El desarrollo de las apuestas online (la industria con mayor crecimiento en la Argentina en el primer semestre 2024) es el resultado de un experimento social en vivo: la masificación de los teléfonos inteligentes, la sofisticación de los videojuegos, las redes sociales y la aplicación de principios de la psicología conductual para moldear el comportamiento de los usuarios. Disciplinas como la ciencia de datos, la economía del comportamiento y las matemáticas han estudiado nuestro comportamiento, interacciones y preferencias, hasta el punto de predecir muchas de nuestras acciones. Parece que, como consumidores, somos una fija, menos impredecibles de lo que nos gustaría.
Si queremos entender el fenómeno de las apuestas online, tenemos que conocer la historia reciente de la tecnología, porque surgen íntimamente relacionadas con este ecosistema. Tomemos el caso de Facebook para acercarnos a la forma de pensar de los desarrolladores de tecnología y al impacto de sus prácticas en la sociedad y en nuestra salud mental. Las observaciones que haré sobre Facebook son válidas para la mayoría de las empresas de tecnología, y lejos de una visión conspirativa, muchos de los daños que voy a comentar parecen más producto de la avaricia y la imprudencia, que de la malicia directa.
Facebook fue creada por Mark Zuckerberg en 2004 como una red de mensajería para estudiantes en Harvard, bien retratada en la película Red Social (2010). Bendecida por la pandemia, ha alcanzado más de tres mil millones de usuarios en todo el mundo. La plantilla de profesionales de Meta, la empresa que agrupa a Facebook, WhatsApp e Instagram, entre otras, está formada por múltiples expertos. Para lograr sus objetivos, las empresas de tecnología entienden muy bien esa máxima de Pichon Riviere: “homogeneidad en la tarea y heterogeneidad en la composición del grupo”. Una de las características de los desarrolladores de tecnología es una fe casi religiosa. Cuya savia es la recopilación frenética de datos, la libertad individual, la poca injerencia del Estado y el desarrollo constante de productos. Zuckerberg entendió que ciertas mecánicas sociales universales como la validación social, sentimientos de pertenencia, necesidad de lidiar con emociones negativas, etc., eran el puente para comprometer a los usuarios en el uso de la plataforma.
¿Cuánto nos conoce Facebook? En 2013, el psicólogo polaco Michal Kosinski (Kosinski, 2013) mostró que, sobre la base de 68 “me gusta”, era posible predecir en el usuario, con niveles aceptables de precisión, su color de piel, coeficiente intelectual, filiación política e incluso si los padres estaban separados. En 2016, la app decidió estudiar el comportamiento de ochocientos mil usuarios para responder a la pregunta de si podían influir en el estado de ánimo a través de publicaciones en sus muros. La respuesta fue un contundente SÍ.
Desde sus comienzos, Facebook fue consciente que su crecimiento vertiginoso podía favorecer la polarización política-religiosa y erosionar la salud pública. Estos hechos fueron motivo de debate puertas adentro en la sede central de Menlo Park. Desde 2010, también se afectó la intimidad de sus usuarios, permitiendo a desarrolladores externos acceder a sus datos personales (por ejemplo, el escándalo de Cambridge Analytica). En 2012, la plataforma fue un eslabón involuntario en la matanza que se produjo en Myanmar, en la medida que difundió en vivo discursos de odio y violencia por usuarios extremos y no tuvo capacidad de respuesta para detener las transmisiones, entre otras cosas porque no tenían traductores suficientes. A medida que la red social se instaló, algunos hallazgos tempranos fueron que las noticias falsas se viralizaban hasta cinco veces más rápido que las verdaderas y que el 90 % de los clics provenían del 10 % de los usuarios (denominados hiperactivos). La suma de estos dos factores produce una reacción atómica en término de contagio social frente a temas sensibles. Sabemos que las emociones se contagian rápido. Los algoritmos mandan en redes sociales: mientras más fanático y extremo el contenido, más visible se hace. Aunque la compañía creó equipos de moderación y revisión de las funciones de la app, cualquier medida que atentara contra la cantidad de usuarios era desestimada.
Consciente de su creciente peso en términos geopolíticos, Facebook inventó una clasificación. Por un lado Estados Unidos, Europa Occidental, Israel e India. Por otro lado, el resto del mundo. Se acuñó el término “países de alto riesgo”, que reúne tres condiciones: 1) historial de violencia, 2) un hecho potencialmente desencadenante (como una elección nacional) y 3) una fuerte penetración de Facebook en el mercado. En los países de “alto riesgo” circula de manera fluida el mercado de trata de personas, esclavitud doméstica, pedofilia y explotación sexual. Básicamente se invierte menos en controladores de contenido. Son países donde los escándalos hacen menos ruido.
Desde el 2014 los equipos de ciencia de datos de Facebook, encontraron que había pocos adolescentes y que los mismos estaban migrando a otras plataformas, como WhatsApp e Instagram. En tecnología, los menores son el público elegido, el canario en la mina, los primeros que se van cuando un producto ya no es interesante. Zuckerberg compró ambas empresas, lo que nos sirve para entender el valor estratégico y comercial del público joven.
En una encuesta realizada en colegios de la Provincia de Buenos Aires a 433 estudiantes, se encontró que el 70 % de los chicos usa el celular entre 3 a 8 horas por día, el 40% está apostando y que la mayoría lo hace porque sus amigos también lo hacen.
Instagram, una propuesta basada en imágenes, rápidamente pareció tener un impacto en los adolescentes en relación a su estado de ánimo, bullying e imagen corporal. Muchas cuentas idealizaban la anorexia, las autolesiones, la depresión y el suicidio. En lo que podría ser una confesión de parte, Instagram creó un Equipo de Bienestar para revisar estos casos. Una de las conclusiones es tan clara que da miedo: “Quienes están más insatisfechos con sus vidas son los que se ven más negativamente afectados por la aplicación”. El psicólogo social Johnathan Haidt, autor del texto bisagra La Generación Ansiosa (2023), explica que las redes sociales han producido un impacto negativo significativo en los adolescentes de una generación en el periodo 2010 a 2015. Haydt sostiene que las empresas de tecnología se han comportado como las empresas tabacaleras y las de vapeo, produciendo a sabiendas productos cada vez más adictivos.
Muchos de los ingenieros que trabajan en Facebook han desarrollado lo que llamo el síndrome de Oppenheimer, por el físico que, luego de trabajar cuatro años en el desarrollo de la bomba atómica y tras presenciar la primera detonación, susurró: “Somos unos hijos de puta. Nos equivocamos”. El mismo Alfred Nobel experimentó algo de esto, cuando sintió culpa con su creación, la dinamita, y luego inventó un premio para premiar a los científicos de todo el mundo, incluso con un premio dedicado a la paz. Esta secuencia de culpa diferida pasó a ser una constante entre los desarrolladores de Silicon Valley; le ocurrió, por ejemplo, a Aza Raskin, el creador del scroll infinito, y a nada menos que a Leah Pearlman, la creadora del “like”.
Las apuestas existen desde hace mucho, pero el formato en línea se erige sobre hombros de gigantes: tecnología de punta, ciencias del comportamiento, big data y análisis de datos, aprendizaje automático, publicidad personalizada y agresiva, escasa regulación legal y un clima de tecno-optimismo generalizado. Nos empezamos a dar cuenta de que hay un lado B. Las apuestas en línea llegaron en el momento justo; son el producto perfecto para esta época: la ilusión de generar dinero de manera individual, fácilmente y a corto plazo, en el mismo teléfono en el que nos hemos entrenado con disciplina olímpica: selfies, juegos, chats, porno, pedidos de comida y posteos seriales. Como dice Lucía Fainboim: “los chicos están apostando y las chicas vendiendo su intimidad en Only Fans on-demand”.
Hay pocas cosas más parecidas a los juegos en línea que el funcionamiento de las redes sociales. Podríamos decir que todos venimos apostando, incluso los más chicos, con videojuegos repletos de anzuelos cognitivos y recompensas.
No está mal decir que es una realidad que shockea y confunde.
Dicen que la base de datos de Rappi es tan completa que sabe más de tu salud general que tu propio médico clínico. En breve estaremos apostando por el control remoto, ESPN es posible que lance el sistema en poco tiempo.
No va a alcanzar con esquemas de tratamiento o etiquetas diagnósticas individuales, es una oportunidad histórica para los profesionales de la salud mental para estudiar un problema excepcional y crear nuevas respuestas.
Referencias
- La Tormenta Perfecta. Federico Pavlovsky y colaboradores. Editorial Noveduc, 2024.
- Código Roto. Jeff Horwitz. Editorial Ariel, 2024.
- Inteligencia Artificial. Melanie Mitchell, Edit. Capitán Swing, 2020.
- Revelando La Verdad. José Oldani. Editorial Laksika, 2022.
- La Generación Ansiosa. Johnathan Haidt, Editorial DEUSTO; 2023.
Federico Pavlovsky es Médico psiquiatra y legista. Magister en Psiconeurofarmacología. Magíster en Prevención y tratamiento de conductas adictivas. Realizó la especialización en Gestión de salud de la Universidad Austral y estudios de postgrado en terapia cognitivo-conductual, sistémico-relacional, dialéctico-comportamental y psicoanálisis. Fundó y dirige Dispositivo Pavlovsky, un espacio de tratamiento ambulatorio intensivo para personas con consumo problemático de sustancias y adicciones comportamentales. Autor de numerosos libros y publicaciones de alcance nacional e internacional.