Durante las últimas décadas, en América Latina nuestras sociedades sufrieron y sobrellevaron procesos de devastación, acoso y violencia que generaron marcas subjetivas relevantes. De esta manera surgieron más y nuevas formas de padecimiento con la consecuente aparición de nuevas demandas en diferentes espacios institucionales. Los terrorismos de Estado y de Mercado produjeron distintos procesos y formas de fragmentación social, la sociabilidad fue atravesada por esta, haciendo que la incertidumbre atraviese las nociones de proyecto colectivo y futuro generando, muchas veces, formas de ajenidad y aislamiento que se transformaron en dolor.
El territorio como lugar de intervención social
Es posible entender al territorio como un lugar cargado de significaciones. De esta forma el territorio se convierte en un espacio de construcción de sentidos, a través de imágenes, metáforas y mitos. El territorio como lugar, también implica algo que puede entenderse a partir de dimensiones que se construyen desde la percepción. También, un lugar puede construirse a través de la memoria. Así, el territorio, se transforma en una construcción donde la coexistencia y el entorno construyen diferentes formas de significación.
El territorio le confiere sentido al lugar. De la misma manera, desde el relato se construye una forma de demarcación cartográfica de este, generando más y nuevos sentidos que van desde los bordes y los márgenes a lo que transcurre dentro de él. También es determinado por distintos grupos sociales que, como consecuencia de procesos históricos, construyen simbiosis, encuentros y desencuentros.
El territorio, desde una perspectiva conceptual, hace referencia a diferentes elementos presentes en él, tanto de carácter material como simbólico. Posee, de esta manera, una propia narrativa que implica su constitución singular. Los territorios no podrían existir sin relatos; serían solo una serie de frías descripciones de catastros municipales, ausentes de sentido, zonas grises, sin historia, identidad o pertenencia. Así, el territorio no se restringe a su connotación geográfica o espacial sino que también contiene componentes relevantes como lo organizativo, lo económico, lo social y lo ambiental.
De este modo, el territorio, puede ser comprendido como una construcción social, colectiva e histórica, que se encuentra en un permanente proceso de mutación a partir de quienes lo habitan, lo transforman y son transformados por este.
En ese juego de interacciones, se elaboran estrategias de constitución y sentido de la vida cotidiana. En definitiva distintas expresiones materiales y simbólicas de los lazos sociales que implican una dimensión relacional sumamente compleja y profunda.
Es allí, dentro del territorio donde se construye la singularidad del mismo, donde es posible a través de la reparación del lazo social una nueva conexión con lo propio, con lo histórico, con la cultura, con aquello que la lógica de mercado obturó, separó y transformó en un sinsentido.
El territorio puede ser comprendido como una construcción social, colectiva e histórica, que se encuentra en un permanente proceso de mutación a partir de quienes lo habitan, lo transforman y son transformados por este.
Territorio, Salud y Comunidad
La noción de Territorio, en términos de intervención social, puja con la de comunidad que, según la OMS (Organización Mundial de la Salud) sería básicamente: Grupo específico de personas que a menudo viven en una zona geográfica definida, comparten la misma cultura, valores y normas, y están organizadas en una estructura social conforme al tipo de relaciones que la comunidad ha desarrollado a lo largo del tiempo. Por otra parte, algunos territorios se van construyendo desde procesos de cooperación y otros a partir de situaciones de conflicto de diversa índole. Una mirada a la conflictividad territorial permite aproximarse a las características de los mismos desde diferentes aspectos.
Por otra parte, la noción de territorio se entrelaza con la de salud que definía Floreal Ferrara: “Nuestra definición de salud es que el hombre y la mujer que resuelven conflictos están sanos. La salud es la lucha por resolver un conflicto antagónico que quiere evitar que alcancemos el óptimo vital para vivir en la construcción de nuestra felicidad. No tiene nada que ver con esa definición como ‘completo estado de bienestar físico mental y social’ que utilizábamos en aquellas épocas, surgida de los organismos internacionales de salud”. Asimismo, siguiendo al autor mencionado; se podría afirmar que la salud es como el río de Heráclito, nunca es la misma, es decir que está siempre asociada a aquello que está ocurriendo. De esta manera, Floreal Ferrara plantea una lectura que se acerca a entender el proceso salud enfermedad desde lo colectivo. Pero también propone una discusión que puede ser interesante; invita a oponer la idea de conflicto a la de equilibrio que propone la OMS. Es decir que no es el conflicto lo que define la enfermedad, el padecimiento, sino que justamente es el bloqueo de los conflictos lo que los certifica. En otras palabras, una sociedad que no construye su salud, que no se organiza, que no disputa por ella, está enferma.
A partir de esa configuración, tal vez sea posible revisar las formas de intervención en Salud Mental Comunitaria, analizando desde una perspectiva crítica las prácticas de intervención a través de redes, servicios, instituciones y recursos territoriales, dando lugar a la emergencia de un sujeto que no es el “esperado” por la mayoría de las instituciones, que atraviesa recorridas institucionales que lo fueron desgastando y desencantando.
No es el conflicto lo que define el padecimiento. Es el bloqueo de los conflictos lo que los certifica. Una sociedad que no construye su salud, que no se organiza, que no disputa por ella, está enferma.
Territorio y Subjetividad
Los territorios donde se llevan adelante las prácticas de salud aún tienen las marcas o se encuentran arrasados y erosionados por los terrorismos de Estado y de Mercado. Estas cuestiones muestran nuevas formas de construcción de sociabilidad, subjetividad y padecimiento.
El territorio de ese modo se transforma en el lugar del acontecimiento; lo construye como tal, le confiere características singulares, requiriendo de miradas que aporten elementos para comprender y explicar lo que surge de manera constante y se imprime en la identidad de quienes lo habitan.
El territorio deja de ser una zona, un área geográfica, para convertirse en parte de un dispositivo de intervención social que implica nuevas alternativas a la resolución del malestar y el padecimiento que se generan a partir de la fractura del lazo social, la exclusión, la pérdida de identidad y pertenencia colectivas.
El territorio se transforma en una posibilidad de disrupción donde el equilibrio deja de ser un fin en sí mismo, proponiendo otros horizontes, quizás más cercanos a la búsqueda de nuevas formas de integración de la sociedad.
La intervención también puede ser entendida como la posibilidad de desarmar, construir, para armar de nuevo, a través de la recuperación de lo público, del espacio, para que este sea nuevamente transformado, ahora por nuevas lógicas que recuperen la condición histórica y social de los sujetos de intervención.
La intervención social desde una perspectiva territorial se vincula con la búsqueda de nuevas conexiones, encuentros y diálogos. De este modo, por ejemplo, las artes como el teatro, el cine, los murales, la música, se transforman en instrumentos de recuperación del lazo social perdido, de convocatoria a nuevas formas de relación social, dando otros lugares para la palabra, la mirada y la escucha, elaborando de esa forma nuevas instancias de intersubjetividad, tal vez alejadas de la incertidumbre y el individualismo que caracterizan a las sociedades donde el mercado funciona como un Leviatán.
La intervención social de esta manera se constituye como un espacio de diálogo, reencuentro entre sujeto y territorio. Es decir, con su propia historia colectiva, con ese otro que lo complementa, con la cultura y el lazo social que lo contiene y lo configura dentro de una comunión de sentido.
En este aspecto la Intervención Social se transforma en una especie de catalizador, de fermento que facilita o acelera esos encuentros, en la medida que hace ver el conflicto desde su sentido, su significado histórico social, sus conexiones causales y sus posibilidades de resolución.
Tomando algunos elementos de la Educación Popular, reconociendo que el saber está en el medio que nos rodea, pero fundamentalmente en ese Otro, segregado, excluido, oprimido.
La Intervención en Salud Territorial tiene la posibilidad de generar nuevos intercambios, lógicas en espacios de socialización desgastados y a veces ausentes de sentido, construyendo otros, recuperando historias y sentidos… “Quizás el desafío de estos tiempos, entonces, esté dado en las formas de que seremos capaces de construir como sociedad, que permitan llevarnos a ese proceso de ¨desalambrar la comunicación¨ y por ende desalambrar nuestras formas de pensar y nuestras formas de construir sentido”.
En síntesis, como un dispositivo que hace ver capacidades, habilidades, lo solidario o lúdico, lo histórico y lo expresivo que posee cada territorio, cada individuo en su conexión con los otros. Donde se proponga un desorden, donde lo que se presenta como aparente desde el orden de lo real, pueda ser dicho desde otro lado.
La palabra se transforma en un territorio compartido donde, tal vez, quien relata aprende de su propia vida. Intentando leer los fenómenos sociales en su multiplicidad de similitudes y des-semejanzas, en lenguajes reveladores de identidad.
Si el territorio es también historia, tiene inscripto en sí mismo las dificultades y también las posibilidades de resolución de los problemas. En la actualidad, la realidad se presenta como entreverada y compleja pero, quizás pueda ser dilucidada a través de formas de conocimiento que no busquen la exactitud objetiva, sino formas de aproximación subjetiva que puedan dar cuenta de parte de las imágenes y los sueños que nos rodean. Así, tal vez, es posible pensar nuevas formas de conocimiento de ésta que construyan relatos surgidos de la subjetividad de los actores sociales. Dado que la confusión que signa los espacios actuales de intervención requiere de nuevas historias que dialoguen con las viejas, pero, posiblemente de prácticas que puedan emerger a través de otras formas de expresión, donde la construcción de nuevas subjetividades se constituyan en forma de lazo social, en una nueva forma de relación con uno mismo, los otros, la naturaleza y lo sagrado.
La intervención en lo social desde una perspectiva territorial implica salir a buscar y despertar las historias y significados que recorren las calles. Las historias del territorio también son las puertas de acceso a los barrios, las calles y las plazas. Como así también a la ciudad en general.
De ahí que la Salud Mental en Territorio pueda implicar una búsqueda diferente, orientada a las solidaridades, a la recuperación de las formas de protección social, entendiendo al lazo social como una forma de respuesta, reencuentro, visibilidad y reconfiguración situada de presupuestos y categorías, tratando de construir acontecimiento, como una alteración única cuyos efectos pueden tener la capacidad de transformar el sentido de lo histórico, lo social y lo político.
· Alfredo Juan Manuel Carballeda ·
Dr. en Trabajo Social. Diplomado Superior en Ciencias Sociales Profesor Universitario. Investigador UNLP – UBA.
26 noviembre, 2020 at 4:38 pm
Hola! Quisiera saber el año en el que publican este articulo por favor, ya que debo citarlo en un trabajo.
Desde ya muchas gracias
30 noviembre, 2020 at 5:41 pm
Hola Camila, la nota pertenece a CARBALLEDA, Juan Manuel. «Producción de subjetividad perspectivas de la salud mental» en Revista Soberanía Sanitaria. Número 4, junio de 2018. Te dejamos el link a la revista completa: http://revistasoberaniasanitaria.com.ar/wp-content/uploads/2019/03/revistaSSnro4.pdf
Saludos!