PRESENTACIÓN DEL #2 DE LA REVISTA

Salud: una construcción colectiva

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01/08/2017

La salud es un concepto que se fue construyendo conforme al desarrollo del conocimiento humano. Sin embargo, en las últimas décadas, un grupo relativamente pequeño de empresas ha adquirido una enorme capacidad de modelar la mayor parte del quehacer científico y del sentido común de las poblaciones, adaptándolas a sus intereses comerciales. Este “modelo” es sustancialmente biologicista, curativo, individualista, súper especializado y se basa en un uso desmesurado e irracional de las tecnologías sanitarias, tanto de la aparatología médica como de los fármacos.

Podríamos decir, haciendo un enorme ejercicio de simplificación, que hasta fines del siglo XIX, los conocimientos disponibles permitían concebir a la salud solo alrededor del intento de diagnosticar y curar la enfermedad. El presupuesto filosófico-teórico de la enfermedad y la muerte era el punto de partida para la explicación de la salud. En el siglo XX aparece la epidemiología que agrega, a la clínica médica individual, la posibilidad de desarrollar la “clínica socio-ambiental”. Sobreviene entonces el positivismo para explicar el riesgo de enfermar en la población y se agrega el factor social pero acotado a una mirada estructural-funcional, sin protagonismo de la comunidad, a la vez que se reconoce el poder del Estado como el principal responsable de asegurar la prevención de la enfermedad

¿Cómo avanzar entonces hacia un nuevo paradigma que tenga como presupuesto filosófico-teórico de la salud a la vida, sin descuidar, obviamente, la prevención de la enfermedad ni el rol central del Estado? La medicina social tiene un recorrido a nivel mundial y latinoamericano que nos aporta elementos para avanzar. Las respuestas a este interrogante pasan, ineludiblemente, por la participación de la comunidad en la construcción de la salud, participación que debe ser protagónica en todos los procesos, en la planificación, en la ejecución y en el control, “prácticas sociales que integran diversos actores y poderes a más del poder del Estado: el accionar del individuo, de los movimientos sociales que promueven la salud, controlan socialmente el cumplimiento de los deberes encomendados al Estado, luchan por su democratización y entran en acuerdos-desacuerdos con los poderes supra e infranacionales”, según el profesor ecuatoriano Edmundo Granda.

Avanzar en este nuevo paradigma es inviable en el marco de un sistema de salud como el que hoy tenemos en Argentina. Para construir un Sistema Nacional Integrado de Salud bajo la tutela estatal se requiere de una activa participación de la sociedad, tanto para garantizar su construcción y buen funcionamiento, como para poder desarrollar el nuevo paradigma de la construcción colectiva en salud. La participación comunitaria se convierte así en la garantía de sostén del sistema, porque hay una certeza: remover todos los intereses que se benefician de la salud como mercancía y sostenerla como derecho, constituye un desafío que no se logra únicamente a través de normas (aunque hay que generarlas) ni en un día, sino que es un largo proceso lleno de conflictividad.

La salud es un derecho colectivo e individual al mismo tiempo, pero a la hora de tomar decisiones conflictivas -que constantemente sobrevendrán- entre ambas esferas, el bien colectivo debe primar sobre el bien individual. Este conflicto es permanentemente exacerbado por los voceros de los intereses de los que solo buscan lucrar con la salud. Esa pugna entre dos lógicas diferentes no tiene una solución que conforme a todos y siempre genera tensión. Es el Estado el único capaz de dirimir el fiel de la balanza en un sentido o en el otro, entre el “mejor bien común posible” y del bien de las minorías por encima de las del conjunto. Cuando en la actualidad los sectores concentrados del complejo médico industrial de EE.UU. y sus aliados a escala mundial atacan a los sistemas de salud europeos de posguerra que, aunque con diferencias entre ellos, están fuertemente controlados por el Estado, lo hacen sobre la base de generar expectativas individualistas dirigidas sobre todo, a los sectores económicamente más pudientes de la sociedad. Ni que hablar de países como el nuestro, en el que la lógica de lo colectivo y solidario y del uso racional y equitativo de los recursos viene vapuleada desde hace décadas.

Será entonces un largo proceso de lucha cultural que habrá que dar para modificar nuestro sistema de salud y para eso se necesitan miles de trabajadores de la salud y millones de ciudadanos conscientes de las ventajas que significa instrumentar los cambios necesarios, con ánimo de involucrarse y participar. A ello nos abocamos, siguiendo la consigna del gran sanitarista argentino Mario Testa cuando nos dice: “si solo la historia puede conducir a una ciencia verdadera, una ciencia verdadera tiene que servir para la construcción de la historia”.

 

· Daniel Gollan y Jorge Hoffmann ·

Dirección General Revista Soberanía Sanitaria / Secretario General ATE CDP Santa Fe