Los modelos de salud en debate

FOTOGRAFÍA: AYLÉN GALIOTTI 

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El ataque sistemático al sistema público de salud que sostuvieron por décadas las políticas neoliberales quedaron al descubierto con la crisis de la COVID-19. Es indispensable repensar un modelo social y político que tome a la salud como un derecho humano.

¿A quién interpela la pandemia de COVID-19?

Desde hace décadas, una serie de sanitaristas desde diversos escenarios, en lo personal ALAMES, Universidades, cursos, asociaciones gremiales, charlas dadas por diversas invitaciones y algún que otro espacio más venimos reclamando una urgente mirada sobre la necesidad de un sistema de salud más digno y por sobre todo que se desempeñe por fuera del ámbito lucrativo, condición sine qua non para que sea contemplada la salud como derecho en sí misma.

Todos estos reclamos rebotaban siempre entre las mismas cuatro paredes desde donde observábamos, a su vez, una cruel profundización del vaciamiento de la salud pública, en particular en el último periodo gubernamental con su fuerte impronta neoliberal, donde el proyecto anunciado era la “Cobertura Universal en Salud” (CUS).

La famosa CUS proviene del modelo del Banco Mundial, documentado en 1987 en un informe denominado “Agenda de reforma del financiamiento de los servicios de salud en países de ingresos medios y bajos” y luego en 1993 transformado en “Invertir en salud”. En resumen, un proyecto para abrir un mercado de aseguramiento en función de la capacidad de pago, poniendo los recursos públicos en el mercado, generando un régimen subsidiado para los pobres, un régimen contributivo para quienes puedan pagarlo y las prepagas para la población de mejores recursos económicos. Lo “universal” era en función poblacional, pues todos tendrían una cobertura, pero muchos se quedarían sin acceso a la necesidad requerida.

Ahora, la pandemia. Un simple virus que es apenas una sumatoria de bases que forman el ácido ribonucleico, glucoproteínas y alguna que otra molécula más. Esa insignificante combinación química viene a poner llovido sobre mojado, lo que desde hace años venimos denunciando.

Al observar la cruel película del vaciamiento de la salud pública en nuestro país podemos reparar que este proyecto viene avanzando desde hace décadas en Argentina. A grandes rasgos, entre 1946 y 1955, de la mano del peronismo se desarrolló un sistema sanitario público muy fuerte con la creación del Ministerio de Salud. La dictadura de Aramburu y Rojas cerró por primera vez el ministerio, quitándole a la Nación su rol rector e iniciando el proceso de fragmentación que continúa hasta nuestros días. Después del fallido experimento conducido por Ilia y su ministro de salud, Arturo Oñativia, de impulsar la salud desde el Estado nacional, el gobierno de facto de Onganía cerró por segunda vez el ministerio y, en 1970, decretó la obligatoriedad de afiliación a las obras sociales sindicales, con aportes del Estado, el empleador y los trabajadores. El gobierno neoliberal menemista comenzó en 1997 con el proceso de desregulación de las obras sociales que culminaría en 2000, durante la gestión de De la Rúa, cuando se incorporaron a las empresas de medicina prepaga al “mercado” de la seguridad social. Su principal consecuencia fue el fenómeno denominado descreme, que consistió en el desfinanciamiento de las obras sociales ya que quienes percibían los salarios más elevados derivaban sus aportes al subsector privado.

Cabe mencionar la última etapa neoliberal acuñada por el macrismo con imágenes tales como los despidos y la represión en el Hospital Posadas, el cierre de programas, el abandono de miles de dosis de vacunas y la frutilla del postre, la tercera desaparición del Ministerio de Salud, degradado al rango de secretaría.

Queda al descubierto la vulnerabilidad de los sistemas públicos de salud, lo que los convierte en la víctima directa de la COVID-19.

Ahora, la pandemia. Un simple virus que es apenas una sumatoria de bases que forman el ácido ribonucleico, glucoproteínas y alguna que otra molécula más. Esa insignificante combinación química viene a poner llovido sobre mojado, lo que desde hace años venimos denunciando.

Un virus nuevo que, según se va demostrando desde diciembre de 2019 cuando aparece en Wuhan, donde se denuncia una nueva neumonía en 27 trabajadores de un mercado de mariscos, no registra una mortalidad elevada pero, al ser“nuevo”, no existe inmunización en ninguna población del planeta. Eso, sumado a la elevada contagiosidad, es lo que lo hace peligroso para una enorme parte del planeta. Así queda al descubierto la vulnerabilidad de los sistemas públicos de salud, lo que los convierte en la víctima directa de la COVID-19.

Para cualquier diagnóstico se busca un marcador sensible, específico y con alguna que otra característica más; esos marcadores son los que nos van indicando la gravedad de la patología y la respuesta del tratamiento, una vez aplicado el mismo.

Las cifras con las que nos bombardean minuto a minuto todos los medios, la cantidad de infectados, mortalidad, letalidad, y algunas otras, están actuando como los marcadores, algo así como los valores de la concentración de glucosa, en sangre, medida a distintos tiempos, para la realización de la curva de glucemia que nos dará el diagnóstico de diabetes.

El verdadero informe del diagnóstico es la ya tan famosa curva y su achatamiento o amesetamiento y, en función de la curva obtenida, el paciente podrá o no dar una respuesta adecuada.

En este contexto se aplica una estrategia sanitaria denominada “Aislamiento Social Preventivo Obligatorio”. Con su implementación hemos tenido un gran alivio, siendo la lectura político sanitaria de nuestros dirigentes adecuada y no se dudó en aplicar medidas parciales en función de otras variables como las económicas. Por ello, el determinante social que es el sistema de salud debe ir acompañado por la determinación social que es la manifestación política.

Los medios nos van mostrando de manera actualizada las cifras y las consecuencias, pero jamás hacen análisis alguno de sus causas. Allí vemos con claridad cómo los países que tienen un fuerte sistema público alcanzan mejores respuestas a la crisis sanitaria, si fueron acompañados con la lectura política adecuada. En nuestro continente, las cifras de los EE.UU., Chile, Ecuador y Brasil, países que tienen similitudes ideológicas son realmente caóticas.

Vemos con claridad cómo los países que tienen un fuerte sistema público alcanzan mejores respuestas a la crisis sanitaria, si fueron acompañados con la lectura política adecuada.

Valores sociales

El capitalismo establece su proa hacia un individualismo competitivo, llegando incluso a tener una determinación que genera la concepción de capitalismo salvaje. Ese grado de individualismo competitivo deja de lado cualquier regulación que lo enmarque dentro de un contexto ético.

Los valores que deben estar en juego en un sistema de salud basado en el real derecho de las personas, es decir la accesibilidad a un sistema justo y equitativo, dado solo por el simple hecho de haber nacido, no son los parámetros que el capitalismo maneje y mucho menos, el llamado capitalismo salvaje, donde el sistema de salud pasa a ser una herramienta y de las más eficientes para la concentración de riquezas.

El sistema de salud representa el modelo social y ha quedado más que nunca al descubierto.

Es sabido y pronunciado infinitas veces que en Argentina tenemos un sistema de salud segmentado. Es hora de ver, ante una verdadera crisis, cuál es el segmento que responde, respetarlo y fortalecerlo.

Ha sido indignante escuchar propuestas donde la prioridad sea la economía, al margen del número de muertos. Así les está yendo a los mandatarios que se aferraron a esas ideas, no salvaron la economía y unas cuantas muertes pesarán sobre sus conciencias, en caso de tenerlas. Hasta se han birlado aviones cargados de instrumental e insumos en salud, como EE.UU. hizo con Francia y Paraguay y Francia a su vez con Italia.

El rey está desnudo y ha mostrado su brutalidad con la pandemia y es el sistema el quien tiene los síntomas. Ahora el dolor es social y como tal debemos redefinir si continuaremos distraídos, mientras no nos toque, o enfrentamos como una sociedad madura debe hacerlo, reordenando los valores y el contexto donde establecernos. Se me ocurren un sinnúmero de pautas, pero estas deben surgir de una real participación social.

El sistema de salud representa el modelo social y ha quedado más que nunca al descubierto. Es sabido y pronunciado infinitas veces que en Argentina tenemos un sistema de salud segmentado. Es hora de ver, ante una verdadera crisis, cuál es el segmento que responde, respetarlo y fortalecerlo.

La salud no es solo cosa de médicos y médicas. Es social y por lo tanto las decisiones y consumaciones deben partir desde allí. Tal vez este famoso coronavirus vino a herir de muerte al “hombre económico” y deje espacio al surgimiento de “el hombre/la mujer solidario/a”.

· Juan Canella ·

Bioquímico. Coordinador de ALAMES Argentina.

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