Cuba es una anomalía en los países del mundo. La victoria de los revolucionarios encabezados por Fidel Castro sobre una dictadura militar apoyada y armada por Estados Unidos (en un momento en que estos estaban distraídos) permitió que se creara en América una sociedad declaradamente socialista, cuya legitimidad interna descansaba (y descansa hoy) en la doctrina del igualitarismo y la justicia social. Cuba era (y es) un mal ejemplo para un capitalismo financiero globalizado y, paradójicamente, y encima estaba ubicada a tan solo 150 kilómetros de las fronteras de su mayor gendarme mundial. Estados Unidos financió y organizó una infinidad de actos de sabotaje y desestabilización contra Cuba, más una invasión militar a toda escala que fracasó. A este fracaso siguió un bloqueo durante medio siglo que dura aún. Ante esta adversidad, los cubanos han desarrollado mucha creatividad, primero para sobrevivir, y luego para poner en práctica políticas que ofrezcan bienestar al conjunto de su población
Por una de esas casualidades de la historia, los sistemas de salud más opuestos del mundo resultaron ser estrechísimos vecinos: el de Estados Unidos con su salud neoliberal, donde la capacidad de pago es un elemento central en el acceso a los servicios de salud y con un Estado que no da servicios y regula muy poco, y el de Cuba con su Estado fuerte, con una salud desmercantilizada y donde se accede a la salud invocando su existencia como derecho humano.
Estados Unidos está gastando en salud, por habitante y por año, 9.000 dólares. Cuba gasta 600. Pero, ¿qué “compran” ambos países con este gasto?
La esperanza de vida al nacer es el más sintético resumen de la “fuerza” de la mortalidad en la salud colectiva. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el año 2015 la esperanza de vida al nacer era, para ambos sexos, de 79,3 años en EE.UU. y de 79,2 años para Cuba. Dos países de América tienen cifras superiores: Canadá (82,2 años) y Chile (80,5 años). Se observan cifras peores a estas en los restantes 28 países de América, entre ellos Argentina (76,3 años).
La tasa de mortalidad infantil compara entre países un momento de particular vulnerabilidad del “homo sapiens”, el que sigue al momento del nacimiento. En 2014, la mortalidad infantil de Cuba era de 4,63 por mil nacidos vivos, la más baja de América junto con la de Canadá (4,65). Estados Unidos presentaba una tasa más alta que la de Cuba (5,87), y por lo tanto menos favorable, mientras que los demás 39 países de América, entre ellos la Argentina (9,59), tenían resultados aún más pobres, según datos de la CIA World Factbook.
Ante estas cifras tan buenas para un país tan pobre como Cuba, sugiero que el ministro de Salud, Dr. Lemus, envíe a Cuba con máxima premura un equipo de funcionarios de su ministerio, para aprender qué hacen y cómo hacen los cubanos para tener tan buenos indicadores de su salud colectiva. Sus envidiables cifras deben hacernos pensar que todas las muertes que tenemos, superiores a las cubanas, deben catalogarse como “evitables”, y que pueden eventualmente generar para los funcionarios de salud responsables de prevención, la aplicación de sanciones legales.
· José Carlos Escudero ·
Es médico sanitarista, con un máster en Sociología. Es además Profesor Emérito y Consulto de la Universidad Nacional de Luján (UNLu) y Profesor Consulto de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).