La sádica escuela de Milei (aportes para un debate sobre El Límite)

El crimen (Marqués de Sade),1964. Salvador Dalí.

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El comentario se repite una y otra vez: ¡todos los días una peor! No solo por el título de estas líneas el lector habrá adivinado el tema aludido, con probabilidad está su propia experiencia cotidiana de por medio. Estamos hablando de las brutalidades protagonizadas por el actual presidente de la Nación quien, día tras día, parece superarse en el ejercicio de sorprender a una sociedad que, perpleja, parece no alcanzar a dimensionar la gravedad a la que está asistiendo.

La perplejidad como arma de gobierno

Según el diccionario perplejidad significa: “Irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo”. Desde el punto de vista psicoanalítico el término adquiere un peso tan trágico como específico. Se trata del estado previo al desencadenamiento psicótico, allí donde la personalidad de un sujeto se derrumba de manera definitiva, merced al detenimiento del trabajo psíquico necesario para salir de paradojas irresolubles con los recursos anímicos disponibles. Si del campo social hablamos, tal malestar puede desembocar en una guerra civil, una secesión, masacres varias, saqueos generalizados, o una mortífera pasividad. Todos episodios relacionados con una degradación del lugar de la autoridad. Allí donde un sujeto, sea una nación o una persona, pierden las referencias en torno a las cuales orientarse en el mundo.

Ahora bien, por sumir al sujeto en la inacción, la desesperanza y el desprecio por sí mismo, la perplejidad puede resultar en una muy eficaz –si bien peligrosa- arma de gobierno. Allí donde el Amo sume en la confusión al pueblo, se gestan las condiciones para las más infames manipulaciones y los subsecuentes actos de rapiña con que satisfacer la insaciable sed del explotador. Nuestra tesis consiste en que algo de esto está sucediendo en el actual escenario político argentino. Un presidente cuyo discurso, acciones, medidas y decisiones genera un descomunal e inédito desconcierto, una mezcla de estupor paralizante y hasta atractivo cuyo desenlace no es otro que una oscura tendencia al sacrificio a expensas de una perplejidad generalizada. ¡No hay plata! ¡Basta de gastar en políticos corruptos!¡El estado es una organización criminal! Frases categóricas, terminantes, concluyentes que en algún lugar de cierta subjetividad se traduce en esa fatídica fantasía según la cual: ¡Por fin alguien encontró La Solución! Se trata de un resorte infantil tan añorante del poder total del Padre como nefasto para la suerte de cualquier grupo o comunidad. 

Hace unos pocos meses el presidente de la Nación Javier Milei brindó un discurso en el que fuera su colegio: el Cardenal Copello. Lo que sucedió allí constituye un ejemplo paradigmático de la dramática situación que atraviesa en el plano simbólico e institucional (además del económico y político, obvio) nuestro país. La persona que ocupa la máxima jerarquía en la Nación degradó hasta límites nunca antes vistos en la vida democrática de nuestra nación la figura de autoridad que le cabe por ostentar semejante investidura. No es que en anteriores ocasiones no haya proferido insultos, ni chistes de mal gusto, alusiones sexuales obscenas, agravios ni otras cuestiones de igual calibre y tenor. Lo novedoso –y tan patético como grave- es que esta vez sus interlocutores eran niños y púberes. Nunca antes la obscena diatriba de esta persona había sido compartida en un acto con un conjunto de personas menores de edad. En su discurso se pudo escuchar el habitual repertorio de insolencias a lo que, esta vez, se le agregó la acción de mofarse de una persona púber para que sus pares se rieran del accidentado.  Para más datos: uno entre los dos jóvenes escoltas que se desmayaron mientras el presidente vomitaba su catarata de agresiones y disparates. Que un mayor maltrate a un menor es grave. Que este mayor sea maestro, tutor, padre o juez mucho más. Pero que el escarnio público provenga de un presidente de la Nación ya hace pensar que algo del más patético cretinismo se ha apoderado de buena parte de la sociedad. 

Se suele decir que el sujeto púber es el más vulnerable de la escala etaria. Y sobran razones para coincidir con esa opinión. La pubertad trae consigo el dolor más íntimo y radical de la condición humana: ese solitario extrañamiento que se experimenta ante la aparición de una singularidad que no se registra como propia, una íntima alteridad que desaloja al niño que ya no es y al adulto que aún no llegó de sus referencias habituales. Es que la bonhomía de la infancia se pierde con la irrupción de un cuerpo que busca recursos, vías y estrategias para ubicar mociones de deseo hasta entonces desconocidas. De esta manera, la necesidad de inclusión dentro del grupo de pares adquiere ribetes de sadismo y crueldad, sobre todo cuando los chicos no encuentran entre sus referentes afectivos el alojamiento necesario. Huelga decir el valor de la autoridad en este escenario.

Sadismo: ¿Hasta cuándo?

Este vocablo deriva de la gesta del Marqués de Sade, un hombre tanto más valiente y brillante que sus vulgares epígonos, y cuya magnífica obra literaria aborda uno de los aspectos más controvertidos de la naturaleza humana: la atracción por gozar del Otro. «Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él», escribió el Marqués en los agitados finales del siglo XVIII francés. Sade terminó su vida en la cárcel y no está claro si la penitencia castigó su trasnochada insensatez o la sinceridad con que su manifiesto desnudaba la hipocresía de su época. 

Para ser precisos: el sadismo consiste en gozar de hacer daño al Otro. Una práctica que recorre toda la gestión de Javier Milei desde que asumió el último 10 de diciembre. ¡Hay más! – decía- apenas el anuncio del nefasto DNU provocaba todo tipo de angustias y desesperación en millones de argentinos. ¡Hay más! –decía- mientras mostraba esa mueca sardónica propia de quien disfruta ver el sufrimiento ajeno. Destaco la cuestión del ver por cuanto hoy la imagen y la mirada dominan el campo de la satisfacción en el ser hablante a través del ciberespacio y las redes sociales: ámbito privilegiado de este señor que llegó a presidente merced a su recorrido mediático. ¡Fuera!- gritaba mientras anunciaba por tele los recortes que pensaba hacer si era elegido.

Bien, en la que fuera su escuela, Javier Milei –máxima autoridad del país- dio una clase de sadismo (esto es: gozar de hacer daño al Otro). Enseñó al conjunto de la población infantil de un colegio y de una nación entera que cuando alguien está débil lo que corresponde es burlarse, denigrarlo/a. Lo cierto es que, por rara paradoja, una mirada apenas más audaz deja ver un detalle por demás sorprendente. Esos cuerpos púberes y adolescentes desfallecientes probaron ser más sensibles y perceptivos que el resto del conjunto presente, adentro y afuera del colegio. Lo suficiente como para revisar nuestro concepto de la fortaleza, habida cuenta de la falta de reacción que hasta ahora la sociedad argentina ha demostrado ante el atropello brutal de un hombre que carece de los más elementales rasgos de humanidad necesarios para convivir con el Otro. 

La cuestión invita a reflexionar cuánto sadismo habita en vastos sectores de nuestra población como para que semejante personaje hoy dirija los destinos de la nación. Y desde ya, hasta dónde una comunidad hablante puede tolerar tal derrape sin dañar de manera definitiva los límites en torno a los cuales se hace posible la convivencia. Es que hoy asistimos a una degradación humana sin precedentes en la historia democrática de nuestro país. No es casualidad.

¿Qué te impulsa a vivir el momento que sigue?

Hace pocos meses, cuando Wado de Pedro revistaba como pre candidato del peronismo, un periodista de la corpo mediática objetó tal condición por la disfluencia que el ex ministro del interior padece desde su niñez. Sin embargo, ningún representante del “periodismo independiente” objetó al candidato amante de los canes muertos por sus modales antidemocráticos. La agresión, la falta de respeto, la burla, ha sido inyectada desde hace años en el discurso cotidiano desde los medios de comunicación donde la imagen cobra un valor que arrasa con la sensatez, el raciocinio y la referencia que brindan los datos probados y verificables. Un rasgo presente también en buena parte de la comunidad política que durante mucho tiempo, con el pretexto de defender la República, atacó y denigró todo elemento que encarnase lo diferente: desde los pueblos originarios hasta el lenguaje inclusivo, pasando por la militancia popular o los indigentes. No en vano, el diccionario agrega otra palabra decisiva a la hora de caracterizar el flagelo que amenaza la convivencia. Se trata del ensañamiento: al que considera como un derivado del latín insania (locura furiosa, demencia) y cuyo significado es:  “Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posible a quien ya no está en condiciones de defenderse”. Al respecto basta evocar la reciente mofa que el mandatario libertario dirigió a la memoria de los desaparecidos durante el terrorismo de estado, en ocasión de su discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional. Se habla de El Límite. Esto es: ¿hasta dónde la sociedad argentina soportará el desquiciante aluvión de medidas empobrecedoras, ofensivas y agraviantes de la administración libertaria? ¿Dónde se encuentra el punto a partir del cual una comunidad dice basta? ¿Cuál es el resorte por el cual un sujeto se rebela ante la estafa del tirano?

La experiencia clínica indica que no hay garantías sobre tal límite. (De hecho Lacan habla de la insondable decisión del Ser). Y no solo la experiencia clínica: la historia humana así lo confirma. A nuestra disposición solo está el deseo que, por estructura, no asegura nada. Pero precisamente por eso, por descansar en nuestra sola decisión, la vida se transforma en un territorio de dignidad. “Tropa soñadora (…) ¿qué te impulsa a vivir el momento que sigue?” se preguntaba Nietszche en su inmortal Zaratustra. Bien, que nuestra respuesta sea algo mejor que la oscura atracción por degradar al Otro.  

 

Referencias

 

Sergio Zabalza es Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires; Magíster en Clínica Psicoanalítica (UNSAM); Licenciado en Psicología (UBA); Profesor Titular en la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCaus): Ex integrante del Dispositivo de Hospital de Día y del Equipo de Trastornos Graves Infanto Juveniles del Hospital Alvarez.