¿Guerras buenas y guerras malas?
Ninguna guerra puede ser buena. No obstante, la historia de la humanidad está plagada de ejemplos en los que las guerras están justificadas, valorizadas, ensalzadas, glorificadas y hasta santificadas. Entrados ya los tiempos modernos, tras las Segunda Guerra Mundial y a partir del grado de desarrollo alcanzado por las sociedades modernas, todo conflicto entre países debería haber sido resuelto de una manera pacífica. Esta debería ser una posición irrefutable desde el punto de vista moral y ético, pero no es así porque, paradójicamente, son los países más desarrollados económica y socialmente, los más poderosos, los que han alentado, financiado y ejecutado los conflictos bélicos de mayor trascendencia y envergadura a lo largo y ancho del planeta, dejando cada vez más a la vista la poca utilidad real de los organismos internacionales creados por ellos mismos con el supuesto objetivo de evitarlos. Debería ser muy difícil –si no imposible- justificar que hay guerras necesarias, por ejemplo, las que algunos países llevan a cabo y otros no. ¿Cómo es que pueden vastos sectores de la sociedad global aceptar convincentemente tamaña contradicción? Seguramente porque existe otra guerra, una que se libra todos los días y no con armas de fuego, misiles o bombas sino a través de los medios masivos de comunicación: son batallas por las ideas, destinadas a modelar el sentido común de los pueblos de acuerdo a determinados intereses.
Las guerras producen sufrimiento, dolor, muertes, frustraciones, SIEMPRE. Estudios recientes de la O.M.S estiman que el riesgo de padecer una enfermedad mental en tiempos de guerra se multiplica por cinco en las zonas de conflicto. La actual confrontación en Ucrania está, además, generando cuadros de ansiedad, depresión, pánico, por mencionar algunos, a escala planetaria. La primera y la segunda guerra mundial sumaron entre 150 y 195 millones de muertes, la de Vietnam 760.000 y la de Irak casi un millón, por solo citar algunos ejemplos;y a cada conflicto bélico, hay que sumarle la enorme cantidad de vidas perdidas por las consecuencias de la destrucción que dejan. Pero las guerras continúan porque los países más poderosos se sienten con derecho de imponer sus intereses a otros por esta vía. Quienes tienen más capacidad de construcción de sentido común en un mundo cada vez más interconectado logran justificar que algunas guerras luzcan como justas y otras no; somos testigos de cómo la vida y la muerte no tienen el mismo valor según en qué país sucedan al ver cómo sin pudor muchos comunicadores comparan las víctimas de la brutal invasión a Ucrania con la de otros países africanos, de Asia o de Medio Oriente.
Guerra, geopolítica y salud
EE.UU de Norte América, el gran iniciador de conflictos bélicos en todo el mundo, ha desarrollado una verdadera apología de la guerra, curiosamente sustentada más de una vez en la defensa de la paz. Hasta uno de sus presidentes recibió el premio Nóbel de la Paz siendo que casi toda su gestión transcurrió llevando la guerra a otros países. Su sistema de salud ha tenido que generar efectores específicos para asistir las secuelas de sus veteranos de guerra (que, vale aclarar, nunca provienen de familias acomodadas),a quienes se los honra formalmente, se los exalta en la literatura, en los medios y en las películas, pero la realidad de sus vidas de posguerra es muy diferente, plagadas de severos padecimientos, desequilibrios psicológicos, dificultades para recuperar una vida normal, en riesgo permanente de infringirse daños a sí mismos o a terceros.
EE.UU de Norte América, el gran iniciador de conflictos bélicos en todo el mundo, ha desarrollado una verdadera apología de la guerra, curiosamente sustentada más de una vez en la defensa de la paz.
Los conflictos bélicos se enmarcan en juegos geopolíticos, pueden racionalizarse y objetivarse y es necesario conocer estos contextos para poder entenderlos más adecuadamente. Sin embargo, el mundo no queda mejor después de ninguna guerra y no debería ser así en esta etapa de la humanidad. Resulta obsceno que se gasten miles de millones para sostener ejércitos y en la producción de elementos para matar y destruir, en lugar de utilizarlos para mejorar la vida de los seres humanos y cuidar nuestro planeta. Las muertes directas que producen las guerras son solo una terrible parte de sus nefastas consecuencias. Las pérdidas de trabajos, viviendas, estudio, atención sanitaria, el terror de vivir en un escenario bélico, las migraciones forzadas, la separación de familias y de afectos, las rupturas de vínculos con el terruño y con la historia de cada una o uno, los problemas psíquicos y físicos que dejan las guerras en la sociedad y en particular en quienes combatieron. Todo es pérdida en una guerra, salvo para los que lucran con ellas.
Impacto de las guerras en la salud poblacional
Las guerras también representan otros peligros para la salud: India y China son los grandes productores de los principios activos con que se hacen los medicamentos en todo el mundo. Un conflicto a mediana o gran escala que los incluyera podría desabastecer de fármacos a gran parte de la humanidad. Cuando la Federación Rusa decidió hace 20 años avanzar sigilosamente en el autoabastecimiento de medicamentos seguramente tuvo en cuenta no solo el desarrollo de una industria vital para la salud sino, probablemente, un posible escenario bélico. Todo esto indica que los países sin soberanía en la producción de fármacos están en una situación de vulnerabilidad. La O.M.S. acaba de suspender la evaluación de la vacuna Sputnik V a pesar de los extraordinarios resultados durante la pandemia contra de COVID 19: la geopolítica juega todo el tiempo en el escenario mundial. La salud de las poblaciones también empeora en las guerras a partir de su impacto sobre bienes esenciales como alimentos y energía porque el aumento de precios jaquea aún más el acceso a bienes esenciales. Muchos intereses se entremezclan en las guerras dejando de lado el bien común de millones de habitantes.
Hace 40 años hubo una guerra en Argentina
En las últimas décadas nuestro país pasó por un momento pre bélico: el del conflicto con Chile por la disputa de límites fronterizos en el Canal de Beagle y finalmente la guerra de las Islas Malvinas. Ambos episodios ocurrieron durante la última dictadura militar, la más terrible que padeciera nuestro país, la que impuso el terrorismo de estado. No existe un registro consolidado sobre las consecuencias a nivel salud del conflicto entre Argentina y Chile por el Canal de Beagle en el año 1978, período en el que también en Chile atravesaba una cruenta dictadura militar. Finalmente el enfrentamiento fue evitado por la mediación del Gobierno Vaticano entre ambos países, pero hubo una importante movilización de tropas chilenas hacia zonas limítrofes del sur argentino que incluyó a soldados conscriptos. Testimonios argentinos concluyeron que hubo maltrato sobre los conscriptos por parte de sus superiores, incertidumbre por falta de información, aislamiento extremo, padecimiento de frío y mala alimentación, castigos, corporales y psíquicos en particular hacia quienes hubieran desempeñado determinadas actividades de tipo político, gremial o sindical. Todo esto ha quedado escondido en el relato histórico oficial.
En las últimas décadas nuestro país pasó por un momento pre bélico: el del conflicto con Chile por la disputa de límites fronterizos en el Canal de Beagle y finalmente la guerra de las Islas Malvinas.
No sucedió lo mismo con la Guerra de Malvinas del año 1982: la dictadura gobernante intentó tapar tanto las consecuencias desastrosas que conllevó su decisión de ir a un conflicto armado y también la pésima manera en la que fue manejado. A partir del regreso de la democracia en 1983 se pudieron ir reconstruyendo los relatos de miles de combatientes que, tras la desmovilización, habían sido vejados en su integridad humana y literalmente escondidos por el gobierno militar. No solo no se les reconoció su entrega y heroísmo, sino que se los abandonó sin ningún tipo de asistencia. Esta guerra dejó 649 fallecidos por acciones de combate, pero hasta hoy, suman cerca de 500 los veteranos que se han quitado la vida. Alrededor de 2400 han fallecido de otras causas, muchas veces atravesadas por los traumas post bélicos. Malvinas golpeó fuertemente a gran parte del pueblo argentino desde lo emocional, siendo que la guerra no se desarrolló en el continente con bombas y fuego de metralla.. Imaginemos por un momento qué hubiera significado esta posibilidad. Cuarenta años después, los veteranos de Malvinas han logrado unas medidas y normas para mitigar el dolor que la guerra les dejó a ellos, a sus familias y afectos. Pero nunca nada alcanzará ni será suficiente para devolverles lo que esa terrible experiencia les quitó. Eso hace la guerra.
Daniel Gollan es Diputado Nacional por la Provincia de Buenos Aires, ex Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires.