Cuando no recordamos lo que nos pasa,
nos puede suceder la misma cosa.
Son esas mismas cosas que nos marginan,
nos matan la memoria, nos queman las ideas,
nos quitan las palabras… oh…
Si la historia la escriben los que ganan,
eso quiere decir que hay otra historia:
la verdadera historia,
quien quiera oir que oiga.
Nos queman las palabras, nos silencian,
y la voz de la gente se oirá siempre.
Inútil es matar,
la muerte prueba
que la vida existe…
Quien quiera oír que oiga, Litto Nebbia
La búsqueda de una Soberanía Sanitaria capaz de ser producto, y a la vez productora de un justo derecho a un buen vivir, precisa de un esfuerzo analítico mayor. Las formas en que cada individuo -con su historia, su devenir, sus éxitos y fracasos- encuentra el modo de mejorar las maneras de desarrollarse y vivir son variadas y se encuentran determinadas por múltiples factores. Incluso las comunidades tienen trasfondos históricos y culturales que condicionan su relación con la vida y la salud. Es decir, el proceso vital de la salud/enfermedad/cuidado es complejo y variopinto. Sin embargo el “sistema” de salud suele ofrecer un solo costado, un solo modelo validado y legal. Quienes trabajamos en él también nos afanamos por comprenderlo cabalmente, pero difícilmente podemos hacerlo.
Como toda construcción histórica, el sistema de salud, el sistema científico y, especialmente, la medicina son productos de un devenir histórico que refleja la victoria de las perspectivas de los más poderosos. Sin embargo, el sistema es más homogenizador y brutal con las particularidades de lo que es la vida en sí para los individuos y las comunidades. ¿Cómo desnaturalizar los aspectos coloniales de un sistema centralmente eurocentrista, blanco y patriarcal?
Una de las dificultades mayores en desentrañar los hilos de una posible respuesta radica en la ausencia de correlaciones de fuerza con algún grado de equilibrio. Entonces, solamente una fuerte convicción de soberanía, apoyada en un maduro movimiento sanitario como parte de un proyecto político transformador puede y debe iniciar el camino contracultural de desnaturalizar lo naturalizado y resaltar lo invisibilizado. Esta tarea no será suficiente, pero sí necesaria hasta que todo comience a avanzar. Las universidades, la ciencia, las experiencias comunitarias, el modelo de atención y los equipos de salud deben empezar a preguntarse si la respuesta a las necesidades de salud de todo el pueblo -en toda su diversidad- son las mejores o las únicas visibles. Tal vez, una primera y simple actitud para comenzar a andar ese camino consista en ponernos, por un rato más no sea, en el lugar de les otres, en sus contextos y en sus circunstancias.
Cabe preguntarse entonces, y aunque pueda sonar doloroso, ¿somos, quienes nos desempeñamos en el sistema de salud, reproductores de un colonialismo que arrasa con la diversidad y esconde mejores avances sanitarios?
El camino que nos proponemos en este número 6° de la Revista Soberanía Sanitaria no tiene respuestas unívocas, tan solo la invitación a abrir no solo las mentes, sino también el corazón.