“Eso que llaman amor es trabajo no pago”
Silvia Federici
Escritora, profesora y activista feminista italoestadounidense
A pesar de los avances en materia de igualdad, todavía hay una inequidad en la distribución de las tareas de cuidado. Se dice comúnmente que las mujeres llevan adelante una doble jornada de trabajo: salen al mercado de empleo, son productoras de bienes o servicios que tienen un valor de cambio, pero luego siguen trabajando en el hogar y se hacen cargo de la crianza, la alimentación y la atención de los miembros de la familia, todas tareas que no son remuneradas.
Dentro de esas tareas también aparecen las del cuidado de la salud. Actualmente, la distribución de la responsabilidad de esta actividad también es asimétrica: por un lado, recae en los hogares y no en organismos del Estado; por otro, dentro de las propias casas, es llevado adelante mayoritariamente por mujeres. A este compromiso (muchas veces elegido, otras asumido por necesidad) se lo denomina cuidado informal en salud y presenta dos aspectos relacionados con la equidad: por un lado, la distribución desigual de los costos del cuidado entre varones y mujeres, y por otro lado el reparto de la responsabilidad de cuidar, que recae casi siempre en las segundas.
Estos cuidados a menudo se entienden como parte de relaciones afectivas y de vínculos familiares que pertenecen al terreno de lo privado y, cómo se desarrollan en el ámbito de lo doméstico, se los considera “cosa de mujeres”. Pero ¿debería ser así?
Mujeres y cuidados
Las mujeres son las principales encargadas de las tareas de cuidado. Sobre ellas recae la presión de atender niños y personas mayores, lo que no solo limita su tiempo de ocio sino también sus oportunidades. Eso pone un tope al acceso a la educación formal (especialmente educación superior), a conseguir empleos de tiempo completo y obtener sueldos iguales a los de los varones.
Por eso, aunque la participación de las mujeres en el ámbito laboral ha aumentado, no existe una igualdad en el ingreso. Ellas ganan un 27 por ciento menos que los varones y quedan relegadas a los puestos más precarizados o, en muchos casos, informales, como en el caso de las empleadas domésticas. A pesar de que, si se suma el trabajo pagado y el no remunerado, las mujeres en todo el mundo trabajan más que los varones, ellas ganan en promedio solamente tres cuartas partes de lo que ganan ellos.
Este rol de las mujeres en el trabajo no remunerado, incluyendo el trabajo doméstico y los cuidados en salud, está naturalizado. Existe el mito de que las mujeres tienen una capacidad especial para cuidar mejor de las personas o para realizar las tareas del hogar, una característica generalmente vinculada al “amor”. Pero al tratarse de funciones no retribuidas económicamente suponen una carga no reconocida ni valorada. Por eso, la economía feminista considera el término “economía del cuidado” como un concepto central para visibilizar las consecuencias que tiene este trabajo no remunerado en la vida de las mujeres y sus familias.
Las tareas que las mujeres realizan a menudo por amor, o creyendo que son parte intrínseca de su responsabilidad como madres, hermanas, hijas, no son casi nunca reconocidas. Y sin embargo, tienen una importancia central en la salud de los países.
Las guardianas de nuestra salud
Las mujeres son las principales encargadas del cuidado de la salud de los miembros de la familia y quienes tradicionalmente han cumplido (y siguen cumpliendo) un rol central en el cuidado de la salud de los otros. La influencia que tienen en las conductas de salud de sus seres queridos las ubican en el lugar de proveedoras de atención primaria: son las encargadas de conseguir los turnos médicos (tanto de niños y niñas como de adultos), de controlar la toma de las medicaciones y cumplimiento de esquemas de vacunación, de gestionar y acompañar en el traslado a las consultas médicas, el retiro de análisis clínicos, el cuidado de los menores que deben quedarse en casa por enfermedad y muchas otras tareas más.
Estas tareas que las mujeres realizan a menudo por amor, o creyendo que son parte intrínseca de su responsabilidad como madres, hermanas, hijas, no son casi nunca reconocidas. Y sin embargo, tienen una importancia central en la salud de los países. En gran parte, los deteriorados sistemas de salud de nuestra región hoy se sostienen en las tareas de estas cuidadoras informales, quienes han desempeñado un papel decisivo haciéndose cargo de personas enfermas, discapacitadas y ancianas que no reciben otro tipo de atención debido a la reducción de los servicios de salud. Las medidas económicas de ajuste que desde finales de siglo pasado se aplicaron a los sistemas públicos de salud para enfrentar la crisis, obligó a las mujeres, y particularmente las de los sectores populares, a ocupar el vacío que dejaron estas instituciones. Y así lo hicieron, y lo siguen haciendo, dedicando su tiempo, sus ingresos y en muchos casos hasta resignando su propia salud.
¿Por qué decimos que estas mujeres sostienen los sistemas de salud? Porque gran parte de los logros en los programas de atención primaria de la salud (en nutrición, reducción de mortalidad materno-infantil, cuidado de los niños, etc.) dependen aún hoy del trabajo no remunerado de las mujeres. Un ejemplo claro es la escasez de recursos destinados al cuidado de los ancianos (geriátricos u hogares de día) que en gran parte se debe a que son atendidos por sus «familias». La mujer en nuestra sociedad es tanto responsable de la salud de su propia familia como gestora no remunerada de la salud comunitaria.
Es necesario comenzar a reconocer el valor que tienen los cuidados informales y no remunerados de hijos y familiares, tanto para la salud como para las economías de los países.
El problema es que el impacto en la salud y bienestar que estos cuidados amorosos tienen en las mujeres a menudo se pasa por alto. En primer lugar la vida cotidiana de estas cuidadoras pasa a girar en torno a ese rol, enfrentándolas con situaciones de difícil manejo para las cuales no están entrenadas, con toma de decisiones complejas, alteraciones en el sueño, descanso, agotamiento emocional e interrupción de la actividad social. Cuidar de la salud de otros, especialmente cuando no se cuenta con entrenamiento formal previo, implica un gran esfuerzo, tanto físico como psicológico. Y tanto es así que estas mujeres presentan mayores niveles de depresión y ansiedad y a menudo descuidan su propia salud, especialmente en lo relativo a alimentación y ejercicio (lo que algunas veces se manifiesta en hipertensión y problemas cardíacos, especialmente en las mujeres de edad avanzada).
Es verdad que cuidar a los seres queridos puede ser altamente gratificante, pero estas recompensas muchas veces puede ser sobrepasadas por pesadas cargas en ausencia de apoyo económico, práctico y emocional.
Cuidando a las cuidadoras
Pese a la crucial contribución de las mujeres al desarrollo y mantenimiento de la salud de sus familias y comunidades, su aporte sigue siendo desvalorizado y carente de apoyo, porque se lo piensa como un acto de amor, un deber correspondiente a su género o incluso como una extensión del trabajo doméstico. Si bien hoy en día los varones asumen más responsabilidades en los hogares de lo que lo hicieron sus padres y abuelos, nos falta un largo camino por recorrer. Es necesario comenzar a reconocer el valor que tienen los cuidados informales y no remunerados de hijos y familiares, tanto para la salud como para las economías de los países.
Terminar con la desigualdad en la distribución de las tareas de cuidado de la salud implica, por un lado, equilibrar la responsabilidad entre hogares y organismos estatales. Por el otro, promover la participación de los varones en estas actividades, para que dejen de considerar que, al realizarlas, “ayudan” a sus compañeras. Se deben reclamar políticas en salud formuladas desde una perspectiva de género que promuevan la repartición equitativa de las responsabilidades domésticas y de cuidados entre varones y mujeres, por ejemplo, modificando las políticas de licencias por maternidad y paternidad laborales brindando a los varones más días o garantizando servicios universalmente accesibles que cubran los cuidados de enfermos, discapacitados y/o personas mayores.
· Aldana Vales ·
Periodista, escribe sobre ciencia y salud y es egresada de la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires. Forma parte del equipo de Economía Femini(s)ta.
· Laura F. Belli ·
Doctora en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. Trabaja sobre temas de ética médica. Integrante de los comités de ética y de investigación del Htal. Gral. de Agudos Dr. Cosme Argerich de la Ciudad de Buenos Aires. Forma parte del equipo de Economía Femini(s)ta.
Economía Femini(s)ta es una organización que desde 2015 tiene como objetivo mostrar la desigualdad de género a través de la difusión de datos, estadísticas y contenidos académicos orientados a todo público. Además de trabajar el aspecto económico de la desigualdad, el equipo trabaja sobre temas de salud, de política, ciencia y muchas otras áreas que cruzan la vida de las mujeres.
Página web: http://economiafeminita.com/