. ¿Cómo iban a divulgar que las mujeres más condecoradas en la historia de la República Argentina son mujeres y civiles?

Diana Garcilazo es Licenciada en Instrumentación quirúrgica, Coordinadora de la Licenciatura en Instrumentación quirúrgica (UNPAZ), miembro de la Asociación Argentina de Instrumentadoras (filial Oeste).

Manuela Ledesma Groba es Técnica en Políticas Públicas. Responsable de Comunicación Fundación Soberanía Sanitaria.