Isabel, de la política a la clausura

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Isabel Perón. Un antipersonaje, un secuestro extorsivo en el aire, un rotundo retiro de medio siglo. Uno de los misterios más insoportables y, paradójicamente, menos explorados de la historia argentina. De la presidencia a la cárcel y de ahí a la clausura. Un cuerpo roto, atormentado, acorralado, vejado: otro territorio en el que se desplegó la violencia misoginia, antiperonista y golpista. Nos queda el castigo de su opacidad y la sentencia de Wainfeld: el silencio no es salud.

El antipersonaje

Isabel. La única mujer que ofició de delegada personal de Perón y que en 1965 volvió al país cuando Augusto Timoteo Vandor pretendía construir una alternativa sin el General. La primera mujer Presidenta de la Argentina, cargo que asumió tras el fallecimiento del líder justicialista. La última mandataria de la democracia antes del golpe de Estado de 1976 y la primera presa de esa dictadura cívico militar -aunque antes hubo muchas víctimas de la violencia paraestatal que desató la Triple A durante el gobierno peronista-. La ex mandataria que más tiempo estuvo en prisión. La última esposa de Perón, la única de tres que lo sobrevivió, la que enviudó. La única ex presidenta del siglo XX viva. La mujer que nació María Estela Martínez Cartas en La Rioja, se hizo Isabel en Panamá y Chabela en Puerta de Hierro. Hoy, a sus 93 años, vive en Villafranca del Castillo, una pequeña urbanización emplazada a 40 kilómetros al noroeste de Madrid, en un opaco silencio que sólo quebró en una conferencia de prensa que dio en una visita al país en 1993. Después de esa ocasión, su mudez no se alteró en ninguna de sus escasas reapariciones: en 1994 cuando regresó al país invitada por el entonces Presidente de la Nación, Carlos Saúl Menem; en 2007 cuando la Justicia argentina pidió su captura internacional en función de la investigación por la desaparición de un estudiante en febrero de 1976; en 2017 con un aviso fúnebre por el fallecimiento del gremialista Momo Venegas; y en abril de este año cuando recibió el premio a la hispanidad otorgado por la Asociación Preserva. 

Desde 1981, cuando la dictadura la liberó, vive en España. Allí se rodeó de amistades franquistas entre las que se cuenta Pilar Franco, la hermana del dictador español. Isabel, que enviudó a los 43 años y que hace 43 años no vive en su Patria, nunca más habló de su presidencia, ni del peronismo o del devenir político de Argentina. Nada. Tampoco se le conoció una pareja y vive como una monja de clausura, más católica que espiritista, más hispánica que argentina.

Entre su mutismo, el de historiografía nacional y el de buena parte del peronismo, pareciera que para leer a Isabel Perón no hay matices. Se trata, sin dudas, de la figura más controversial de la historia reciente y ahí hace raíz la incomodidad de humanizarla, de interpretar con justicia, de analizar con agudeza en el fatigoso equilibrio de severidad y piedad. Quienes la denostan y quienes la reivindican no encuentran grises. Así, aquellos que la sindican como una victimaria, como un personaje vergonzante del justicialismo, una perversa y una pervertida a la vez, una ambiciosa incapaz e inestable, una mujer sin formación política, la condenan a la intrascendencia, al ocultamiento, a la invisibilización o le adjudican toda la responsabilidad de las oscuridades del gobierno peronista de 1973-1976. Desde esta perspectiva, ella es “Isabelita” y se cancela cualquier indagación sobre su figura. Así, queda vacante -o peor aún, en manos de los adversarios- una respuesta sistemática y contundente en torno a las preguntas que despierta este personaje. 

Por el otro, quienes la conciben como una víctima de la dictadura militar y de la violencia política de la izquierda peronista, también la ponderan como la última representante de la doctrina justicialista, como una perseguida política y judicial por llevar el apellido del General. Más aún, como una dama acosada por el progresismo y el marxismo cultural que se habría apoderado del peronismo en los últimos veinte años. Esta romantización que se empeña en señalar que Isabel nunca se victimizó ni hizo alharaca de sus tragedias, anula todas las responsabilidades institucionales que le caben por la violencia paraestatal que se desató con la muerte del General. Para este grupo es “la Señora de Perón”. 

¿Y si fuera las dos cosas a la vez? ¿Y si en ella convivieran la dama y la perversa? En cualquier caso, como sostiene Julián Troksberg, Isabel es un “antipersonaje”: por la incomodidad que genera para la historiografía argentina y para el movimiento justicialista; por su silencio autoimpuesto que imposibilita conocer más del trienio en que protagonizó la escena política; porque cuesta pensarla más allá de Perón, a quien sucedió en la presidencia durante veinte meses; porque su figura suele ser pensada como binomio con José López Rega por la notoria gravitación que este personaje tenía sobre ella -la estrechez esoterica e ideológica de ambos, la aparente dependencia emocional y política que los unía-. Todo ello dificulta pensar en sus singularidades. ¿Quién era? ¿Qué quería? ¿Qué pensaba? ¿Qué ambicionaba? ¿Qué podía? 

Isabel, sin dudas, configura uno de los misterios más insoportables y, paradójicamente, menos explorados de la historia argentina. Ella ni siquiera está: no está su busto en el hall de honor de la Casa Rosada y tampoco está su voz sobre la Triple A ni sobre la madrugada del 24 de marzo de 1976. Para peor, sobre un periodo de la historia argentina que ha dado lugar a una prolífica literatura, revistas, producciones artísticas y audiovisuales, resulta llamativo el vacío existente en torno a ella. En general, ella aparece en fragmentos de trabajos que tienen otro nudo, como un comentario al pasar, a cuento de otra cosa. Tan así que es posible contar con los dedos de una mano los libros centrados en su figura: Isabel Perón. La Argentina en los años de María Estela Martínez -texto que se reeditó en 2016 como La primera presidente: Isabel Perón. Una mujer en la tormenta- de María Sáenz Quesada. También, en 1983, la Editorial Sudamericana publicó Perón- Perón (1973-1976) de Guido Di Tella sobre la presidencia que compartieron. En 2007, la Editorial El Ateneo lanzó Isabel Perón. Intimidades de un gobierno de Julio González, ex Secretario Técnico de la Presidencia de la Nación. Desde otro género narrativo, la novela Una pálida historia de amor de Rodolfo Enrique Fogwill hace alusión a los años en Panamá. Asimismo, en diciembre de 2021, Diego Mazzieri publicó Isabel. María Estela Martínez por siempre de Perón que se consigue en formato digital y, el último trabajo de Facundo Pastor titulado Isabel. Lo que vio. Lo que sabe. Lo que oculta. Ampliando la búsqueda, se puede ver el documental Una casa sin cortinas de Julián Troksberg que se estrenó en 2021 -se encuentra en YouTube- y revisando archivos, aún es posible hallar ejemplares de revistas como Las Bases, la publicación de José López Rega, o el quincenal Línea dirigida por el historiador revisionista José María “Pepe” Rosa entre otras que han retratado a Isabel Perón.

Lo que está a la vista es la falta: nadie, o casi nadie, escribe sobre ella. ¿Por qué? Imagino muchas posibles respuestas. Pero también advierto que, frente a esta vacancia, hubo dos tentativas igualmente nocivas: un saber incompleto y un saber totalizante. En el primer caso, se trata de ideas sueltas, muchas veces mitos y fábulas, de parcialidades que lejos de abordar integralmente al personaje agravan la ignorancia. Para peor, muchas de estas sentencias fueron fabricadas en las usinas de pensamiento de sus adversarios y, frente a la falta de explicaciones, hasta algunos justicialistas se valen de ellas para pensar al tercer gobierno peronista. La otra estrategia fue construir un sentido único del peronismo a partir de Isabel. Así, tanto quienes se autoproclaman “doctrinarios” del movimiento nacional justicialista como sus detractores fijan que el peronismo es la Señora de Perón. 

Procurando no incurrir en ninguno de estos vicios, este artículo no pretende reivindicar su figura, ni su mandato, ni su presente sino aproximarse a este opaco personaje de la historia argentina a partir de los sucesos que se desplegaron en las primeras horas del 24 de marzo de 1976.

 

El helicóptero 

En marzo de este año, el periodista Facundo Pastor publicó el libro Isabe. Lo que vio. Lo que sabe. Lo que oculta. El punto inicial del trabajo es la fotografía que Horacio Villalobos capturó en la madrugada del 24 de marzo de 1976: el helicóptero Sikorsky S-58DT de la Fuerza Aérea Argentina que despegó de la terraza de la Casa Rosada con Isabel Perón y su “comitiva” a bordo. Este grupo estaba integrado por Julio González -Secretario Técnico de la Presidencia-, Rafael Luisi -comisario de la Policía Federal Argentina y Jefe de la Custodia Presidencial-, Mariano Troncoso -oficial de la Policía Federal y miembro de la custodia- y Ernesto Diamante -edecán naval-. De todos ellos, el único que aún vive es González quien, además, sindica a Diamante como el traidor que le traficaba información a Emilio Massera para la organización del golpe de Estado.

Esa noche, en medio del caos económico y el terror político que azotaba al país, entre atentados de la guerrilla, la represión paraestatal y los rumores cada vez más fuertes del derrocamiento del gobierno, la Casa Militar fue notificada por el servicio de inteligencia acerca de que la organización Montoneros había comenzado a cavar un túnel sobre Avenida Libertador. En función de ello, se reforzaron los protocolos de seguridad alternando los viajes en autos oficiales y los traslados aéreos para cuidar a la Presidenta. En la noche del 23 de marzo, se fijó que Isabel debía volar hacia la Quinta de Olivos y por su acrecentada paranoia, ella no discutió la orden castrense. 

Acosada por la soledad, sin Perón y sin López Rega. Trastornada por las voces que la perseguían en cada silencio y con una anorexia nerviosa que la había llevado a los 37 kilos. Aterrorizada por la persecución judicial que se había iniciado contra el hermano Daniel por los crímenes de la Triple A y por hechos de corrupción durante su gobierno. Arrinconada por la inestabilidad política derivada de las incontrolables tensiones dentro del peronismo, de la violencia política como paisaje, de la intentona del Congreso para decretar su inhabilitación para ejercer el poder, así como de la creciente postura intervencionista de la jerarquía militar, Isabel terminó una extenuante jornada laboral de más de 15 horas para regresar a Olivos a distraerse con las banalidades mundanas. Como en un tétrico reflejo de Argentina, su cuerpo, su salud física y mental, estaba al borde del colapso. Minutos después de embarcar en el helicóptero que tenía que trasladarla a su residencia, los miembros de su comitiva advirtieron que la nave se había desviado: veían el río. El piloto -Oscar Pose Ortiz de Rozas- y el copiloto -Héctor Raúl Blanco-, reclutados especialmente por los golpistas para llevar adelante la acción, fingieron que la nave había tenido un desperfecto que los había obligado a aterrizar de urgencia en el Aeroparque Jorge Newbery. Bajo un engaño que se extendió por horas, se inició el secuestro extorsivo que le pondría fin a la democracia. 

Una vez en la pista, Troncoso divisó a cinco francotiradores sobre la terraza de uno de los edificios de Aeroparque y comprendió que el desvío tenía otra intención. Aunque en un primer momento, González exigió que enviaran los autos oficiales para que Isabel bajara del Sikorsky S-58DT, los pilotos Pose Ortiz de Rozas y Blanco argumentaron que existía el riesgo de un incendio. Entonces, el Secretario Técnico reclamó la presencia del Jefe de la base aérea para que explicara lo que estaba ocurriendo. Cuando las autoridades de Aeroparque se aproximaban a la nave, Isabel dio un salto y salió del helicóptero, fastidiada. La Presidenta caminó junto a Antonio José Crosetto, jefe de la Aeroestación Militar Aeroparque hasta su oficina.  Los demás fueron esposados y conducidos hasta un auto que los trasladó hasta el apostadero naval Buenos Aires, para luego ser confinados en diferentes buques de la Armada junto a José Deheza (ministro de Defensa) y Pedro Arrighi (ministro de Educación), Antonio Cafiero (embajador en el Vaticano), Guido Di Tella (viceministro de Economía), Raúl Lastiri y Norma López Rega, Miguel Unamuno (ministro de trabajo) y Carlos Menem, entre otros. 

Ya sola y con un arma dentro de su cartera, Isabel esperó por más de una hora hasta que tres jefes militares se presentaron: José Rogelio Villarreal por el Ejército, Pedro Santamaría por la Marina, Basilio Lami Dozo por la Fuerza Aérea ingresaron para anunciarle que “las Fuerzas Armadas han asumido el poder político de la Nación y queda usted destituida”. Los tres dieron versiones similares de lo que acaeció en ese despacho esa noche. Sin embargo, Isabel Perón sostiene que le propusieron firmar un documento en el que se establecía que, por graves afecciones de salud, renunciaba a la presidencia y delegaba el poder en las FFAA en “aras de la concordia, la unidad y la paz social”. Más aún, esta carta la ubicaba en la Quinta de Olivos, ocultando todo lo que había ocurrido desde que despegó de la Casa Rosada esa noche. La intención de los militares era que ella se hiciera cargo del final del gobierno y disfrazar la ruptura constitucional que estaban desplegando. A cambio, le garantizarían su traslado a España para residir en Puerta de Hierro. De lo contrario, le esperaba la cárcel. 

Isabel no lo firmó y así se inició su infierno incierto. Primero fue traslada a la residencia El Messidor en Neuquén. Allí fue encerrada en una habitación tapiada donde permaneció custodiada permanentemente, sometida a una extrema soledad, perseguida por el insomnio, sin ver la luz del sol y hostigada por sus guardiacárceles. En esa estadía, atormentada hasta por la imagen que le devolvía el espejo, la raparon en dos ocasiones argumentando que había una infección de piojos.  También allí fue interrogada, junto a Julio González a quien trasladaron especialmente, por el fiscal de investigaciones administrativas Conrado Saadi Massué. El asunto era el retiro de fondos reservados el 23 de marzo de ese año, dinero que había sido devuelto por los colaboradores de González a las autoridades militares tras el golpe de Estado (González, 2007:27).

La tortura se disipó cuando el jefe del escuadrón Puyehue de la Gendarmería Nacional, Modesto Emilio Villaverde, fue nombrado a cargo de la custodia de la mansión y con quien forjó un buen vínculo que hizo más apacible la cárcel de Isabel. Sin embargo, el respiro fue breve ya que las autoridades militares fueron notificadas de las contemplaciones de Villaverde. Éste fue arrestado y la residencia intervenida, generando una gran depresión en la prisionera quien, tiempo después, fue trasladada a la base naval Juan Bautista Azopardo en Azul. Según explica Pastor, el traslado fue ordenado por Massera y dio lugar a la etapa más oscura de su cautiverio. Con un intento de suidicio, los días y las noches se desarrollaban entre episodios de llanto, gritos, golpes en las paredes, sonidos extraños y espiritismo. 

En octubre de 1978 fue trasladada a la Quinta de San Vicente hasta que, según Pastor, “las internas en las Fuerzas Armadas empezaban a poner en jaque el proyecto dictatorial” y finalmente fue liberada en julio de 1981. Ciertamente, las causas en las que se vio envuelta después del secuestro extorsivo de marzo de 1976, referían a hechos de corrupción de su gobierno. Muchas de ellas se cerraron, en otras fue encontrada culpable o sobreseída. Tras cinco años de prisión, habiendo cumplido dos tercios de las condenas, el juez decretó su excarcelación. En ese lustro, tras una detención ilegal y sin Estado de derecho, los tormentos, los abusos y las vejaciones cometidas por sus carceleros fueron la regla y procuraron exaltar los fantasmas que vivían en ella, agravando su deteriorada salud física y mental. Un castigo que se ejecutó en su carne. Así, cuando recobró la libertad, su decisión fue regresar a Madrid y lo hizo acompañada por una comitiva. Desde entonces guardó un prolijo silencio sobre las opacidades de su gobierno, la noche del 24 de marzo y la prisión a la que fue sometida después. Sacudida por el robo de las manos del General Perón y por la venta obligada de Puerta de Hierro, siguió enfrentándose con la depresión, la soledad y las voces. 

A 50 años de su asunción, tenemos pocas certezas sobre este personaje. Entre ellas que con Isabel Perón se evoca a la austeridad e impopularidad del Rodrigazo, así como la violencia paraestatal de la Triple A, pero también las vejaciones y la misoginia como castigo impuesto por las Fuerzas Armadas al peronismo y su rotundo silencio sobre una etapa fundamental de la historia nacional reciente. Se trata de una mujer que ejerció el máximo rol en el sistema político argentino y que desde hace medio siglo optó por la clausura, dejando vacante la  reconstrucción de un fragmento de esos años. Y por otro lado, como sucedió con todas las grandes mujeres del justicialismo – tan diferentes como protagónicas en su tiempo-, sus adversarios políticos descargaron su aversión por el género femenino y por la justicia social con furia sobre sus cuerpos: celebraron el cáncer y se robaron el cadáver de Eva, la actriz; secuestraron y torturaron a Isabel, la cabaretera; gatillaron dos veces apuntando a la cabeza de Cristina, gozosa del poder. De esas vejaciones, de esos castigos que se imponen sobre la piel, sobre la intimidad, sobre la materialidad de nuestras mujeres, de esa violencia también habla el silencio en torno a Isabel. 

 

“El silencio no es salud”

La frase “el silencio no es salud” pertenece a un artículo de Mario Wainfeld fechado el 21 de enero de 2007 en referencia al pedido de captura internacional de Isabel Perón que la justicia argentina había lanzado en la causa que investigaba delitos de la Triple A. El escriba sostenía que “la puja por una sociedad digna de ser vivida es dura y zigzagueante. Implica hacerse cargo de una agenda densa”. Al final, agregaba que “los pueblos (como las personas en sus módicas biografías) poco ganan con el miedo y el no te metás. Contra lo que alega el vizcachismo, son dueños de lo que dicen, de lo que asumen, de lo que elaboran. Y esclavos de lo que callan, lo que ocultan o lo que niegan”. Pensar y discutir sobre Isabel Perón es tan incómodo como necesario. Esos debates son saludables. Y siempre es mejor encontrar las explicaciones una, que comprar las que venden otros.

 

Manuela Hoya es socióloga y maestranda en Política y Gobierno por Unsam. Inició su militancia en la Juventud Peronista y desde hace un lustro escribe ensayos sobre coyuntura política, justicialismo, feminismos y migraciones. Se desempeña como docente universitaria y es Directora General Electoral de la Provincia de Buenos Aires. Es autora de Feminismo Jumanji. Una apuesta justicialista contra la ira neoliberal conservadora (Clave Intelectual, 2023).

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