¿Punto muerto?

Carlo Giambarresi

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Tierrita pobre y sufrida

juntos nos fuimos gastando

el mismo surco a los dos nos fue quemando.

La pobreza trae yuyos,

me fui enyuyando,

abrojales y espinas me fuiste dando.

Luis Pedro Bonavita (Tierrita poca)

 

I

Punto muerto en la palanca de cambios. En otros pagos se le llama “neutro” al punto en que la palanca no está “enganchada” en una posición que implique movimiento hacia adelante o hacia atrás. Primera, segunda, tercera, cuarta, marcha atrás y punto muerto. 

Punto muerto es una expresión muy de la ingeniería. Hay un motor. Una mente ingenieril razona así: la palanca de la caja de transmisión es útil cuando engancha un engranaje con otro pero es inútil cuando no. El motor no se diseñó para no otorgar movimiento sino para provocarlo; la palanca en el punto de no conexión está en zona muerta. Punto muerto. En cambio (sí, cambio) la palanca sirve de algo cuando encaja una marcha y el motor puede transmitir empuje y hacer que el objeto se mueva. Punto muerto en ingeniería es la disposición de los elementos mecánicos tal que no hay transmisión de movimiento.

Inmovilidad, muerte. Movimiento, vida.

El motor de la política progresista/popular está en punto muerto. Punto muerto en este mundo-país detenido en el tiempo, clavado en un vórtice espacio temporal en el que todo parece detenido. Lo único que se mueve es la onda expansiva de un fascismo cruel que genera un corrosivo goce en el más puro sentido lacaniano: un disfrute mortífero, doloroso, sintomático, que extermina el pensamiento. 

Sin proponérnoslo definimos más arriba la muerte como la ausencia de movimiento. Si la ausencia de movimiento es una definición aceptable de muerte entonces sí, estamos muertos los que queremos vivir en un mundo justo y equitativo. Muertos por la inmovilidad, con el pensamiento arrasado frente a una narrativa oficial tan horrorosa como eficaz en el encaje con la subjetividad actual. 

 

II

Cuando la tierra se labraba de modo artesanal, se utilizaba la técnica —aprendida gracias a milenios de observación y experiencia— de dejar una parcela sin sembrar durante una o dos temporadas para que “descanse” y se prepare mejor para la campaña siguiente. Agotados los nutrientes naturales por sucesivos ciclos de labranza es necesario hacer una pausa que permita que el material orgánico se regenere y se recuperen las condiciones ideales para que las nuevas semillas encuentren un sustrato acogedor.

Eran épocas en las que el ser humano y la tierra se conocían mejor, y se respetaban los tiempos de la naturaleza y la cultura de modo que ninguna de las dos se abusara de la otra. Épocas en que no se explotaba la tierra sino que se la labraba. Se decía que la tierra en descanso estaba “en barbecho” (la etimología es compleja: buscarla es elección de quien lee).

Para el psicoanalista inglés Donald Winnicott la capacidad de estar solo —importante desarrollo teórico que fue luego continuado por su discípulo y amigo Masud Kahn— se alcanza cuando se ha internalizado, tempranamente, un objeto interno bueno. Y esto se logra si el individuo ha tenido la oportunidad de establecer la creencia en un ambiente benigno gracias a un quehacer materno suficientemente bueno —“materno” en un sentido amplio, no referido únicamente a la madre biológica ni a la madre mítica—. Algo tiene que salir bien en la primera infancia para que el adulto pueda estar solo, y habilitarse momentos internos de quietud, de ligereza no angustiosa, que den sustrato al surgimiento de la experiencia nueva, a la creación. 

Esto es estar en barbecho (lie fallow, en inglés). Un estado que puede parecer desde afuera la nada misma, pero que guarda en su profunda intimidad la latencia de un resurgimiento con nuevas fuerzas. Los psicoanalistas utilizan esta expresión para describir algunos estados de transición vital como aquellas etapas de la adolescencia en las que parece que el sujeto dejó de desear (“todo me da paja”) y se echa en la cama sin aparentar conflicto alguno. 

Pero no. Son momentos de profunda regeneración, de íntimo diálogo en la búsqueda de lo que sigue. De reflexión silenciosa.

Extendamos la metáfora más allá. ¿Estará el campo progresista/popular en barbecho? ¿Estamos en un punto muerto, o hemos entrado en una etapa en la que se están regenerando las potencialidades? En este último caso, ¿cuáles serían los nutrientes que la tierra necesita para que germine la semilla de la esperanza?

 

III

Acá hay un punto crucial. La semilla de la esperanza sólo puede germinar si se ha instalado, alguna vez, la creencia en un ambiente benigno. Tiene que haber habido, forzosamente, un antecedente benigno al que remitirse. Esta es la diferencia entre esperanza y utopía; la segunda es una construcción filosófica que actúa como tracción desde el futuro. Requiere de una serie de presupuestos ideológicos que se proponen desde una cierta ilustración que no siempre está al alcance de todos, y que por lo tanto no logra permear si no hay un sustrato fértil. Aislada en la enunciación, la utopía es solo una consigna vacía. Y más aún: cada época tiene su propia utopía y es tarea urgente construir (no reconstruir) una que calce y cuadre para esta generación, ésta época, este contexto, esta juventud, que pueda competir con el discurso oficial de desprecio por la alteridad. No vale —está sobradamente probado en la experiencia política— insistir con consignas del siglo XIX.

La esperanza, en cambio, precisa apelar a una experiencia previa. Alguna vez tuvo que haber existido un bienestar producto del quehacer suficientemente bueno de la política, de la buena política en el mejor de los sentidos posibles. Es indispensable, entonces, ubicar esas experiencias pasadas, cercarlas, iluminarlas, recordarlas y traerlas al presente como una posibilidad real, alcanzable. Sin ellas estamos por completo colonizados. Y si no se logra a tiempo, pasará sin remedio la experiencia generacional de un “objeto interno bueno” y estaremos perdidos. De allí la urgencia. No hay manera de infundir esperanza a una generación que jamás conoció el bienestar, la sensación interna de que el conjunto te cuida.

La nueva derecha global propone violencia. La necesita como insumo. Individualismo, marginación, competencia entre pares, represión, insultos, miseria programada, desempleo, cancelación de derechos, crueldad, abandono, tristeza, razias policiales, visitas en la cárcel a genocidas, ataques al Estado en toda su extensión, desprotección, indigencia, desinformación, posverdad, homogeneización de un discurso que todo lo licúa . Desesperanza. Desesperación y desesperanza. 

El gran secreto del éxito de la derecha es la desesperanza. La interpela, la manipula y finalmente —pero diciendo lo contrario— la perfecciona. Más desesperanza, más éxito de las derechas. Tal vez la mejor descripción de la desesperanza social sea la letra del tango Yira Yira de Discépolo, escrito en 1929. 

La construcción de esperanza como estrategia política se va revelando como el único camino posible, si se pretende disputar sentido a las derechas con una construcción horizontal en diálogo permanente con el soberano —en lugar de la tradicional espera especulativa hasta que el adversario tambalee para luego volver con el mensaje de siempre, el mismo que nos llevó a donde estamos. Las repetidas decepciones deben ser también tomadas en cuenta porque obligan a un sinceramiento previo y a una comprensión aún más profunda del fenómeno. Pero sea como sea, sin la confianza interna en que un “ambiente benigno” es posible no hay construcción que se sostenga en el tiempo. Ni en lo individual ni en lo colectivo. No alcanzan las palabras sueltas, las consignas, las indignaciones ni los acuerdos de cúpulas.

¿Cuáles son los insumos para construir una esperanza que se encienda como pasto seco y que habilite una nueva utopía como su epílogo? Esta es la pregunta que debemos responder más temprano que tarde sin reposo. En esa respuesta pendiente está la fórmula que abonará la tierra en barbecho.

Salir del punto muerto no es sencillo porque nos han pegado fuerte. No es un solo movimiento, pero es indispensable ubicar a la esperanza como uno de los ingredientes básicos de cualquier construcción política que tenga la pretensión de convertirse en alternativa real. Enfrente está la ultraderecha, que se está haciendo global, y que ha comprendido mejor que nadie la ventaja que le aportan la desesperanza y la desesperación y hacia allí dirige toda su estrategia.

 

Santiago Levin es médico psiquiatra por la U.B.A., docente en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y médico del Hospital El Cruce de Florencio Varela. También es Presidente electo de la Asociación de Psiquiatras de América Latina (2024-2026) y autor de dos libros: “La psiquiatría en la encrucijada” (Eudeba, 2018) y “Volver a pensarnos” (Futurock, 2022).

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