ENTREVISTA A ALESSANDRA LUNA

 

¿Por qué hay un cuerpo adecuado y uno inadecuado?

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Fue atacada por su identidad de género. Y luego, tratada con crueldad en diversos centros de atención. El repaso que la activista travesti Alessandra Luna hace en esta nota excede su historia personal: va trazando diversas violencias que deben afrontar diariamente las personas que no “encajan” en el binarismo hombre-mujer. ¿Por qué si Argentina es de vanguardia en el reconocimiento de algunos derechos la comunidad travesti es expulsada del sistema de salud? ¿Cuáles son las claves para construir un abordaje que deje de ubicar a las personas trans en un lugar de inferioridad, subordinación y/o rareza?

Activista, travesti, feminista, conurbana y abolicionista. Con ese poderoso quinteto de conceptos se autodefine Alessandra Luna, una reconocida militante por los derechos humanos y la diversidad sexual y de géneros de Guernica, al sur del Gran Buenos Aires. 

Es cofundadora de Conurbane Disidente y de Amazonas del Sur. Transita por universidades del conurbano: cursa la Licenciatura en Ciencias Políticas y Gobierno en la Universidad Nacional de Lanús y se diplomó en Géneros y Sociedad de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Y, como si fuera poco, también coordina el “Consultorio Inclusivo” en el CAP Nº 1 de Longchamps, del Municipio de Almirante Brown, un dispositivo que se propone mejorar la atención de personas trans y travestis.

Su teoría travesti se va hilvanando no solo a través de sus diversas intervenciones públicas si no también a partir de sus fanzines y de su primer libro, La Leviatana. Y además abrió en su casa un centro cultural -junto a su pareja Leo- desde donde se propone intentar “romper los binarismos y el cisexismo”. 

¿A qué llamamos cisexismo? A una particular y sistemática forma de violencia que pone en un lugar de subordinación y opresión a las personas trans (que no se identifican con el mismo género asignado al nacer) respecto a las personas cis (que sí se identifican con el mismo género asignado al nacer). La base de esa desigualdad se da porque se considera que las identidades y expresiones de género cis son más «naturales» y «legítimas» que las de las personas trans.

¿Qué pasa cuando una travesti se acerca a un centro de salud?

Enseguida empiezan los coditos, las burlas, las risas. La estigmatización es inmediata. Después tenés que enfrentarte a la parte administrativa, donde la mayoría del personal sigue insistiendo en desconocer la Ley de Identidad de Género que aclara que, más allá de que esa persona se haya cambiado o no el DNI, debe ser tratada por su identidad autopercibida. La mayoría se escudan en la ignorancia para seguir perpetuando la violencia discursiva.

La mayoría desconoce la Ley de Identidad de Género que aclara que, más allá de que esa persona se haya cambiado o no el DNI, debe ser tratada por su identidad autopercibida.

¿Y cómo evaluás el trato adentro de los consultorios?

No te puedo explicar las resistencias que tenemos que afrontar, por ejemplo, cuando una chica trans tiene que ir a urología o un varón trans, a ginecología. Hay algunos que con suerte saben de la terapia de reemplazo hormonal, pero cero perspectiva de género. Son personas que construyen “hombres” y construyen “mujeres”. No tienen la más mínima idea sobre las personas no binarias. Te encontrás con profesionales muy machistas, patriarcales, que nos tratan a las travestis en masculino; son situaciones muy fuertes. Entonces empezamos a divagar de hospital en hospital.

¿Qué violencias particulares sufre la comunidad travesti en situación de prostitución cuando debe recurrir al sistema de salud?

Lo primero que hay que decir es que la prostitución es el primer negocio a nivel mundial, superó al narcotráfico y al tráfico de armas. Hay más gente en situación de trata que en la esclavitud. Y esto no funcionaría sin la complicidad del poder. La prostitución mueve muchísimo dinero para el Estado (para dar solo un ejemplo, en conurbano sur cada compañera debe pagarle al jefe de calle 500 por día para pararse en una esquina, vaya o no vaya). Nuestro promedio de vida de 35 años se da por los crímenes de odio, que justamente se dan cuando las travestis estamos en situación de prostitución. Los ataques o agresiones que recibimos nos obligan a acudir al sistema de salud, donde sufrimos desidia y más odio.

¿Recordás alguna situación que hayas vivido que ejemplifique esto que decís?

Sí, hace poco una vecina sufrió un intento de femicidio y ahí me acordé una situación vivida que había naturalizado. Una de las puñaladas que tengo en el cuerpo -debajo del omóplato- es de un intento de homicidio. Al agresor lo atrapó gente que había visto lo ocurrido y lo golpearon. El cirujano me dijo que por milímetros no se perforó el pulmón. Luego de la cirugía, ¡me pusieron en la misma sala con el agresor y solo nos dividía un biombo de tela! Como toda guardia nocturna, cada tanto se iban todos y quedaba desolada. No pegué un ojo en toda la noche. Me resistía por el miedo. Jamás una perspectiva de género en esa intervención.

¿Creés que esa falta se da por mero desconocimiento, por rechazo a la comunidad travesti trans o ambas?

Mirá, prevalece el odio. Yo me acuerdo que discutía a los gritos con el cirujano, me cosió sin anestesia y me trataba en masculino. Yo gritaba como chancha por el dolor. Me ofendían por mi género. ¿Qué necesidad? ¿No era yo la víctima acaso? Es más, un médico me dijo: “¿vos no tendrás ropa para darle (al agresor)? Porque a la mañana hace frío y está solo”. A él lo llevaron y lo atendieron divino, le consiguieron ropa, llamadas e impunidad. Claro, disciplinó a una travesti, era un héroe.

¿Nadie aquella noche intentó un abordaje distinto?

No, al contrario. Hasta la gente de administración me discriminaba. Dijeron mi dirección bien en voz alta al anotar mis datos. Con lo cual, por muchos meses sentí miedo de cruzármelo. Tuve que ir unas semanas a dormir a lo de unas amigas.

Esta estigmatización y falta de atención adecuada, ¿se da en todo el sistema de salud por igual?

Trans y travestis sufrimos en todo el sistema. Hace dos años un varón trans, otra chica trans y yo sufrimos un ataque de dieciséis tipos en completo estado de ebriedad. Nos pegaron durante veinte minutos frente a un hipermercado de Glew. Intentaron matarnos. La gente se agolpaba en el lugar, pero solo para filmar. Cuando llegó la ambulancia y vio que éramos personas trans y travestis, nos miraron de arriba abajo y se fueron. En la guardia del hospital tampoco nos querían atender. Nos fuimos a otro hospital. Nos dejaban tirados en la guardia después de haber recibido semejante paliza. El ataque nos sucedió a las ocho de la noche y recién nos hicieron tomografías y cosieron a las siete de la mañana del día siguiente.

Argentina es considerado un país que ha hecho importantes avances en relación a los derechos de la comunidad trans y travesti. ¿Por qué eso no se refleja en las prácticas sanitarias?

Acá somos tenidas en cuenta como personas trans y travestis, cuando en otros países se nos considera como gays y aún en algunos rige la pena capital por ser homosexual. Argentina es de vanguardia, suscribe a los derechos humanos, respeta la diversidad de género y tiene una ley de avanzada. Debería poder reflejarse en la salud, que se respeten nuestros cuerpos y nuestros sentires. Cualquier cuerpo puede vivir y representar a cualquier género. ¿Entonces por qué la ley habla de “adecuar”? ¿Por qué hay un cuerpo adecuado y uno inadecuado? Queremos que nuestras problemáticas sean integradas al sistema de salud. Muchas veces nos dicen que, desde que tenemos el DNI, tenemos todo resuelto. La verdad que no, tenemos una herramienta para poder defendernos contra un mundo que sigue igual.

¿Qué se debería hacer para frenar la deserción de comunidad travesti del sistema de salud?

El mayor desafío es construir una mirada sanitaria que rompa con el machismo y con el patriarcado. Eso es lo que nos expulsa. Hoy estamos pensando en una salud feminista, pero la construcción del conocimiento es hétero-cis-céntrica. ¿Qué significa esto? Que piensa a trans y travestis como “lo otro”. Antes de la colonización, los pueblos originarios respetaban y reconocían toda la diversidad de géneros y muchos sistemas no eran binarios: además de hombres y mujeres había otras categorías de género que se vivían en completa libertad. Las orientaciones sexuales, también. En el poscolonialismo es penalizado lo que no se ajusta al binarismo y la heterosexualidad obligatoria. ¿Por qué las personas trans debemos sentir que tenemos que adecuar nuestros cuerpos con hormonas o con cirugías? Adecuar significa que hay algo “inadecuado”.

¿Cuál sería la llave para terminar con esas presiones que los binarismos le imprimen a los cuerpos?

ESI. Educación Sexual Integral. Pero es un trabajo arduo y a largo plazo. Entonces es más fácil venderle hormonas a las personas trans y “normatizarlas” que educar a todo el mundo y decirles que los cuerpo de las personas trans también están bien. Para tener derecho a intervenir mi cuerpo, primero tengo derecho a no modificarlo. Cualquier persona nos diría: “bueno, pero nadie les obliga”. No tenemos un revólver físico pero sí tenemos un revólver social que nos empuja a modificarlos. Yo puedo empoderarme, decir mi cuerpo es correcto y afrontar el mundo. Pero si yo quiero caminar por la calle libremente sin que me caguen a palos, si yo quiero tener acceso a un empleo, relacionarme en lo afectivo, sí o sí tengo que pasar por intervenciones quirúrgicas o abrir la boca y tomarme una hormona que adecúe mi cuerpo a los esquemas corporales construidos colectivamente.

¿Cuáles son los mayores desafíos del sistema de salud en la atención de la comunidad travesti?

Pensar más políticas públicas que tengan que ver con nuestra salud específicamente. Y para eso, primero desde la academia tiene que haber una resignificación para derrocar la construcción del conocimiento machista y patriarcal. Y además tenemos que empezar a hacer campañas sobre la salud del colectivo trans travesti. Asegurarnos, a partir de la Ley Micaela, que los efectores estén capacitados en perspectiva de género. Y que tengan un conocimiento de las problemáticas de salud, más aún cuando nuestro colectivo está en situación de prostitución en un 90 por ciento. El Estado es responsable del travesticidio social. Nos empujan a la prostitución como único destino. Pensar que, si la Ley de Cupo Laboral Trans Travesti se cumpliera, ocuparíamos el 1 por ciento de la planta del Estado y nos sobrarían oportunidades. La policía nos criminaliza y la medicina y la psiquiatría nos sigue patologizando. Todo eso tiene que cambiar urgente. Hay una frase que resume nuestra lucha: “Nuestra venganza será llegar a viejas”.

· Luciana Mignoli ·

Periodista feminista, docente e investigadora de Proyectos UBACYT, del área de Comunicación y Géneros del Centro Cultural de la Cooperación y de la Red de Investigadorxs en Genocidio y Política Indígena en Argentina. Integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito Zona Sur.