Hace poco visité el cementerio de La Recoleta. Entre las tumbas de personajes ilustres, me topé con el sepulcro de Cosme Argerich, prócer de la medicina vernácula. Este hallazgo casual, sumado a un capítulo de la serie animada Zamba en el que él y Nina luchan por rescatarla del olvido, hizo que nos preguntemos dónde estaría enterrada María Remedios del Valle.¿, conocida como “La Capitana” y “Madre de la Patria”. Ella y Argerich sirvieron en la campaña del Ejército del Norte a las órdenes de Manuel Belgrano, uno como médico y la otra como enfermera y combatiente. Ella mujer parda,liberta analfabeta, y aquel un hombre blanco graduado en una universidad europea. Mientras Argerich es fácil de encontrar en la Recoleta, es casi imposible averiguar qué destino habrán tenido los restos Del Valle. Es muy probable que, como otras personas de su condición, esté enterrada en algún sitio perdido bajo las veredas del barrio de San Nicolás, donde pasó sus últimos años.
Si el trato que estas dos personas recibieron en la muerte fue tan distinto, es seguro que sus vidas como médico y enfermera en tiempos de la guerra de la Independencia también tuvieron grandes diferencias. A partir de ellxs, intentaré un acercamiento al trabajo en salud en las fuerzas armadas de nuestro país siguiendo una hipótesis modesta: su proceso de institucionalización, en especial del Ejército, llevó al plano normativo relaciones de subordinación preexistentes y que se basaban en la raza, el sexo y la clase.
Insistimos con el uso de estas categorías para analizar las relaciones interprofesionales por nuestro interés en las relaciones de dominación que rigen actualmente a los equipos de salud. Uno de los grandes obstáculos que tienen los intentos de superarlas, o al menos de ponerlas en cuestión, es su posicionamiento a-histórico. En este humilde texto, como en otros tantos, intentamos proponer un boceto de la genealogía de las desigualdades en la fuerza de trabajo en salud con la esperanza de limarlas con mucha paciencia y, algún día, lograr que desaparezcan.
Las guerras de independencia y el patriarcado de hecho
Cuando nos detenemos a estudiar las guerras que parieron este país, vemos que aquel ejército patriota es muy diferente del actual. Aunque el Ejército Argentino afirme en su escudo que nació en mayo de 1810, se instituyó como tal casi un siglo después, en 1901, con la promulgación de la Ley 4.301, conocida como Ley Ricchieri. Además de establecer el servicio militar obligatorio para todos los argentinos de veinte años, define la constitución del Ejército (de Línea, Guardia Nacional y Guardia Territorial) y separa, dentro del Ejército permanente, al cuerpo de “oficiales superiores, jefes y oficiales subalternos y asimilados” de “las clases: suboficiales, sargentos y cabos”1 . En el artículo 67 se deja claro que “los suboficiales constituyen una categoría especial entre las clases, siendo intermediaria entre éstas y los oficiales, pero sin que puedan en ningún caso ascender a oficiales en tiempos de paz”2. Sin tener uno ni varios artículos que traten sobre eso, más bien por omisión, la norma termina de excluir a las mujeres de las fuerzas armadas3.
Las mujeres, como María Remedios del Valle, si bien no estaban oficialmente incluidas entre las milicias, eran toleradas y se les asignaban roles diferenciados, como la cocina y las tareas de cuidado.
Hasta ese momento, la conformación de los ejércitos se había dado en la tensión permanente entre los esfuerzos por lograr un ejército regular moderno, las diferentes modalidades de la leva forzada como castigo para determinados delitos como la vagancia y las milicias voluntarias que, heredadas de la época colonial, todavía eran un importante factor de poder para los gobernadores provinciales. Los grados militares variaban constantemente, no seguían normas específicas y la posibilidad de ascender dependía muchas veces del reconocimiento del mérito por parte del jefe. Las mujeres, como María Remedios del Valle, si bien no estaban oficialmente incluidas entre las milicias, eran toleradas y se les asignaban roles diferenciados, como la cocina y las tareas de cuidado, aunque también participaban de los combates y puestos de mando, como en el caso de Juana Azurduy. Si bien esa figura de la mujer guerrera o al menos formando parte de un ejército aparece en las guerras de independencia, sobrevivió prácticamente todo el siglo XIX. En la década de 1860 encontramos a Santos “La Rubia” Moreno colaborando con la milicia del caudillo mitrista santiagueño Antonino Taboada y en la de 1880 a Carmen Funes, “La Pasto Verde”, como fortinera del ejército de Roca y primera habitante de Plaza Huincul, Neuquén. Cada una de ellas tiene una hermosa zamba que la homenajea.
Rita Segato, al comparar las relaciones de género en las comunidades originarias y en la sociedad colonial moderna, clasifica al patriarcado según su intensidad. Las desigualdades de género existían en ambos grupos pero la dominación que ejercía el varón indígena sobre las mujeres era de baja intensidad, mientras que el patriarcado colonial es de alta intensidad. Cuando habla de moderna colonialidad no se refiere exclusivamente a un período histórico sino a una modalidad de dominación fundamentada en supuestas diferencias biológicas que sustentan las categorías de raza y sexo y que heredaron los Estados independientes4. Si bien el período que nos toca abordar hoy se ubica indudablemente en el patriarcado colonial moderno, nos parece necesario marcar una diferencia entre las modalidades de desigualdad de raza y género que se daban durante la mayor parte del siglo XIX. Éstas se basaban en los usos y costumbres y se hicieron efectivas a partir de la organización nacional; llegaron a su punto cúlmine con el cambio de siglo, promulgadas mediante el texto de las leyes y fundamentadas con el discurso científico. Por eso, a las primeras la llamaremos patriarcado de hecho y a las segundas, patriarcado de derecho. El pasaje de una a otra marca tanto la exclusión de las mujeres del ámbito castrense como la cristalización del rol de la enfermería en el campo de la salud.
Una primera característica que distinguió a los médicos de enfermeras, hasta hace no tanto, es que tenían rostro. Formaban parte de la clase social que era retratada por los pintores del momento. Había dos formas de llegar a ser retratado: pagando o habiendo hecho méritos para merecerlo. El ejemplo de los Argerich es particularmente fácil de rastrear ya que encontramos retratos de representantes de la familia desde fines del siglo XVIII hasta principios del siglo XX. Tal vez el más ilustre sea Cosme Mariano, instigador involuntario de estas líneas. Formado en Barcelona, junto a Miguel O’Gorman y Agustín Fabre, integró el tribunal del protomedicato de Buenos Aires, y fundó la escuela de medicina que después, como facultad, pasaría a formar parte de la universidad, que recién se fundaría en 1821. Después de participar en la defensa de la ciudad durante las invasiones inglesas adhirió a la causa revolucionaria y participó como cirujano de la campaña del Ejército del Norte conducido por Manuel Belgrano. Al revisar los partes de la batalla de Caseros nos encontramos con Manuel Gregorio Argerich sirviendo como médico en las filas rosistas. Aunque ni él ni su hermano Juan Antonio se sumaron al Cuerpo Médico Militar creado por Bartolomé Mitre para la Guerra del Paraguay, la familia estuvo presente en la persona de Pedro Argerich, sobrino de ambos y uno de los estudiantes de medicina reclutados compulsivamente ante la falta de profesionales voluntarios y de un cuerpo médico militar (que se creó en ese mismo momento), cuyo retrato figura en el Álbum de la Guerra del Paraguay. Al asomarnos al famoso Episodio de la fiebre amarilla, que pintó Juan Manuel Blanes, nos topamos nuevamente con Manuel Gregorio, quien formaba parte de la Comisión Popular de Salud Pública que se hizo cargo de la lucha contra la epidemia de 1871 y dejó su vida. Pero no tenemos ninguna pista certera de cómo habrá sido la cara de María Remedios del Valle. Sus primeros retratos datan de 2008, cuando se comenzó a rescatar su figura del olvido como parte del reconocimiento de la herencia negra en Argentina y sólo comparten la imagen de una mujer negra5.
Otro atributo que tenían los médicos era la voz. De hecho, encontramos escritos de los Argerich en diferentes periódicos participando del debate público sobre los temas que estuvieran en boga en cada época, tuviesen o no que ver con la salud o la enfermedad. Por ejemplo, Cosme Mariano se sumergió en una polémica con Juan Crisóstomo Lafinur en el diario El Americano alrededor de la prescindencia de la teología a la hora de estudiar la fisiología humana. Por su parte, Manuel Gregorio, que además de médico era abogado y matemático, incursionó también en el arte y escribió los textos de la zarzuela Los consejos de Don Javier, que fue musicalizada y estrenada varios años después de su muerte. María Remedios del Valle, lo mismo que la mayoría de las mujeres no blancas que desarrollaban tareas de cuidado en su época, no tiene voz. Lo más probable es que haya sido analfabeta. Nos enteramos de ella y de su vida a través de un expediente administrativo en el que solicita una pensión como veterana del Ejército y por el debate que ese expediente desencadenó en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires. Viamonte la reconoció mientras ella mendigaba en los alrededores de la Plaza de la Victoria e impulsó el trámite. Los hombres blancos hablan de ella, algunos con afecto y respeto, otros con indiferencia burocrática, pero nunca le ceden la palabra.
Una tercera característica que le podemos atribuir a los médicos es el legado. Por un lado, encontramos rastros de su paso por el mundo en hospitales (como los hospitales que llevan el nombre de Cosme Argerich), libros, cátedras universitarias (Cosme, Francisco Javier y Juan Antonio fueron profesores de la Facultad de Medicina de la UBA) y sociedades a las que pertenecieron (Manuel Gregorio fue un importante miembro de la masonería argentina). Por otro, el homenaje a los ilustres antepasados a la hora de bautizar niños hace que aún hoy encontremos a Pedro o Francisco Argerich vivos y entre la población económicamente activa. El legado de María Remedios del Valle comenzó a recrearse cien años después de su muerte, cuando Carlos Ibarguren publicó una serie de artículos a partir del diario de sesiones de la Junta de Representantes. Según consta en el expediente, ella sobrevivió a sus dos hijos, uno biológico y otro adoptivo, quienes junto a su marido murieron en el campo de batalla6.
A lo que acabamos de escribir debemos sumar que el cuidado de heridos y enfermos, con la denominación de “enfermería” o no, se contaba en esa época entre las variantes del servicio doméstico. Quien se ocupaba de esos quehaceres también podía cocinar, lavar la ropa o limpiar y con mucha frecuencia era una mujer no blanca. Aunque se hablase de enfermeras y enfermeros, faltaban décadas para que se constituyese como una profesión o un oficio. Por lo tanto, no había normas que regulasen la actividad ni su presencia entre las tropas. Era algo que, por lo que aparece en los relatos de quienes tuvieron parte de la gesta independentista y de las guerras civiles, comenzaba a suceder en algún momento y era tolerado más que propiciado por los jefes militares.
La organización nacional, la insititucionalización del Ejército y el patriarcado de derecho
Después de la batalla de Caseros pero especialmente a partir de Pavón y la inauguración de las presidencias nacionales de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, se dio en la Argentina un proceso de construcción de normativa e instituciones que, además de sentar las bases del funcionamiento de un Estado unificado y moderno, tuvo dos víctimas principales: las personas no blancas y las mujeres. Los pueblos originarios, que formaban parte de las personas no blancas fueron los más atacados. Primero con la Constitución de 1853, luego con el Código Civil de Vélez Sarsfield y, por último, con la guerra de exterminio denominada “conquista del desierto”, cuando se les negó todo derecho sobre la tierra que habitaban, sobre sus cuerpos y sobre sus vidas. Con los afrodescendientes se realizó una operación más compleja en pos del blanqueamiento de la nación. Más allá de que puede haber aumentado su mortalidad por enfermedades o por las guerras, se invisibilizó la negritud mediante la creación de nuevas categorías de color de piel (“trigueño”, “moreno”) que aparecieron en los censos y en los datos biométricos del enrolamiento militar. Las negras y los negros pasaron a formar parte del pasado y su desaparición se volvió un misterio. En el relato escolar, negras y negros eran parte del elenco de personajes de la época colonial y la Revolución de Mayo. Para el acto del 9 de julio ya no estaban presentes.
Las mujeres se vieron especialmente perjudicadas a partir de la promulgación del Código Civil en 1871. En la mayor parte de las 97 veces en que se las menciona, aparecen junto a los menores de edad, los dementes, los que no tengan uso de razón y otras personas consideradas incapaces. No podían ser tutoras (salvo que fuesen abuelas), ni presentarse como testigos en instrumentos públicos ni celebrar contratos. Vélez Sarsfield se ocupó de aclarar que su posición con respecto a la mujer era una innovación que venía a romper con la tradición del derecho romano y las partidas españolas. Consideraba que la igualdad de derechos entre hombre y mujer en la sociedad conyugal atentaban contra el matrimonio y la familia y que, además, dejaba desprotegida a la mujer, quien dejada a su propio arbitrio corría el riesgo de perder sus bienes7.
En ese contexto general, Cecilia Grierson funda la primera escuela de Enfermeras, Enfermeros y Masajistas 1886. Aunque al principio eran admitidos varones, a partir de 1912 y hasta la década de 1970 solo se permitió ingresaran mujeres. La ordenanza municipal que introducía esa restricción tenía los siguientes fundamentos: “Nadie puede negar la superioridad de la mujer en todo lo que se refiere al manejo de la casa. La enfermera aporta a su oficio sus conocimientos de Economía Doméstica y sus condiciones naturales, que la hacen más solícita con el que sufre, más abnegada, más minuciosa y más ordenada”. A partir de ese momento, la Enfermería se feminiza por la fuerza en todo el país (y en todo el continente) salvo en el ámbito militar, donde la totalidad de los enfermeros eran varones y lo siguió siendo por décadas.
En el Ejército, los enfermeros quedaron en la carrera de suboficiales mientras que los médicos desde el inicio estuvieron en la oficialidad. Una vez más, la diferencia entre profesiones marcaba una relación de subordinación atravesada por la clase y por la raza. Recién en 1980 las mujeres volverían a ser admitidas en las Fuerzas Armadas.
Con esta breve exploración no pudimos averiguar dónde está enterrada María Remedios del Valle pero pudimos asomarnos a los mecanismos normativos y de acceso a la modernidad que cristalizaron las relaciones de dominación que existían en un plano informal desde hacía siglos que, aún hoy, siguen apareciendo como un obstáculo para la conformación de equipos regidos por la paridad, organizados a partir de las tarea y comprometidos con la salud del Pueblo.
Leonel Tesler es médico especialista en psiquiatría infanto-juvenil. Presidente de Fundación Soberanía Sanitaria y Director del Departamento de Ciencias de la Salud y el Deporte de la Universidad Nacional de José C. Paz.