¿Por qué debería importarle a toda la sociedad lo que está pasando con los recortes de presupuesto en las respuesta al VIH? Quizás tenga que ver con que históricamente las vidas VIH positivas denunciaron no sólo un virus sino también las consecuencias del odio y de ese gesto político que es “mirar hacia otro lado”. Como en la película de culto El día de la marmota en la que un Bill Murray repetía una y otra vez el mismo día, hasta resignarse y tomarlo como forma de vida, estamos viviendo un momento con los mismos tufos y odios que campeaban sin vergüenza hace más de cuarenta años. Las medicaciones, atención y avances sanitarios que celebramos y son fundamentales para que sobrevivamos, hoy, lejos de crecer, luchan por sostenerse. Somos activistas de la cura, eso exigimos. Mientras tanto nos corresponde la mejor atención y medicación para llegar con vida a la respuesta. 2025 no puede ser el año de nuestro final por una decisión de odio político.
En 1992 una publicidad opacaba la década banal y menemista cuando la voz de la actriz Cipe Lincovsky parafraseaba a Bertolt Brecht: “Primero se llevaron a los homosexuales, pero yo no me preocupé porque yo no era homosexual”, decía y el plano recorría unas camas vacías. Luego los drogadictos, luego hemofílicxs, hasta que “ahora ya es tarde, están golpeando a mi puerta”. ¿Cuál es la distancia con esa pieza hasta hoy? Antes de decir “gracias a los avances de la ciencia” o citar a la medicación antirretroviral (ARV), debemos preguntarnos cómo llegaron estos logros a nuestras manos. El Estado presente, la cooperación internacional, inversión en ciencia pública, leyes que contemplen el acceso integral a los sistemas de salud, y tantos hitos y logros que hoy se piensan como enemigo en las bocas pultáceas de los dirigentes antiderechos de turno.
Esta, mi sangre bichosa, no es el enemigo de ningún derecho, es la denuncia de un sistema político de la crueldad. Mi cuerpo positivo muere cuando no hay Estado responsable que asegure la mejor calidad en salud pública. Pero nuestra muerte no es un hecho aislado, es la alarma, una pieza de dominó que tarde o temprano te va a comer las defensas a vos que estás leyendo, tengas o no VIH, tengas o no relación directa con el sistema público, tengas o no la consciencia de que nuestras vidas VIH no son más que esa primera hoja seca que cae en el pleno verano y le anuncia a una cigarra “privilegiada” lo que estará por venir. Nuestras existencias tienen la calma y constancia de la hormiga que no conoce descanso porque sabe que el invierno va llegar, pero luego la primavera.
Y en este casi caduco 2024 nos encontramos con la noticia de que para el próximo año el orgullo de esta gestión nacional es recortar un 76% en la respuesta al VIH, sida, hepatitis, tuberculosis e ITS. Los vemos recorriendo el mundo para lamer las botas de los antiderechos y poderosos que encuentren, mandando a reprimir jubilados, sonriendo en los meetings auto celebratorios que organizan con esas caras de menemismo y dictadura, acumulando y esparciendo mentiras, alegrándose de los recortes a los derechos humanos y necesidades básicas mientras le cuidan las arcas a los millonarios. ¿Dónde están las niñas cantoras que gritaban “con la tuya” cuando el Estado te salvaba del Covid dándote las vacunas? ¿La casta que venían a eliminar era el hospital con recursos para salvar vidas? No es mi salud VIH, son los derechos y la dignidad de un país entero, ahí está el recorte.
Si hoy nos ponemos los lentes con vidrios marrones para poder entender sus perspectivas de mierda, o quizás los rojos que tanto placer les da para ver todo lleno de rojo sangre, les aseguro que no verán nada muy diferente a lo que anunciamos “las bichosas” desde hace rato, no porque seamos mejores ni distintas, sino porque nuestros cuerpos vienen padeciendo el odio desde hace demasiado tiempo. Dejar sin medicación antirretroviral a las personas VIH+ no solo es un acto criminal sino que, pensado desde sus lógicas empresariales, se traducirá en más gastos. Por ejemplo, si yo que soy positivo me quedo sin medicación puedo deteriorar mi salud hasta llegar a una situación de sida y tener que recurrir a los sistemas de salud (públicos o privados) generando procesos largos y costosos. Mi cuerpo sin medicación hace que el virus pueda transmitirse posibilitando así que haya más personas positivas. En cambio si tengo el ARV que me corresponde puedo alcanzar la indetectabilidad del virus, y de esta manera no transmitirlo. El recorte alcanza a los testeos, entonces menos personas podrán saber si son o no positivas, sin diagnóstico y sin medicación pasa lo mismo: más nuevos casos, más gasto para sus lógicas empresariales.
Entonces cabe la pregunta: ¿recortan porque les parece una medida correcta o lo hacen por un desprecio criminal a nuestras existencias? Porque si lo pensamos incluso con sus gafas color muerte tampoco les resultaría “exitoso económicamente”. ¿O será que hay que sacarle los servicios públicos a la gente para sostener así las medidas serviles para los millonarios a los que quieren agradar? El mapa de respuestas es tan frágil como las mentiras con las que atacan.
Si volvemos a ver la publicidad de 1992 con esas camas vacías y en nuestra cabeza suena la voz de Cipe Lincovsky, cabe preguntarnos: ¿cuántas camas vacías vas a esperar hasta que golpeen a tu puerta? El cuerpo VIH positivo es una señal de denuncia, es una alerta. Pero también es mi amiga, es mi familia, también soy yo. ¿Cuántas muertes más tendremos que poner nosotrxs para que el grito por justicia y los derechos sea colectivo? No lo sé ni lo pienso averiguar, porque mi cama ya está vacía, mi heladera y mi pastillero también. Entonces, frente a este otoño e invierno político, lleno del frío del odio contra nuestras existencias, solo nos queda la respuesta colectiva y, como las hormigas, constante. Porque cuando vuelva la primavera, la quiero caminar con mis afectos, con mis derechos, conmigo.
Por Lucas ‘Fauno’ Gutiérrez