En el vasto abanico de miradas con el que se puede abordar el tema de interculturalidad, abundan interpretaciones teóricas que casi nunca están a tono con la realidad. Aunque seguramente existen lugares comunes con toda América, en particular hablaremos en esta nota de opinión sobre lo que sucede en lo que es hoy el territorio argentino. Luego del cruento “encuentro” entre quienes habitaban estas tierras antes de la conquista y sus invasores, que diezmó a los pueblos originales, sobrevinieron sucesivas camadas de inmigrantes, mayoritariamente europeos, que trajeron sus historias, culturas e intereses comunes pero que se fueron agregando al bando dominante, es decir, a los “blancos europeos” que impusieron sus cosmovisiones e intereses al resto de la sociedad. De esta manera, la principal relación-disputa intercultural hoy es la que existe entre los escasos pueblos originarios que quedan en nuestro país y el resto de la sociedad que ha adoptado como propia -en su enorme mayoría- la lógica de un sistema de vida que se encuentra filosóficamente en las antípodas de las culturas originarias a las que esa enorme mayoría asocia con “el atraso”.
¿Cómo se construye interculturalidad entre dos cosmovisiones tan distintas? Sinceramente no lo sé, es más, no sé si sea posible si la resultante que se pretende tiene como objetivo la construcción de un escenario más o menos equilibrado entre las partes. Cuando se debate sobre interculturalidad, escuchamos frases o palabras tales como: “interacción horizontal y sinérgica entre dos o más culturas” en la que “nadie está por encima de otro”, “integración, convivencia armónica que enriquece a ambos”, “comunicación”, “diálogo”, “concertación” y muchos etcéteras. La realidad nos marca con claridad que cuando la relación es de sometimiento, no existe tal posible equidad. Entonces la “integración” se produce con una relación de dominante / dominado.
En la experiencia de años como médico sanitarista he tenido la oportunidad de participar de múltiples encuentros, foros, talleres, congresos, etc. de salud o de otro tipo, vinculados a los pueblos aborígenes (aborigen, del latín “los que están desde el origen”). He tenido la posibilidad de cierta convivencia con ellos y múltiples diálogos con referentes de sus comunidades y con trabajadores de la salud que se desempeñan en sus territorios. He conocido cientos de conflictos puntuales y de los esfuerzos por resolverlos desde el “respeto” a sus creencias y costumbres. Hemos participado de diferentes programas nacionales o provinciales vinculados a la salud, al hábitat, al acceso al agua potable, a una adecuada alimentación o a la educación. Y los interrogantes permanecen: ¿cuánto hemos tomado de ellos nosotros, los de la “medicina blanca”, y cuánto ellos de nosotros? ¿Hasta dónde intercambiamos y hasta dónde avasallamos? ¿Se puede hablar de equilibrio cuando después del brutal exterminio de los primeros siglos hoy seguimos destruyendo sus sistemas económicos, cuando se les están quitando sus tierras expulsándolos de ellas y forzándolos a reubicarse en las periferias de grandes ciudades? ¿Cómo se compatibiliza una forma de vida en la que naturaleza y seres humanos son un todo, con otra en la que el “medio ambiente” es algo externo a quienes pueden depredarlo sin límite? Y son muchos más los interrogantes.
¿Cuánto hemos tomado de ellos nosotros, los de la “medicina blanca”, y cuánto ellos de nosotros?
Hemos tomado sus tierras para transformarlas en sembradíos de soja o complejos habitacionales o recreativos para ricos. Hemos tomado sus plantas medicinales para patentarlas y ganar millones con ellas. Hemos menospreciado sus creencias y su espiritualidad. ¿Hasta dónde podemos mejorar sus vidas individualmente con vacunas o antibióticos si los estamos diezmando como comunidad?
Una doble vulneración de derechos
En este marco de una enorme inequidad de fondo, los pueblos originarios sufren hoy un doble escarnio que se traduce en mayor sufrimiento, producto de la desaparición de políticas públicas destinadas a mejorar las condiciones de vida de la población en general y otras dirigidas específicamente a ellos. Durante la historia nacional, los gobiernos de corte antipopular los han combatido, hostigado, utilizado o abandonado a diferencia de lo ocurrido durante los gobiernos populares, en los que se desarrollaron (con sus más y sus menos) políticas tendientes a alcanzar objetivos de reconocimiento de derechos conculcados, reparación, resarcimiento y acercamiento intercultural. Desde 2003 a 2015, se pusieron en marcha políticas, de acceso al agua potable, de viviendas, de salud y educación y se dio mayor entidad institucional a las representaciones de sus comunidades. Aunque continuaron los hostigamientos permanentes y desalojos de sus tierras por parte de poderosos empresarios en complicidad de algunos poderes políticos locales y del poder judicial en varias provincias del país, hubo herramientas del Estado para ejercer algún tipo de defensa ante tales atropellos. A la luz de los resultados, no fueron suficientes, pero, una vez puesto en marcha el proceso político inaugurado en 2016, un nuevo azote cayó sobre todos los pueblos originarios aumentando de modo explícito, de un modo impúdico, la violencia hacia ellos, masivamente justificada por los grandes medios hegemónicos de comunicación que incorporaron en sus líneas editoriales un grado de estigmatización pocas veces visto. Ante el deterioro de las condiciones de vida de la población en general y al abandono de políticas específicas por parte del gobierno nacional, las comunidades aborígenes transitan una situación de extrema vulneración de sus derechos, invisibilizada para los ojos de las mayorías.
una vez puesto en marcha el proceso político inaugurado en 2016, un nuevo azote cayó sobre todos los pueblos originarios aumentando de modo explícito, de un modo impúdico, la violencia hacia ellos, masivamente justificada por los grandes medios hegemónicos de comunicación que incorporaron en sus líneas editoriales un grado de estigmatización pocas veces visto
No dejar de pensar en políticas de inclusión
Aún con el corsé histórico-estructural para la construcción de relaciones interculturales equitativas, es necesario no dejar de actuar ante tanta injusticia. Hoy, la tarea es resistir con y junto a ellos, hacer visible tanto atropello. Y desarrollar acciones de superación aunque, sabemos, esto no será posible en el marco de un gobierno que está arruinando la vida de casi todos los habitantes de nuestro país. En el área de la salud, se debe asegurar desde el Estado nacional el ejercicio del derecho de los pueblos indígenas a organizar y administrar sus servicios de salud, a fortalecer la formación intercultural de los trabajadorxs de la salud, a garantizar la calidad de las prácticas en salud en un marco de respeto de sus creencias y tradiciones, a reforzar las actividades de prevención y promoción de la salud y el trabajo en territorio, a propiciar la conformación de equipos de trabajo interdisciplinarios entre profesionales y no profesionales en pos de construir un proyecto de sistema de salud intercultural a partir de la inclusión en el sistema sanitario como referentes a personas reconocidas por las comunidades. En síntesis, garantizar a los pueblos originarios el derecho a la salud en el marco de la construcción de un nuevo Sistema Nacional Integrado del cual son parte en un plano de igualdad con el resto de los habitantes de nuestra patria.
Las políticas de inclusión no resuelven per se los problemas de las relaciones interculturales pero, cuando están basadas en el respeto hacia la identidad de todos y cada uno, achican las injusticias y eso ayuda a armonizar los vínculos entre cosmovisiones diferentes. Y mientras nosotros, los de la “medicina blanca”,damos vacunas y antibióticos para mejorar o salvar algunas vidas, tendríamos que tomar de ellos, entre otras muchas cosas, ese respeto por la madre tierra, esa filosofía de cuidado de la casa común que nuestro “progreso” y nuestra “modernidad” están destruyendo a pasos agigantados a toda la humanidad.
· Daniel Gollan ·
Médico sanitarista y ex Ministro de Salud de la Nación. Director General de esta revista. Coordina el área de Salud del Instituto Patria.