El coronavirus se ha difundido por todo el planeta. Para los epidemiólogos es un “experimento natural”. A diferencia de “experimentos epidemiológicos” que en general involucran a pequeños números de personas, para medir la eficacia de vacunas, medicamentos e intervenciones locales en el terreno, que son planificados, desarrollados y analizados por la inferencia estadística en estudios de caso-control, con el coronavirus estamos ante un escenario planetario, generado por un hecho de la naturaleza. Como un tsunami o un aerolito que ataca a los aproximadamente 7000 millones de habitantes del mundo… y cuyas causas y consecuencias van a ser seguramente analizadas por todas las ciencias, desde la psicología individual y colectiva hasta el más acotado y cuantificable dato de las “ciencias duras”.
Creo que debe analizarse prioritariamente una faceta de lo que se viene: la forma en que están respondiendo los Estados al coronavirus, estudiando las diferentes políticas aplicadas, lecciones que en algunos casos habíamos olvidado en los más de cien años que mediaron entre la terrible pandemia del año 1918 y nuestro presente. Una forma actual de medición de resultados es cuantificar un ejemplo máximo de fracaso de la salud colectiva y de las sociedades donde está inserta: debemos contar las muertes que ocurrieron y que no hubieran ocurrido si las decisiones políticas de las naciones hubieran sido otras. Para esta medición elijamos este indicador numérico, ya que su alternativa – el número de “infectados”-, por su dispar definición operativa entre países y por las muy importantes diferencias en el porcentaje de población testeada entre ellos, convierte a sus cifras en indicadores menos confiables.
Creo que debe analizarse prioritariamente una faceta de lo que se viene: la forma en que están respondiendo los Estados al coronavirus, estudiando las diferentes políticas aplicadas, lecciones que en algunos casos habíamos olvidado en los más de cien años que mediaron entre la terrible pandemia del año 1918 y nuestro presente.
La mortalidad tiene una definición operativa rotunda e indiscutible, y su contabilización definitiva está a cargo de las estadísticas vitales de los diferentes países. Esta medición a través de la mortalidad se puede hacer ahora mucho más fácilmente que en 1918. El número de muertes por la pandemia en las estimaciones de máxima – si no hacemos nada – son terribles.
Asumiendo una letalidad del 1% de los casos, y que los humanos afectados serían el 50% de la población – hipótesis “de rango medio”; con 3500 millones de afectados la mortalidad adicional a la regular y permanente sería de 35 millones de personas. Para hacer una comparación, en Argentina mueren por año aproximadamente 250.000 personas.
Como tarea inicial, coyunturalmente atractiva, sugiero estudiar dos duplas de países: Estados Unidos (EE.UU.) y China, por un lado, y Brasil y Argentina, por otro.
En China, un país de 1400 millones de personas, hoy ya no hay casos domésticos. Mientras tanto, en Estados Unidos, la curva de aumento de enfermos es más escarpada que las que mostraron Italia y España en su peor momento.
EE.UU. y China son las dos mayores potencias económicas del mundo, y sus diferencias de sistema político son extremas. EE.UU., democracia neoliberal, coloca a la acumulación de capital al centro de sus prioridades estratégicas, y usa a su poder militar – lejos, sin rival en el mundo- como disciplinador de países que, de una forma u otra, considera rebeldes. En su menú, la invasión física es su opción de máxima, ocupando un lugar menor los bombardeos, los bloqueos, los sabotajes y las desestabilizaciones. Trump corporiza, hasta la caricatura, esta posición.
Por otro lado, China tiene la acumulación de capital en su estructura económica, pero su macroestrategia nacional tiene otros objetivos como la disminución de la desigualdad en la riqueza de sus ciudadanos. En las últimas dos décadas 400 millones de chinos han dejado de ser pobres, mientras que la desigualdad económica estadounidense sigue creciendo hasta niveles que no se veían desde hace medio siglo.
Además, China no invade ni bombardea a otros países. Ante la aparición del coronavirus en una ciudad muy importante de una provincia de China, se implementó una cuarentena severísima, correcta y casi única respuesta ante un virus nuevo, para el cual no hay vacuna ni tratamiento eficaz, y hacia la zona afectada fluyeron masivos recursos de todo el país. Hoy ya no hay casos domésticos en un país de 1400 millones de personas. En Estados Unidos, el día de hoy, la curva de aumento de enfermos es más escarpada que las que mostraron Italia y España en su peor momento. El alcalde de la ciudad de Nueva York denunció hace pocos días que su ciudad -de paso, capital financiera del planeta- tiene la mitad de los respiradores que necesita.
Vivimos tiempos terribles, y quizás a más largo plazo esperanzadores, si el capitalismo financiero, con sus burbujas especulativas que estallan y su daño ecológico, es reemplazado por otras formas de organización social.
El estudio de la diferencia entre las políticas argentinas y brasileñas el día de hoy tiene facetas surrealistas debido a las declaraciones de su presidente Bolsonaro quien, a diferencia de la abrumadora mayoría de los 200 jefes de Estado del mundo, se opone a todo aislamiento. Es probable que esto cambie, pero no sucederá inmediatamente, y en el país hay una fuerte corriente intelectual fundamentalista cristiana que ve a la enfermedad como un castigo divino.
El sistema de salud brasileño es más débil que el argentino, con un acceso con más requerimientos mercantiles, y la población brasileña es en conjunto, más pobre. El monitoreo de muertes, a diferencia de casos nuevos, va a ser el dato extremo más fidedigno que revelará la tendencia de la epidemia.
Contabilicemos las muertes que podrían no haber sucedido, las “muertes evitables” si hubiéramos siempre tomado las medidas que protegen a la salud y a la vida, y no las que protegen a la lógica empresarial.
Argentina eligió desde el comienzo la estrategia de cuarentena domiciliaria, que fue profundizando. Volviendo a Brasil, reflexionemos que su presidente, al definir el deseo de que el país “no se detenga” está, con su estilo burdo, no lejos de otros jefes de Estado neoliberales (Trump, Boris Johnson), y que en Argentina esta línea es muy fuerte entre el empresariado y los sojeros, aunque, por ahora, hace poco ruido. Se ven reflejos suaves de esto en los medios hegemónicos: Clarín, La Nación, Perfil, la Prensa Económica y el ejército de mercenarios neoliberales en la TV comercial.
Vivimos tiempos terribles, y quizás a más largo plazo esperanzadores, si el capitalismo financiero, con sus burbujas especulativas que estallan y su daño ecológico, es reemplazado por otras formas de organización social. Mientras tanto, contabilicemos las muertes que podrían no haber sucedido, las “muertes evitables” si, con respecto al coronavirus, hubiéramos siempre tomado las medidas que protegen a la salud y a la vida, y no las que protegen a la lógica empresarial. Y a los argentinos, que estamos justificadamente orgullosos de las medidas que nuestro gobierno ha tomado con respecto a la pandemia, recordemos que también son “muertes evitables” la mitad de nuestras muertes de niños menores de un año, si usamos como comparación los niveles de mortalidad infantil de la isla de Cuba.
· José Carlos Escudero ·
Profesor Emérito y Consulto de la Universidad Nacional de Luján. Profesor Consulto de la Universidad Nacional de La Plata.