La salud de los trabajadores de la salud

  • Twitter
  • Facebook

En las implicancias que se juegan entre el mundo del trabajo y el de la salud, los sujetos comprometidos en los procesos terapéuticos y sanitarios también evidencian, en sí mismos, las marcas que su propia tarea imprime. Repasar algunos hitos fundantes en esta relación abre la puerta a una genealogía capaz, entre otras cosas, de contribuir en la mejora de las condiciones de vida y salud de la población.

La Medicina del Trabajo constituye un campo de creciente y oscilante preocupación y complejidad en tanto los cambios en las políticas públicas y la diversificación y multiplicación de puestos de trabajo, de tareas, de formas de contratación, de marcos jurídicos y de mecanismos de retribución del trabajo y del empleo le otorgan un carácter eminentemente dinámico y cambiante.

Desde sus orígenes, la Medicina del Trabajo puso su lente en los diversos y diversificados ambientes y condiciones de trabajo, y no pudo evitar volver esa lente también sobre sí misma, plegándose con su creciente instrumental de diagnóstico y tratamiento sobre los diversos ambientes y prácticas específicas del naciente sector salud.

Una mirada genealógica sirve para comprender cómo se ha ido conformando este campo de conocimiento e intervención y nos indica que, dadas las múltiples formas, más o menos sutiles, más o menos abiertas, sobre cómo unos se apropian del trabajo de los otros, la clave parece estar en quien contrata a quienes ejercen la especialidad laboralista con directas repercusiones sobre la conformación del juicio profesional.

La Medicina del Trabajo no pudo evitar volver su lente sobre si misma, plegándose con su creciente instrumental de diagnóstico y tratamiento sobre los diversos ambientes y practicas especificas del sector salud.

 

No debe existir la mente capaz de crear en un laboratorio condiciones experimentales tan extremas para la vida humana, como las que ha generado a lo largo de la historia, el campo del trabajo. Es muy probable que debamos más de lo que pensamos a esta esfera de la vida, la producción de conocimientos, es decir, de mucho de lo que sabemos de la salud y de la enfermedad y de sus causas, a pesar del oscurantismo y los conflictos de intereses que forcejean por dentro de esta práctica profesional específica.

Velocidades extremas, temperaturas extremas, sometimiento a productos o sustancias químicas, a agentes físicos de las más variadas características por prolongados períodos de tiempo, extensas jornadas de trabajo físico extremo, o de altísima concentración, uso intensivo de nuestra motricidad fina, pueden ser algunas de las descripciones o características de este constante “experimento sin control”. Más aún, cuando el mundo del trabajo se reinventa sistemáticamente en función de nuevas tecnologías, de nuevos procesos productivos que expanden todo el tiempo estas fronteras.

No debe existir la mente capaz de crear en un laboratorio condiciones experimentales tan extremas para la vida humana, como las que ha generado a lo largo de la historia, el campo del trabajo.

 

Sin embargo, la analogía con el mundo científico, lejos de querer expresar entusiasmo por el “avance del conocimiento” como subproducto, busca expresar la prevención que se encierra y sobre la que nos alertan la permanente apelación a la ética de los experimentos. Simplemente porque en muchos casos no se resuelve tratando de compensar económicamente un trabajo o condiciones de trabajo que simplemente no deberían existir.

Por ello, Floreal Ferrara advertía: “No debe negarse la patología propia, sui generis, de determinadas labores. Su conocimiento, además es parte de la realidad del trabajo. Pero cuidado porque es solo parte de tal realidad y esa parcialización ha producido tantos errores como aquellos clásicos del cientificismo que identificó al hombre con los animales de laboratorio, o con determinadas situaciones de la investigación”

Un intento de genealogía: la salud del trabajador como marco

Podemos coincidir con muchos autores que referencian a los precursores trabajos de Bernardino Ramazzini a comienzos del siglo XVIII. Su aporte fue el cultivo de esta rama de la salud y de la medicina.

Sus trabajos comienzan con la descripción de los trastornos que acompañan a cada profesión o a cada oficio. Muchas de ellas ya habían sido descritas, pero el mérito de Ramazzini es relacionarlas con oficios específicos, por lo que no escapó a su mirada la identificación de la salud de los trabajadores de salud dedicando un capítulo de su obra al trabajo médico y otro al trabajo de las parteras.

Sobre la salud de los médicos, describe los riesgos de aplicación de algunas terapias usuales para la sífilis secundaria y terciaria: “los que se dedican a untar con pomada mercurial a los aquejados del morbo gálico pertenecen al estamento más bajo de los cirujanos … Aunque suelan usar guantes en su trabajo, no pueden, sin embargo, protegerse suficientemente ni evitar que los átomos mercuriales atraviesen el cuero  que, por otra parte, suele usarse para comprimir y limpiar el mercurio — y lleguen a tomar contacto con la mano del untador, y puede suceder igualmente que, al ser frecuente que la medicación se aplique junto a un reconfortante fuego, las nocivas emanaciones penetren en el interior del cuerpo a través de la boca y de la nariz, transmitiendo, por contacto, una terrible enfermedad al cerebro y a los nervios”.

En referencia al trabajo de matronas y parteras menciona: “Tal vez en Inglaterra, Francia, Alemania y otros países, las parteras sufren menos, al dar a luz las parturientas tumbadas en sus lechos y no sentadas en sillones perforados, como en Italia. Aquí, al asistirlas las comadronas inclinadas todo el rato y encorvadas, con las manos extendidas en la entrada de la matriz, en actitud de espera del recién nacido, sufren y se agotan tanto (especialmente cuando asisten a mujeres voluminosas) que, al nacer por fin el niño, vuelven a sus casas agotadas y desriñonadas, echando maldiciones a su profesión”30.

Medicina del Trabajo al servicio de …

En su libro de 1807 sobre las invasiones inglesas Picabea relata, casi como al pasar, un detalle: entre los escasos apoyos locales con los que contaban los ingleses en la Buenos Aires virreinal se encontraba un médico italiano recién llegado de África llamado Carlos Guezzi, a quien por su especialidad, Picabea describe como “médico esclavista”, una profesión que según Michael Zeuske se incluía con frecuencia en el conjunto “oficialidad esclavista”.

Por ello al interrogarnos sobre al servicio de quién está la medicina del trabajo resulta útil esta referencia que ilustra de forma cruda desde que extremos contractuales puede abordarse esta delicada problemática.

En plena Revolución Industrial, se despliega la tarea de los pensadores y salubristas reformistas de Inglaterra desde Chadwick hasta Engels, sin dejar de lado en este selecto grupo a Florence Nightingale y al propio Dickens.

Al respecto del análisis de las condiciones de trabajo Edwin Chadwick refería:

“Que para la prevención de la enfermedad ocasionada por la ventilación defectuosa y otras causas de impureza en los lugares de trabajo y otros lugares en donde se ensambla en gran escala, y para la promoción general de los medios necesarios para prevenir la enfermedad, que sería una buena inversión nombrar un médico de distrito independiente de la práctica privada, y con los valores de las calificaciones y responsabilidades especiales para iniciar las medidas sanitarias y reclamar la ejecución de la ley”.

Florence Nightingale incluye en sus trabajos una reflexión acerca de la sobremortalidad del personal de enfermería: “las fatales enfermedades infecciosas son la mitad de las causas de muerte de enfermeras y matronas por encima de la mortalidad de las mujeres de Londres… encontramos que la mortalidad entre enfermeras excede la de la población general de Londres en un 40%. La pérdida de una bien entrenada enfermera por enfermedades evitables es una pérdida mayor que la de un soldado por las mismas causas. El dinero no puede reemplazar a ninguno de ellos, pero una buena enfermera es más difícil de encontrar que un buen soldado”.

En paralelo en 1870, en Argentina, Eduardo Wilde “propuso clasificar las industrias en insalubres, incómodas y peligrosas, sometiendo su habilitación a la previa autorización oficial. También le preocupó las condiciones de higiene y seguridad en los lugares de trabajo sugiriendo que debían ser supervisadas por médicos especialistas. Las mujeres y los niños tenían que ser objeto de una protección especial, asentó, indicando los avances que en ese sentido se habían realizado en Inglaterra”.

Con la instalación del taylorismo a principios del siglo XX, el mundo del trabajo y el mundo de las ciencias básicas de la medicina se emparentaron de una forma diferente, especialmente a través de una rama de la fisiología: la ergonomía, que serviría para dar un envoltorio científico a lo que los críticos más duros calificarían como la explotación científica del trabajador.

Al servicio de los trabajadores

En 1919, apenas dos años después del fin de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Rusa, nace la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La categoría “trabajador” pasará a ser una categoría mayor en el análisis de la política pública y sus organizaciones gremiales fuerzas políticas de primera magnitud. El acta fundacional de la OIT va a incluir entre sus principales propósitos la “Protección del trabajador contra enfermedades o accidentes como consecuencia de su trabajo”.

Junto con los trabajos pioneros de Bialet Massé y las propuestas legislativas del socialismo, especialmente de Alfredo Palacios, esta filosofía llegará a constituirse en la Argentina como una verdadera cuestión de Estado. Sin embargo, fue recién con la irrupción del peronismo, que se plasma en la Constitución de 1949 un capítulo completo de derechos del trabajador que incluye en el art. 37 ac 5. el “Derecho a la preservación de la salud. -· El cuidado de la salud física y moral de los individuos debe ser una preocupación primordial y constante de la sociedad, a la que corresponde velar para que el régimen de trabajo reúna los requisitos adecuados de higiene y seguridad, no exceda las posibilidades normales del esfuerzo y posibilite la debida oportunidad de recuperación por el reposo”.

La protección del trabajador llegara a constituirse como una verdadera cuestión de Estado, recién en la década de los ´40 con la irrupción del peronismo.

 

En 1949 en el marco del Congreso Panamericano de Medicina del Trabajo, el presidente de la Nación se dirigía a los asistentes señalando “Sé que cada uno…al abrazar esta árida y no siempre bien comprendida tarea de la medicina del trabajo, ha tenido que hacer abandono de todos los halagos de la profesión individualmente ejercida, para aceptar en cambio este otro camino de silenciosa y escondida tarea de resultados lejanos y de victorias espaciadas y difíciles”.

Como es habitual en la filosofía de este movimiento político lo que hoy denominamos la “sustentabilidad” de tales avances y conquistas no descansaba exclusivamente en la responsabilidad de los gobiernos por lo que añadía entonces:  “Y son los mismos trabajadores los que quieren y exigen, seguridad, previsión y asistencia…Se podrá avanzar pero no retroceder; porque aunque vuelvan hoy mismo al gobierno las mismas fuerzas antisociales que nosotros vencimos, no podrán destruir las construcciones fundamentales de nuestro movimiento, porque hemos tenido el buen tino de entregarlas al pueblo. ¡Y el pueblo sabrá defenderlas en cualquier circunstancia, porque tiene un especial sentido de autodefensa que es precisamente la razón por la cual sobrevive y progresa a pesar de tantos reveses y tantos cataclismos”.

Es por ello igualmente comprensible que, en octubre de 1973, se instale en la Facultad de Medicina de la entonces denominada Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires, el Instituto de Medicina del Trabajo, inaugurado con un congreso bajo el sugestivo título de “Medicina del Trabajo al servicio de los Trabajadores”.

Mario Testa dejaba testimonio no solo de una medicina del trabajo del lado de los trabajadores sino con su expresa participación y la de la Universidad en la construcción del campo: “quiero decir que para mí personalmente como [decano] interventor de esta Facultad es una enorme satisfacción ver que por primera vez en muchos años estamos en esta casa, en esta aula, tan cargada de pesados acontecimientos académicos, rodeados por nuestros compañeros, los trabajadores”.

Durante el evento Saiegh R. (1973) declaraba: “pensamos que sigue siendo mucho más sensible el cuerpo humano y que el mejor detector de un ambiente de trabajo sigue siendo el trabajador… Eso indica, pura y simplemente, empezar a creer lo que dice el trabajador y no basarse en que el obrero está mintiendo”.

Saiegh complementaba su participación abordando sin tapujos una contradicción que atravesaba y atraviesa el mundo del trabajo: “La otra cuestión para hablar con franqueza, es que se ha producido una deformación sobre el problema de salud en la mentalidad de los trabajadores. Se ha introducido un concepto de monetización de la salud y notamos con tristeza [casos] donde el trabajador está pensando en el ambiente de trabajo insalubre, más por equilibrar un salario insuficiente que por proteger su salud”.

La salud del trabajador de salud en nuestros días

Como hemos visto, la salud -que ha devenido en un sector de creciente participación en el mercado laboral- al constituirse como un campo de creciente complejidad, ha aportado conocimientos y develado asociaciones muy estrechas entre ambiente laboral, condiciones de trabajo y enfermedad, añadiendo los propios riesgos del sector sobre la salud de quienes trabajan e incluso de quienes se atienden en los servicios de salud.

Muchos de los riesgos para la salud humana son compartidos directa o indirectamente entre el personal de salud y los pacientes que se atienden en los servicios. De esta manera, el principio de “primum non nocere” (primero no dañar), atribuido a Hipócrates para la práctica médica, se extiende hoy a la seguridad y a los recaudos que puedan generarse desde la propia organización de los servicios en temas como infecciones hospitalarias o prevención de accidentes.

Pedro Galín vincula la gestión del trabajo con la calidad que la propia población recibe de los propios servicios: “Pluriempleo y sobre-empleo jornadas agotadoras y dispersión del esfuerzo profesional, ´racionales´ (si se la considera) en la asignación de recursos desde la perspectiva de la rentabilidad mercantil, es correlativa a una notable irracionalidad en la asignación de los recursos colectivos para resguardar la salud, prevenir la enfermedad y mitigar el dolor, ejes de la ética de la salud y de los intereses generales de preservación social”.

En referencia a las condiciones de trabajo de la enfermería, en un amplio estudio Waisserman y Geldstein concluyen: “Estas personas, que trabajan con la salud, duermen poco y mal, muchas unas pocas horas haciendo guardias, junto a un paciente, en el viaje al trabajo; son muchas también las que se alimentan mal, comen salteado, de pie, en un rincón de la sala, lo que haya y cuando puedan, cambiando los horarios de día en día y de semana en semana, dedicando al trabajo entre 12 y 14 horas en promedio diario para compensar unas remuneraciones extremadamente bajas”.

El trabajador de salud como recurso terapéutico

Las reflexiones sobre este campo requieren una comprensión profunda del mundo del trabajo en salud. La gestión del trabajo y la construcción integral de un ambiente laboral dependen fuertemente del análisis de la naturaleza de los procesos de trabajo, que en nuestro caso definiremos provisoriamente como “terapéuticos”.

A pesar de la multiplicidad y complejidad de servicios de salud, al poner el énfasis en la función terapéutica, podemos remitir a un dilema de cuya resolución se desprenden formas diferentes de comprender el trabajo en este sector. En otras palabras, podemos imaginar a los equipos de salud como quienes simplemente prescriben o instalan terapias o pensar al personal de salud como recurso, como el recurso terapéutico central que, con su palabra, con su empatía, con sus intervenciones, con sus prácticas, con su escucha, con sus cuidados, con sus explicaciones y con la credibilidad que genera, reviste a la prescripción de propiedades curativas adicionales.

Hoy, en cualquier reunión en servicios de salud basta mencionar la palabra Burnout (estar quemado por las condiciones de trabajo) para que los trabajadores de las más diversas profesiones, especialidades y categorías laborales se identifiquen con este término. El estudio riguroso sobre a qué proporción de los trabajadores de salud realmente afecta, o con qué profundidad se presenta, parece muy importante y significativo al asociar y comprender que quien se encuentra afectado por este síndrome tiene minada o al menos debilitada su capacidad terapéutica. Esto debe despertar un alerta, una duda sobre la propia eficacia y calidad de los servicios de salud que se están brindando, aun cuando el volumen de prestaciones parezca estar creciendo o no haya declinado.

El estudio riguroso sobre a que proporción de los trabajadores de salud afecta el burnout o con que profundidad se presenta, parece muy importante y significativo al asociar y comprender que quien se encuentra afectado por este sindrome tiene minada o al menos debilitada su capacidad terapéutica.

 

Conclusión

El mundo del trabajo y el mundo de la salud se articulan como en una cinta de Moebius, entramando en los hechos la profunda convicción de que, en última instancia, la fuerza laboral en salud no es sino una población dentro de otra, con la particularidad de estar especializada en cuidar la salud de los demás, en una tarea en donde también expone la propia.

El control de las consecuencias de estas múltiples prácticas, a las que el ser humano a través del mundo del trabajo se expone, tiene por detrás una permanente tensión por correr las fronteras de lo posible, a través de nuevas y más innovativas herramientas, nuevos procesos y nuevas formas de inscripción de los sujetos trabajadores y trabajadoras.

Poner toda la capacidad de indagación de las ciencias de la salud para mejorar las condiciones de trabajo, sumarse a la garantía de los cuestionados derechos laborales, proteger a los trabajadores en general y a los trabajadores de salud en particular, apoyando su propio protagonismo, aun en el marco de una nueva oleada neoliberal y conservadora, en el planeta que intenta revivir condiciones laborales del siglo XIX y aun cuando las operaciones mediáticas parezcan desplazar a la ciencia en la producción de verdad,  es un imperativo ético con directas repercusiones en las condiciones de vida y de salud de nuestro pueblo.

 

· Mario Rovere ·

Es médico pediatra y sanitarista. Dirige la Maestría en Salud Pública de la UNR. Es también el coordinador general de ALAMES.

Dejá un comentario

Tu email no será publicado.