Trump y la gran industria farmacéutica

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Analizando la opinión del senador demócrata Bernie Sanders, se llega a la conclusión que el nuevo presidente tiene una contradicción esencial frente al negocio de los medicamentos: lo que dijo en campaña y lo que realmente está dispuesto a hacer.

El proceso electoral de los Estados Unidos ha dejado múltiples enseñanzas y sorpresas que abonan las poco productivas especulaciones del tipo “qué hubiera pasado si”. Entre esas sorpresas y entre las menos obvias, se encuentra la posibilidad que un candidato, que desde los estándares de Estados Unidos pudiera denominarse de izquierda, tuviera chances reales de llegar a la presidencia. Aún hoy se continúa afirmando que si Bernie Sanders hubiera llegado como candidato demócrata hubiera tenido mayores posibilidades que la propia Hillary Clinton.

Pero qué tiene que ver esto con lo que interesa a este primer número de nuestra revista. El tema es que el senador por el Estado de Vermont -limítrofe con Canadá- acaba de encarar como uno de sus temas de preocupación prioritarios el acceso y los precios de los medicamentos en una columna de opinión el 3 de febrero de este año en el Washington Post. Pensamos que vale la pena compartir algunas reflexiones de la nota porque uno podría pensar que lo que nos pasa a nosotros es porque somos un país relativamente pequeño en el concierto mundial y el poder de las empresas multinacionales es enorme. Pero sorprende a través de las reflexiones de la nota percibir que también un país como Estados Unidos puede quedar a merced de poderes supranacionales, especialmente si encuentran las complicidades imprescindibles como para no ejercer la capacidad regulatoria en uno de los mercados más “imperfectos” e “inelásticos” del mundo.

Nos referimos en jerga económica como “imperfectos” a aquellos mercados en el que el comprador no sabe a ciencia cierta lo que compra, e “inelástico” porque a excepción de la imposibilidad absoluta de pagarlo, hará lo imposible por hacerlo aunque los precios sean abusivos porque el comprador no conoce los riesgos de la no medicación ni mucho menos los precios de referencia.

Estados Unidos puede quedar a merced de poderes supranacionales, especialmente si encuentran las complicidades imprescindibles como para no ejercer la capacidad regulatoria en uno de los mercados más “imperfectos” e “inelásticos” del mundo.

 

El propio título de su nota expresa la dimensión política que el tema ha adquirido “cobrándole” al entonces candidato y ahora presidente de los EE UU una de sus promesas de campaña: ¿Tendrá Trump el coraje de frenar a la Gran Industria Farmacéutica?9 Al respecto recuerda en su nota que: “El presidente Trump y otros republicanos han hablado acerca de la codicia de la industria farmacéutica. Recientemente Trump dijo (acertadamente) que la Gran Industria Farmacéutica está poniendo en riesgo la vida de la gente”.  Se trata sin dudas de un recurso retórico para llamar la atención de los lectores ya que inmediatamente expresa sus enormes dudas de que tal cosa ocurra: “Pero hablar es fácil, el asunto es: ¿tendrán realmente los republicanos el coraje de sumarse a mí y a muchos otros colegas para frenar a las compañías farmacéuticas y proteger a los consumidores norteamericanos, poniendo in a la desgracia de ser un país que paga por lejos el más alto precio por la prescripción de drogas en el mundo? Si Trump cree lo que dijo acerca de la industria empujará a su partido para salvar vidas americanas”.

La argumentación parece un poco extrema, pero no lo es tanto si se considera la enorme penetración de las empresas farmacéuticas en la vida cotidiana de ese país llegando a ser el principal financiador por pauta publicitaria de los medios audiovisuales, promoviendo extensamente la automedicación y últimamente incluso disputando preferencias del público en temas tan engorrosos como terapias oncológicas.  Sanders así lo argumenta: “Las cinco más grandes compañías farmacéuticas han ganado más de 50 billones de dólares en 2015. Mientras tanto cerca de 1 de cada 5 norteamericanos no puede pagar las medicinas que le fueron prescriptas. El resultado: millones de norteamericanos se enferman más, algunos terminan en los servicios de emergencia a un enorme costo y otros, innecesariamente, pierden sus vidas”.

El alegato remata incluyendo una reflexión ética que seguramente no conmoverá a los CEOs de la industria farmacéutica: “Parece más allá de la sensatez, que mientras muchas personas están sufriendo y muriendo por no acceder a la medicación, los 10 ejecutivos mejores pagos de la industria han ganado colectivamente 327 millones de dólares en el 2015. Estos ejecutivos se enriquecen mientras los ciudadanos mueren, lo que es inadmisible”. Pero cómo se llega a ésta situación, el propio columnista intenta explicarlo: “La raíz de este problema es que somos el único país desarrollado que no negocia ni regula el precio de los medicamentos”. Podemos dudar que sea el único, pero sin dudas es el más importante por el tamaño de su mercado interno.

Más adelante la descripción se vuelve tan cotidiana que uno empieza a pensar que está hablando de la Argentina: “Uno puede caminar de una farmacia a otra y el precio puede ser el doble o el triple por la misma medicina y no hay barreras legales para frenar estas arbitrariedades. Las corporaciones pueden subir los precios tanto como el mercado le permita: si la gente muere, no es su problema; si la gente está más enferma, tampoco”.

Como ya hemos mencionado, Sanders vive en un estado fronterizo y la comparación con el país vecino es inevitable: “A 75 km de mi casa en Vermont, la misma medicación fabricada por la misma compañía, en la misma fábrica, está disponible por apenas una fracción del precio. Noventa días de medicación de Januvia, para la diabetes, cuesta u$s 505 en Estados Unidos y 204 en Canadá. Noventa días de Advair, para el asma, cuesta u$s 464 en Estados Unidos y 222 en Canadá. Un año de medicación de Xtandi para el cáncer de próstata avanzado cuesta u$s 130.000 en Estados Unidos y 30.000 en Canadá”. No puede evitar luego una referencia a señalar una paradoja que puede sin embargo ser controversial: “Adicionalmente nuestro gobierno, en consecuencia, nuestros contribuyentes, pagaron por la investigación que condujo al descubrimiento del Xtandi”.

“Uno puede caminar de una farmacia a otra y el precio puede ser el doble o el triple por la misma medicina y no hay barreras legales para frenar estas arbitrariedades.”

 

Básicamente el comentario es controversial porque el dinero, la riqueza que circula en los Estados Unidos y llega a las empresas y a los fondos de investigación a través del presupuesto público, serían imposibles de generar sin su posición dominante en el mercado mundial, que les permite no solo operar como un jugador privilegiado, sino incluso ijar las reglas de juego. En otras palabras, en última instancia todos los habitantes del planeta pagamos la investigación que se hace en Estados Unidos y haciendo coincidencia con su posición política podríamos esperar de Sanders que, mucho más allá de la lógica de las patentes, abonará porque el conocimiento capaz de resolver favorablemente un problema de salud deba convertirse en un bien público.

La idea que el ahora presidente no va a cumplir sus promesas de campaña deja más adelante en la nota de ser motivo de especulación: “Este estado de cosas es inaceptable y hasta hace muy poco Trump estaba de acuerdo. Sin embargo, después de una reunión con los lobistas farmacéuticos el presidente comenzó a cambiar su opinión: en lugar de negociar los precios de los medicamentos a la baja, ahora habla de reducirles impuestos, lo que significa billones de dólares en las espaldas de los consumidores”.

La columna de opinión del senador parece girar bruscamente ya que viene a sustentar un proyecto que parece poco probable que prospere, pero podemos coincidir que tendría al menos un efecto revulsivo o testimonial para poner en foco el problema. Se trata ni más ni menos que de autorizar que los norteamericanos puedan comprar medicamentos en y desde Canadá a los precios que los mismos se obtienen en ese país.

La baja probabilidad de que la propuesta prospere y el por qué no lo expresa también en la columna: “Las compañías, con sus aproximadamente 1.400 lobistas en Washington DC. y una enorme cantidad de donaciones para la campaña, resistirán”. “Las compañías farmacéuticas no declinarán fácilmente los billones de dólares de ganancia que reciben de los consumidores. La industria farmacéutica es una de las más poderosas fuerzas políticas de este país. Las compañías farmacéuticas han gastado más de 3 billones de dólares en lobby desde 1998 y tienen muchos miembros del Congreso defendiendo sus intereses; solo durante la elección del 2016 la industria superó los 58 millones de dólares en contribuciones políticas”.

Sin embargo, la nota deja en claro la convicción del autor que no se dará por vencido y aun conociendo las dificultades cree que la política logrará ponerse por encima de los intereses económicos para cumplir su rol de custodio del bien común de los ciudadanos: “Los receptores de esas contribuciones en el Congreso nos dirán que permitir la importación de drogas comprometería la seguridad de los ciudadanos. Esto es absurdo: ¿podemos comer pescado y vegetales de todo el mundo, pero no podemos importar prescripciones de la misma marca fabricadas por algunas de las más grandes compañías en el mundo desde un país avanzado como Canadá?. No tiene sentido. Más aún, los Estados Unidos importan cerca del 80% de los insumos clave de sus medicinas desde otros países, incluidos países en desarrollo como la India y China. De acuerdo a la Kaiser Health, 19 millones de estadounidenses han comprado medicamentos más baratos desde otros países. Para afrontar los gastos de sus medicamentos vitales han comprado on line, incluso de farmacias que no habían sido adecuadamente reguladas. Nuestra propuesta de hecho mejoraría la seguridad, garantizando que solo prescripciones provenientes de vendedores extranjeros autorizados por la FDA tales como las farmacias reguladas por el sistema de salud canadiense, puedan ser importadas, protegiendo a los ciudadanos de algunos de los riesgos actuales. El proyecto aborda también el aspecto más crítico de la seguridad”.

La nota culmina con una convocatoria amplia a que la política le ponga el cascabel al gato apelando a una ironía “los medicamentos no tienen ninguna eficacia terapéutica si los pacientes no pueden comprarlos”. Ponerle control político a los agentes económicos globalizados continúa siendo el desafío de la época y para ello no nos sobran aliados.

 

· Mario Rovere ·

Es médico pediatra y sanitarista. Dirige la Maestría en Salud Pública de la UNR. Es también el coordinador general de ALAMES

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