RAZA Y COLONIALIDAD EN LA EDUCACIÓN DE GRADO EN SALUD

La Universidad en blanco y negro

FOTOGRAFÍAS: PRENSA UNPAZ

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La desigualdad, la discriminación racial y la dominación colonial son prácticas que persisten en el ámbito de la salud y que condicionan tanto la acción como la reflexión en torno a la experiencia sanitaria. En la actualidad, las universidades, los programas, los cargos, las profesiones y la relación con los pacientes no escapan a dicha problemática.   

Raza, periferia y saber

Se entreveran tres textos en mi mente para abrir esta reflexión. Todos refieren a la temática de la blancura y la negrura. Uno es un pasaje de la introducción del libro La crítica de la colonialidad en ocho ensayos de Rita Segato: “También los cuerpos son vistos como paisajes, ‘tierra que anda’ en las palabras de Atahualpa Yupanqui, emanaciones de un espacio geopolítico dominado, colonizado, que nos constituye y puede ser leído en nuestra corporalidad. Es por eso que, aunque blancos aquí, de este lado del mundo, no-blancos cuando transitamos por el espacio del Norte: nadie del Sur es blanco por allá, porque nuestra existencia está impregnada por el paisaje colonial al que pertenecemos”. El segundo, mucho menos poético, es un comentario insistente del padre de un amigo de mi hijo menor. Es estadounidense descendiente de puertorriqueños y vive en Argentina hace unos años. “En Nueva York soy latino”, afirma cada vez que tiene oportunidad, “pero aquí soy blanco”. Dicen más o menos lo mismo pero con un recorrido inverso. El tercer texto es el cuento breve Nuestro tren de Jorge Asís. En él, un narrador anónimo y negro asigna color a cada una de las estaciones del ferrocarril Mitre Tigre-Retiro del lado de la Provincia. Las divide en “nuestras” y “de ellos”. Nosotros “somos morochos, leemos Crónica, cuando llueve traemos los zapatos embarrados, venimos del Rincón de Milberg o por ahí”. Tigre, Carupá, San Fernando, Virreyes y Victoria son “nuestras”. “En San Isidro empieza a subir la gente blanca” que mira a los negros “desde un andamio”. El triunfo silencioso, el disfrute del narrador, es que la gente blanca, pese a todo su aire de superioridad, viaja parada.

Si intentamos hallar una continuidad entre los textos, nos encontramos en un ejercicio cartográfico, pintamos un mapa con la escala de grises, según se distribuyan la blancura y la negrura. Carupá es más oscuro que San Isidro. La ciudad de Buenos Aires es más clara que todos los puntos del conurbano pero es más oscura que Nueva York o que París. El color de la piel, lo rasgado de los ojos, el lugar donde nació o cualquier otro atributo que vuelva a una persona menos blanca que otra son centrales en la producción de desigualdad. Es la raza, eso que el sociólogo peruano Aníbal Quijano definió como la justificación de las relaciones de dominación mediante las diferencias fenotípicas entre vencedores y vencidos, que se inauguró con la conquista de América y se volvió universal con la expansión del capitalismo colonial eurocéntrico (Quijano, 2011).

El color de la piel, lo rasgado de los ojos, el lugar donde nació o cualquier otro atributo que vuelva a una persona menos blanca que otra son centrales en la producción de desigualdad.

La dominación colonial eurocéntrica no se limitó al saqueo, a la esclavitud y al genocidio. Además, desarrolló una forma de colonialidad del saber que no solo continúa existiendo sino que adquirió más importancia con el correr de los siglos. El concepto mismo de raza es la transformación de una relación social en un fenómeno biológico, con la carga de fatalidad propia de lo que se rige por las leyes de la naturaleza. Como lo impone Mitre en la obra inaugural de la historiografía oficial argentina al comparar la colonización sudamericana con la norteamericana: “Más feliz, la América del Norte fue colonizada por una nación que tenía nociones prácticas de libertad y por una raza viril mejor preparada para el gobierno de lo propio, impregnada de un fuerte espíritu moral, que le dio su temple y su carácter”.

La Universidad es un dispositivo del medioevo europeo que se trasplantó a los territorios coloniales no solo para difundir la ciencia europea sino también para replicar un modo de producir conocimiento puesto al servicio de la dominación. Si nos guiamos por el mapa propuesto en Nuestro tren, nuestras universidades del Bicentenario, creadas como parte de una política de expansión de derechos, de redistribución del ingreso y de democratización, emplazadas en muchos casos a la vera de las vías férreas, se encuentran claramente en pleno territorio negro. Eso nos obliga a problematizar su rol y las prácticas que en ellas se producen y reproducen. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de ser bastiones marginales del saber colonial. Eso tiene dos consecuencias: 1) el blanqueamiento de la gente que asiste a la universidad y 2) que nuestras universidades se conviertan en universidades para negros.

El blanqueamiento implica la generación de diferencias que terminan refiriendo a la biología entre lxs vecinxs que estudian en la universidad y lxs que no lo hacen. Lxs universitarixs hablan diferente, planifican su futuro de forma diferente y votan diferente. Avanzan en su carrera gracias a su capacidad innata y al esfuerzo personal. Quienes no lo hacen son negros o al menos más negros que lxs universitarixs. En los espacios de prácticas pre profesionales eso se puede traducir en un trato despectivo o caritativo. Nuestro trabajo allí es difícil pues debemos encontrar una forma eficaz de convencer y convencernos de que la universidad es un derecho colectivo que se garantiza a través de políticas públicas en el contexto de un proyecto de país comprometido con la justicia social.

El blanqueamiento implica la generación de diferencias que terminan refiriendo a la biología entre lxs vecinxs que estudian en la universidad y lxs que no lo hacen.

La universidad para negros consiste en reproducir en el ámbito académico las relaciones de dominación que denunciamos a viva voz. Que se ofrezcan sólo carreras cortas e históricamente subalternas, que no se cuestione la subalternidad de esas carreras, que se exija a lxs docentes menos formación que en las universidades tradicionales para ocupar un cargo similar, puede hacer que nuestras universidades se vuelvan meros instrumentos de exclusión disfrazados de pueblo.  

A continuación, exploraremos tres dimensiones de la raza en la formación de grado en salud: 1) en la población de docentes y estudiantes; 2) en los contenidos y en la bibliografía y 3) en las prácticas preprofesionales.

Somos diferentes

Cuando entre 2016 y 2018 casi todas las carreras de Licenciatura en Enfermería del país atravesaron el proceso de acreditación ante la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), hubo que revisar la planta docente y dar cuenta de ella. Uno de los problemas que se evidenciaron en varias universidades fue la alta proporción de médicxs entre lxs profesorxs. Aparecían sobre todo en las asignaturas biológicas (Anatomía y Fisiología, Microbiología, Farmacología), de salud pública (Epidemiología, Sistemas de Salud) y del área profesional (Patología y bases terapéuticas, Cuidados críticos). No faltaron casos en los que la dirección de la carrera estaba a cargo de médicxs. ¿Qué probabilidades existen de que esa misma observación surja en el contexto de la acreditación de una carrera de Medicina? ¿Alguien conoce, no ya unx titular o un adjuntx, sino un ayudante en alguna carrera de Medicina que ostente el título de Licenciadx en Enfermería? Es inimaginable. ¿Por qué esto es racismo y no clasismo o desigualdad basada en el género? También lo es. La relación de dominación entre médicxs y enfermerxs, como muchas otras, se da en la intersección entre la raza, género y clase y, a su vez, género y clase están atravesados por el estigma fenotípico de la raza. La impronta racista se pone en evidencia cuando vemos que, aunque no hay docentes enfermeras, en la enorme mayoría de las carreras de Medicina hay profesoras biólogas, psicólogas o bioquímicas.

Dime qué lees y te diré quién eres

Podemos descubrir el racismo en dos aspectos de los contenidos de las carreras de salud: a) en lo que mencionan explícitamente los textos, planes de estudios o programas y b) en el origen de los libros y los planes de estudios.

El contenido racial de los textos fue desapareciendo con los años hasta invisibilizarse. En la edición de 1946 de su libro de Semiología General, Tiburcio Padilla era tajante en cuanto a la relación entre la raza y el tatuaje:

“El tatuaje (del inglés tattoo, voz tomada de los indígenas de la isla Tahití, en la Polinesia) es una pigmentación voluntaria, haciendo dibujos o figuras, según la profesión y los gustos del interesado. Hasta pocos años atrás, era común en ciertos pueblos de Asia, África y Oceanía. En los individuos de raza  blanca, solo se lo encuentra entre los marineros y las prostitutas, que han vivido en las colonias europeas de aquellos continentes”.

Aun en 1973, el tratado de Medicina Interna dirigido por el célebre Pedro Cossio, postulaba que la sensibilidad al dolor variaba entre las personas:

“…por ejemplo, más en el niño que en el viejo, más en la mujer que en el hombre, más en los latinos que en los sajones, más en el judío que en el cristiano, más en el hijo único con exceso de protección de los padres, etcétera”.

En un texto más actual de semiología médica, cuando se habla de la intensidad del dolor prácticamente no se hace foco en las características de la persona padeciente sino en la técnica que debe seguir lx médicx:

“… El método más difundido por sus ventajas y plasticidad es la escala visual análoga. En cada evaluación se le ofrece al paciente un segmento de recta horizontal de 10 cm con divisiones cada 1 cm, pidiéndole que marque el punto en el que considera que se encuentra su dolor…”.

Cuando se hace referencia a la raza, aparece como algo externo, ajeno como categoría, que incomoda pero conviene tener en cuenta:

“…A pesar de que no suele consignarse en nuestro medio, conviene señalar la predilección por la raza negra de la anemia por células falciformes (causa de hipertensión pulmonar), así como de las hiperplasias y adenomas corticosuprarrenales productoras de aldosterona (alrededor del 8 % de los hipertensos, cifra 4 veces superior al resto de la población)”.

Al revisar el origen de los textos, encontramos que la mayor parte de la bibliografía obligatoria de las diferentes carreras de Enfermería, Psicología, Instrumentación Quirúrgica, Obstetricia, Fonoaudiología y muchas otras consiste en traducciones de obras extranjeras originalmente editadas en Estados Unidos de América (EEUU), Inglaterra, Francia y (en especial para el caso de Enfermería) España. Ese patrón eurocéntrico no es más que una muestra de racismo epistémico pues, como afirma Rita Segato, “las epistemes de los conquistados y colonizados son discriminadas negativamente. Racismo es eurocentrismo porque discrimina saberes y producciones, reduce civilizaciones, valores, capacidades, creaciones y creencias”.

Pese a lo que acabamos de afirmar, las obras que citamos en esta sección fueron escritas y publicadas en Buenos Aires. Las elegimos porque son ejemplos de que el eurocentrismo no se limita al uso de libros importados sino que también consiste en la adopción acrítica de conceptos y modos de construcción del conocimiento generados en los países centrales. Es tan racista y eurocéntrica la lectura de la Anatomía de Gray como la producción de nuevos textos anatómicos que usen como referencia exclusiva trabajos europeos o norteamericanos. Esto no se resuelve por la vía del chauvinismo cognitivo sino autorizándonos a considerar la validez de aquellas producciones que, tal vez vulnerando la narrativa científica y la metodología de la investigación hegemónicas, utilizan herramientas autóctonas novedosas o tradicionales para abordar problemas locales o universales.

Raza y práctica

Cuando la raza es negada como problema, cuando queda invisibilizada como contenido disciplinar tras la traducción de un tratado, aparece de las maneras más dolorosas e inesperadas en los espacios de las prácticas preprofesionales. Nos encontramos con docentes y estudiantes que pueden quejarse de la incultura de lxs paraguayxs, la indolencia de lxs bolivianxs, la dudosa moral de lxs peruanxs o de la falta de vergüenza que demuestran todxs ellxs al venir a atenderse gratis usando los recursos que lxs argentinxs pagamos con nuestros impuestos. Lo que podría parecer xenofobia es racismo puro y duro, pues se deduce la nacionalidad de la gente por su color de piel, por su apellido, por la forma de las cejas o por el acento. Así, quienes se llamen Mamani o Condori son definidos como bolivianxs sin importar dónde hayan nacido y son tratadxs como inferiores.

En el campo práctico, la inercia lleva a la reproducción de acciones que pueden explicarse más como usos y costumbres de la tradición corporativa que como la aplicación de algún tipo de racionalidad. Esa tradición perpetúa en muchos casos las relaciones de dominación racial dentro del equipo de salud y la violencia racista hacia quienes acceden al sistema en busca de cuidados o atención. Para poder cortar ese automatismo y transformar la lógica de gestión de los cuidados, es de gran utilidad el dispositivo de prácticum reflexivo propuesto por Schön, implementado inicialmente para las carreras del campo de la salud en Argentina por Medicina de la Universidad de La Matanza (UNLaM) y tomado por numerosas carreras que se abrieron o modificaron sus planes de estudios con posterioridad. Se trata básicamente de una instancia de diálogo con unx docente que tiene como objetivo que lxs estudiantes aprendan a reflexionar en la acción, que sean capaces de pensar lo que están haciendo y, mientras lo hacen, poder corregir el rumbo si consideran que no es el correcto.

A modo de apertura

No alcanza con emplazar una universidad en el conurbano para garantizar su utilidad social. No alcanza con abrir carreras de salud en esas universidades para superar las relaciones de dominación determinadas racialmente que se producen y reproducen en el equipo de salud. Tampoco alcanza con publicar libros propios y desarrollar decenas de proyectos de investigación. Seguro que no alcanza con incorporar la categoría “raza” junto a la de género y clase a la hora de pensar las prácticas de enseñanza, aprendizaje, gestión y producción de conocimiento en nuestras universidades. Tal vez no alcance pero es imprescindible hacerlo. La reflexión en la acción, el pensamiento durante la construcción y la lucha contra aquellos dispositivos coloniales que solo sirven para producir desigualdad nos ayudarán a trazar el camino hacia una educación de grado emancipadora y al servicio de las necesidades sanitarias del pueblo.  

· Leonel Tesler ·

Médico especialista en psiquiatría infantojuvenil. Director del Departamento de Ciencias de la Salud y el Deporte de la Universidad Nacional de José C. Paz.




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