Aunque no sea sencillo dimensionarlo adecuadamente, lo que estamos viviendo desde principios del año 2020 constituye, luego de las dos grandes guerras mundiales, el suceso más conmovedor de la historia contemporánea, superando incluso la conmoción de la caída de las Torres Gemelas.
Finalmente llegó, la pandemia más anunciada de la historia, la que iba a dejar chiquita a la gripe española, la que no ocurrió con el SARS, la que no ocurrió con la gripe porcina (H1N1), la que no ocurrió con el ébola, llegó de la mano de un coronavirus la COVID-19 menos letal que sus primos el SARS y el MERS, pero de una contagiosidad sin precedentes.
Apenas cinco años atrás Bill Gates, -el constructor del imperio Microsoft, el mismo que desplazó a Rockefeller en el liderazgo de la filantropía sanitaria internacional, y el mismo que por la desidia de las grandes potencias devino en un actor protagónico de la propia OMS- advertía: “hoy la mayor catástrofe mundial no se parece a esto [una catástrofe nuclear]… Si algo ha de matar a más de 10 millones de personas en las próximas décadas, probablemente será un virus muy infeccioso más que una guerra. No misiles, sino microbios. En parte la razón de esto es que se han invertido enormes cantidades en disuasivos nucleares. Pero en cambio, muy poco en sistemas para detener epidemias. No estamos preparados para la próxima epidemia” (Bill Gates “charla TED” 2015).
Estados Unidos, el país líder, potencia mundial económica, política y militar por más de 70 años, es hoy el país que se acerca a aportar un tercio del total de casos a nivel mundial y ha alcanzado en tiempo récord uno de los primeros puestos en el luctuoso ranking de fallecidos.
Al momento que se escribe este artículo las cifras ya son pavorosas de por sí pero seguramente lo serán menos hoy que cuando lo estén leyendo. Sin embargo, un dato no pasará tan rápidamente al olvido: el que Estados Unidos, el país líder, potencia mundial económica, política y militar por más de 70 años, el que invierte el 17 % de su PBI en salud, el que dedica en promedio más de 11.000 dólares por habitante por año para brindar un fragmentado e injusto sistema de atención médica, el que a pesar de contar con más de 50 días para prepararse respecto a otros países asiáticos y europeos que no tuvieron esa posibilidad, es hoy el país que se acerca a aportar un tercio del total de casos a nivel mundial y ha alcanzado en tiempo récord uno de los primeros puestos en el luctuoso ranking de fallecidos.
Nada menos que Henry Kissinger, a sus 96 años, lo expresa con contundencia: la supremacía norteamericana se construyó sobre la base de “la creencia de que sus instituciones pueden prever calamidades, detener su impacto y restaurar la estabilidad. Cuando termine la pandemia de COVID-19 se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado”, e incluso agrega: “la prueba final será si se mantiene la confianza pública en la capacidad de los estadounidenses de gobernarse a sí mismos”.
No por casualidad, los gobernadores en los Estados Unidos (ocurre lo mismo en Brasil) se ven obligados a definir políticas a espaldas e incluso contrarias a las del gobierno federal que, por citar solo un ejemplo, no ha establecido ninguna restricción para el tráfico aéreo doméstico y algunas restricciones muy ligeras para el internacional.
En vez de esto, la ira del presidente Trump se vuelca sobre la OMS, le quita los fondos e intenta desacreditar a quien hoy lidera esa institución, por primera vez un representante de África: el Dr. Tedros Ghebresus. Ante los ataques, la respuesta del Director de la OMS fue igualmente dura: “El funcionario consideró que usar la pandemia COVID-19 para ganar puntos políticos es peligroso y solo daría como resultado “muchas más bolsas para cadáveres”. Quizás una premonición sobre los entierros masivos que hoy encara la Ciudad de Nueva York.
El negacionismo y la confrontación entre ciencia y política llegó también a la política doméstica de América Latina, en donde el presidente Bolsonaro, -quien llega a ese cargo como fruto de una de las farsas jurídico-políticas más grotescas de la historia contemporánea-, dejó al descubierto en una torpe maniobra que no gobierna y que es apenas la cara visible de un golpe cívico-militar. Le solicitó públicamente la renuncia a “su” Ministro de Salud, quien sin embargo continuó en su cargo algunas semanas por el apoyo del ejército y finalmente fue reemplazado por un empresario de la salud.
A pesar de los frecuentes choques entre Estados Unidos y los organismos de las Naciones Unidas, el sistema de gobernanza política mundial creado luego de la segunda guerra continúa dependiendo del liderazgo norteamericano: hasta el inicio de la actual administración -con la permanente oposición del ala dura de los republicanos- aportaban el 25 % del financiamiento de los organismos internacionales mundiales y el 50 % de los organismos panamericanos.
Sin ese predominio y sin ese soporte solo cabe anunciar una verdadera crisis del sistema internacional que puede devenir en un nuevo Leviatán basado en los países que salgan mejor parados de la pandemia (¿China?, ¿Rusia?) o en lo que nunca ocurrió, una verdadera democracia en el orden mundial.
Se ensayan muchas conjeturas, pero al menos una cosa parece cierta: esta pandemia va a trastocar necesariamente el orden internacional. A su manera, Bill Gates lo expresa: “he hablado con docenas de expertos sobre el COVID-19, y hay pruebas claras de que la enfermedad discrimina de diferentes maneras: mata más a los ancianos que a los jóvenes, más a los hombres que a las mujeres, y tiene un impacto desproporcionado sobre los pobres. Pero hay algo de lo que no he encontrado ninguna prueba, y es de que la enfermedad discrimine en función de la nacionalidad. Al virus le dan igual las fronteras. (Bill Gates, El País 12/4/2020).
Se escuchan por estos días comentarios sobre que estamos enfrentando una crisis sin precedentes, lo que en parte es cierto para las generaciones más jóvenes y menos cierto para aquellas que han llegado a vivir otras pandemias asustadoras como la de poliomielitis en la década de los 50’s.
Sin ese predominio y sin ese soporte solo cabe anunciar una verdadera crisis del sistema internacional que puede devenir en un nuevo Leviatán basado en los países que salgan mejor parados de la pandemia (¿China?, ¿Rusia?) o en lo que nunca ocurrió, una verdadera democracia en el orden mundial.
La humanidad ha acumulado muchos aprendizajes. Cuando hoy apelamos al cierre de fronteras nos remitimos a estrategias sanitarias de la Europa del siglo XIV y cuando aplicamos las cuarentenas echamos mano a una herramienta fundante de la salud internacional ya utilizada por la ciudad puerto de Venecia en el siglo XV. Sin embargo, algunos siglos después, quedaría expresamente de manifiesto por parte de los mercantilistas la verdadera contradicción abriendo una “grieta” en el pensamiento sanitario, ahora entre “miasmáticos” y “contagionistas” un debate teórico, científico, económico y geopolítico que se actualiza en la contradicción salud pública vs. mercado. Por cinco siglos las presiones, argumentos y demandas de los comerciantes y sus voceros se han reiterado como una letanía.
A la inversa de lo que se cree, el reglamento sanitario internacional y los centenarios organismos internacionales de salud no tenían como objetivo fundamental proteger la salud de la población, sino -tal como reza aun en su histórico preámbulo- proteger al libre comercio de las medidas “exageradas” de la salud pública.
El coronavirus SARS CoV-2 -como ya todos sabemos- hizo literalmente un salto de especie, lo que fue detectado a fines del año 2019. Aunque se mantiene la polémica sobre el hospedero habitual de este virus, hay certezas, al momento, que el hecho ocurrió en un mercado de la ciudad de Wuhan, en donde habitualmente -como en muchos lugares del mundo- se comercializaban animales vivos para consumo alimentario.
La velocidad de contagio obligó al gobierno chino a tomar medidas drásticas: a comienzos del mes de enero dispuso cuarentenar a 45 millones de personas, una decisión sin precedentes en la historia sanitaria mundial y que pocos países podrían aplicar y sostener con eficacia.
Cuando uno mira la curva de crecimiento de la población mundial y ve la forma como los seres humanos hemos avanzado sobre la naturaleza y sobre los diversos ecosistemas, se explica que hayamos roto, una vez más, la barrera entre especies. Los microorganismos la saltan porque es cuestión de su propia supervivencia. En este caso, un virus nuevo en circulación se encuentra con una población gigantesca sin ninguna inmunidad o defensa, así que definitivamente el coronavirus es la consecuencia de la economía mundo.
La velocidad de contagio obligó a un Estado como el de la República Popular China, ya de por sí omnipresente, a tomar medidas que llamaron inicialmente la atención mundial, más incluso que la propia enfermedad; y es que a comienzos del mes de enero el gobierno chino dispuso cuarentenar a 45 millones de personas, una decisión sin precedentes en la historia sanitaria mundial y que pocos países podrían aplicar y sostener con eficacia.
La esperanza que este virus hubiera quedado confinado a un territorio, a un país específico, fue desde el principio una quimera, pero probablemente fue esa falsa sensación de seguridad la que operó en contra, explicando porque en un plazo relativamente breve ya estaba circulando en Corea del Sur y sorprendentemente en el norte rico y desarrollado de Italia.
La enfermedad adquirió proporciones dantescas, subiendo su letalidad de un 3% en China a más del 10% promedio en Italia.
Tal vez por las características de alta mutación de los Arenavirus en general o por la gran longevidad de la población europea la enfermedad adquirió proporciones dantescas, subiendo su letalidad de un 3% en China a más del 10% promedio en Italia. Claro que la información desde China ya advertía que en mayores de 65 años la letalidad era superior y por encima de los 80 años alcanzaba hasta un 14%.
En América del Sur la respuesta fue muy dispar, pero a grandes rasgos se observa una fuerte tendencia al cierre de fronteras, a la interrupción de los vuelos comerciales domésticos e internacionales y diversas medidas de los gobiernos nacionales o subnacionales con diferentes grados de aplicación de cuarentenas y con resultados dispares.
Además del dramático caso de Brasil, que en tiempo récord se sumó a los países más afectados del planeta), el Ecuador y en particular la provincia del Guayas y la ciudad de Guayaquil representan los mejores ejemplos de lo que ocurre cuando no se respeta el potencial de contagio de este virus y un abrupto número de casos hace colapsar los debilitados servicios de salud.
América Latina se encuentra frente a una nueva oportunidad si comprende el dramático giro geopolítico que se viene y deja atrás la reciente sobreactuación de alineamiento con Estados Unidos.
En Argentina, beneficiada inesperadamente por una medida económica, el llamado dólar solidario, se redujo considerablemente el número de turistas que viajaron al extranjero comparado con años anteriores y frente a las noticias internacionales tomó un camino distinto, aplicando medidas precoces de aislamiento de viajeros, de cierre de fronteras y decretando una estricta cuarentena apenas se verificó la primera circulación comunitaria del virus. Los resultados, incluso comparando con países vecinos, resultan muy alentadores, pero no dejan margen para equivocarse.
América Latina se encuentra frente a una nueva oportunidad si comprende el dramático giro geopolítico que se viene y deja atrás la reciente sobreactuación de alineamiento con Estados Unidos. El mensaje del presidente argentino al grupo de Puebla, del 10 de abril, respaldado en la coherencia de su propia política y en la forma en la que ha asumido personalmente la conducción de la política sanitaria, ha sido más que explícito: “entre la economía y la salud elegí la salud. Una economía que cae un 11 por ciento se puede volver a levantar. Un hombre o una mujer que muere no”.
· Mario Rovere ·
Médico pediatra y sanitarista. Dirige la Maestría en Salud Pública de la UNR.