Hoy en día el trabajo de los etnógrafos integrados a equipos interdisciplinarios e intersectoriales, tanto en investigaciones como en intervenciones, es cada vez mayor, en especial, cuando se trata de atender a problemas que requieren de esta formación y competencia técnica para identificar, describir y explicar las diferencias en las estrategias de las comunidades humanas frente a problemas diversos que afectan su vida cotidiana, bienestar y salud. La participación como etnógrafos en estos espacios presenta un conjunto de desafíos metodológicos y éticos, aspectos de la práctica profesional que son constantemente problematizados como requisito indispensable para el abordaje de cualquier tipo de situación.
En nuestros días existe una alta demanda de inclusión de las perspectivas y experiencias de las comunidades que son alcanzadas por diferentes proyectos, debido a una ampliación de derechos de grupos considerados “minoritarios” y/o “vulnerables”, situación en la cual se inscriben los pueblos originarios en muchos casos.
Ello no siempre está acompañado por un crecimiento en paralelo de la formación de los investigadores para el trabajo con la comunidad, para llevar adelante proyectos donde la “participación comunitaria” sea el eje, donde la intersectorialidad sea lo que define el problema de investigación/intervención y su alcance, donde la gente sea capaz de participar en las diferentes instancias y tenga la posibilidad de consensuar estrategias, tiempos y resultados con los profesionales.
La experiencia que vamos a comentar tuvo lugar entre el 2000 y el 2008 en Misiones, con comunidades Mbya Guaraní que residen en el Valle del Kuña Piru. A partir de un estudio realizado por biólogos de la Universidad Nacional de La Plata que indicó alta prevalencia de parásitos intestinales en la población indígena y su posible asociación con problemas nutricionales, condujo a estos investigadores a convocarnos a participar de un proyecto de extensión universitaria orientado a transferir los resultados y realizar actividades de promoción y prevención en asociación con el personal de salud local, ya que éramos a un equipo de etnógrafos que investigábamos en la misma población. Desde nuestra incorporación se planteó la necesidad de que el proyecto incluya la participación de las comunidades Mbya, fundamentalmente para conocer sus estrategias para afrontar las parasitosis y sus puntos de vista sobre la magnitud de este problema. Incluir las perspectivas y experiencias de la gente a través de su participación activa en espacios de intercambio y formación no fue un proceso sencillo: llevó a replantear el eje de la formulación original del proyecto y por supuesto, la definición del problema.
Desde nuestro enfoque, hablar de transdisciplina supone abordar problemas que trascienden los límites de una o más disciplinas científicas y profesiones, integrando el saber de los actores locales, en este caso las comunidades Mbya. Había que garantizar su participación en un proyecto que en principio parecía orientado a considerarlos destinatarios. El planteo original era la realización de talleres que tenían una parte expositiva a cargo de los expertos, donde se explicaba el ciclo de vida de los parásitos y, por supuesto, los factores de riesgo y pautas de higiene asociadas, para luego abrir a la participación de las personas de la comunidad. La idea original fue también que en esos talleres participaran todos los actores interesados, lo que incluía al personal de salud que atendía a la población Mbya. Estas ideas desestimaban un factor importante: la desigualdad que existe, en varios aspectos, entre los indígenas, los trabajadores de la salud, los funcionarios y los universitarios. Desigualdad de saberes, de lenguajes y de poder. Los indígenas hicieron algunas preguntas, los que manejaban mejor el castellano, pero no hablaron acerca de sus ideas y costumbres en relación a los parásitos. Los trabajadores de salud, indígenas y criollos, intentaron siempre adecuar su discurso al de los expertos de la Universidad, en un gran esfuerzo por distinguirse de las comunidades Mbya.
Incluir las perspectivas y experiencias de la gente a través de su participación activa en espacios de intercambio y formación no fue un proceso sencillo: llevó a replantear el eje de la formulación original del proyecto y la definición del problema.
Fue difícil para nuestro grupo de etnógrafos más biólogos resignar este tipo de modalidad para dar lugar a otro tipo de participación comunitaria. Hasta ese momento estábamos todos juntos y aparentemente en las mismas condiciones de participar, pero cada uno jugaba su propio “juego de lenguaje”, se expresaba en el marco de sus paradigmas, que en un principio parecían inconmensurables. Afortunadamente, en estas comunidades hubo algunas personas que rápidamente captaron “nuestro” punto de vista y nos hicieron una propuesta: nos invitaron a su taller, el “Taller Mbya sobre los tacho” (parásitos en lengua guaraní).
Este taller generó una mirada diferente del personal de salud y un replanteo del modo de vinculación con las comunidades en la atención de la problemática. La enseñanza fundamental fue perturbadora en cierto modo. Implicó reconocer que si bien la participación comunitaria es necesaria y deseable, fundamentalmente en proyectos de extensión, también produce ciertas “incomodidades”, saca a los académicos y a los profesionales de la salud, que en muchos casos comparten visiones normativas basadas en la evidencia científica, de los conceptos, teorías y hechos que están habituados a reconocer, entender y aceptar. Y ahí estábamos, justo en este punto donde teníamos que empezar a pensar desde otra perspectiva el problema y aceptar la validez ecológica y empírica de conocimientos y experiencias que no habían pasado por la instancia de la contrastación científica.
Lo primero que se planteó en el taller es que “con tacho venimos”, es decir, no todos los parásitos tienen un origen exógeno, sino que “nacen” con el individuo. Primera ruptura con la explicación de los parasitólogos sobre los modos de transmisión y ciclo de vida de los parásitos intestinales. Y a su vez, estos parásitos pueden mantener una relación con sus hospedadores de “comensalismo”, no de “parasitismo”. En otras palabras, la presencia de parásitos en el organismo no siempre es perjudicial, ya que hay una diferencia entre “tener parásitos” y “estar enfermo” de parásitos. Los parásitos tienen acción patogénica solo cuando se altera el equilibrio entre estos y sus hospedadores humanos, como consecuencia de cambios en el ambiente y en la dieta. Lo que supone situar la enfermedad y los síntomas en un contexto ecológico. Segunda ruptura: desde la perspectiva de la salud pública y de los estudios epidemiológicos clásicos, los parásitos tienen siempre un efecto deletéreo en la salud. ¿Cómo los Mbya podían plantear lo contrario? Esta idea relativiza el esfuerzo por erradicar los parásitos, cuya presencia en la población indígena y criolla estaba, además, absolutamente “naturalizada” por la población y por el personal de salud, lo que se traducía en prescripción, sin mediar diagnóstico específico, de antiparasitarios toda vez que se sospechaba su presencia. La perspectiva Mbya y la científica se acercaban en cuanto a los síntomas, pero diferían en las causas y en las formas de prevención. Las ideas de los Mbya ponían en cuestión la importancia de recomendaciones tales como “no andar descalzo”, pauta que no se cumplía, y que era, desde el punto de vista de los parasitólogos, la principal vía de ingreso dadas las características del suelo y del ambiente selvático en general. Tercera ruptura: existen pautas que responden a visiones normativas del riesgo que se “transmiten” sin mediar evaluación de su adecuación a contextos culturales y ambientales. Finalmente, en las explicaciones Mbya sobre los riesgos de enfermarse de parásitos advertimos ideas que representaban una síntesis entre sus concepciones vernáculas y las que habían aprendido resultado de años de interacción con el personal de salud, ideas que también identificamos en éstos últimos. Cuarta ruptura: había más puntos en común entre las ideas de la población indígena y criolla de las que en principio se anticipaban: hay préstamos, sincretismo, resignificaciones.
Si bien la participación comunitaria es necesaria y deseable también produce ciertas “incomodidades”: implica abandonar visiones normativas, conceptos, teorías y hechos que académicos y profesionales estamos habituados a reconocer, entender y aceptar.
Así, a los ojos de los expertos, la principal causa de la persistencia de la problemática parasitaria en la población indígena era su cultura, y secundariamente, las condiciones de infraestructura sanitaria. El obstáculo para mejorar la salud de la población estaba ahí: en ideas y costumbres difíciles de cambiar, en el desinterés por conocimientos y prácticas racionales. Sin embargo, las “revelaciones” del taller obligaron a diseñar una investigación orientada a promover la expresión de las teorías y prácticas vernáculas y a la vez, a la búsqueda de estudios en poblaciones indígenas sobre parasitosis que nos permitieran ampliar nuestra comprensión de los factores y procesos que inciden en ellas. El resultado de esta última fue sorprendente: hallamos numerosos estudios en el campo de la epidemiología, la ecología histórica y la genética que daban cuenta de la co-evolución de parásitos y humanos en ambientes tropicales, un alto grado de adaptación a la presencia de parásitos en el organismo, sumado a una visión ecológica sobre esta interacción y sus consecuencias sobre la salud que excedía una mirada de causalidad lineal entre “factores de riesgo” y enfermedades independientes del contexto en que ocurren. En relación a ello, las intervenciones desde la salud pública adquieren dos modalidades principales: la entrega masiva de antiparasitarios y/o el desarrollo de programas o actividades de promoción de la salud que advierten a la población sobre la necesidad de modificar ciertos hábitos o conductas “de riesgo”, referidas principalmente a la higiene y saneamiento sin tener en cuenta las implicancias de orden ideológico y práctico que esto supone.
La transición desde la mirada clásica a esta mirada compleja, que toma en cuenta la historia y la cultura de estos pueblos, nos acercó a la experiencia Mbya y nos permitió comprenderla y valorarla. Nos permitió salir de esquema de la enfermedad como problema individual, resultante de la irresponsabilidad en el cumplimiento de prescripciones estándar, a la explicación de la enfermedad como problema colectivo, derivado de la interacción de procesos ecológicos, donde la reducción del territorio y la movilidad espacial, la menor disponibilidad de alimentos “tradicionales”, la deforestación y la contaminación del suelo tienen lugar.
Los resultados del taller Mbya y todo lo que desencadenó produjeron una mezcla de fascinación e incomodidad. ¿Cuándo alguien se enferma de parásitos? Cuando esa relación entre parásitos y hospedador se altera, por cambios en el entorno, por la ruptura de tabúes sobre la comida, porque ya no se puede mantener el Mbya reko (cultura, sistema de vida). Resulta más cómodo pensar en la causa de las enfermedades como un problema del “otro”, resultado de sus limitadas posibilidades de cambiar, que pensar en estos términos donde lo que se cuestiona son las transformaciones en el territorio y el modo de vida de pueblos como el Mbya y sus consecuencias sobre la salud en perspectiva histórica.
Actualmente, y pese al camino recorrido, continúa vigente en ciertos sectores esta idea de unidireccionalidad del conocimiento, en la medida que se asume que un tipo de conocimiento está por encima de otros. La consideración o no de estas explicaciones está en función de nuestra capacidad para conectar la experiencia y argumentos de estos pueblos con nuestros propios argumentos, que resultan de contextos de “descubrimiento” y de “justificación” muy diferentes, pero ello no impide que puedan ponerse en diálogo.
Con este breve relato de experiencia, en el que por razones de espacio hemos omitido la descripción detallada de los saberes y prácticas Mbya frente a estos problemas, he intentado mostrar el potencial para el aprendizaje intercultural e interprofesional y disciplinario de la participación comunitaria en la investigación y extensión universitaria. Este aún hoy nos guía y nos interpela en cada nuevo proyecto que pensamos junto a “otros”, en este caso, nativos de la provincia de Salta, originarios de los Valles Calchaquíes, con quienes estamos en el camino de pensar las estrategias de Atención Primaria de la Salud más allá de lo programático, recuperando saberes, experiencias y habilidades de los agentes de salud locales, para optimizar sus prácticas y avanzar hacia un mayor acceso y equidad de los servicios de salud para comunidades originarias.
· Carolina Remorini ·
Antropóloga. Profesora Titular Etnografía I (UNLP). Investigadora Adjunta CONICET. Integrante del Laboratorio de Investigaciones en Etnografía Aplicada (LINEA), UNLP.