El Estado ausente

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Del reordenamiento de organigramas oficiales, de la reasignación de partidas presupuestarias y la suspensión de programas sociales muchas veces se nos escapan las consecuencias que deben sortear los ciudadanos de a pie cuando estas medidas cristalizan sus efectos. Esta crónica recorre, en las voces de una pequeña comunidad de Bahía Blanca, el relato de una constante evidente: el Estado que olvida a su gente.

Alguna vez Eduardo Galeano contó que Cándido Portinari dijo en respuesta a quien llamó a la puerta de su casa interrumpiendo su trabajo sobre el lienzo: “el arte es arte o es mierda”. Con el Estado sucede igual, el Estado está presente o es como el no arte de Portinari. Desde el 10 de diciembre de 2015 asistimos casi como observadores externos a cambios regresivos en materia de políticas públicas que fueron, en un inicio, traducidos por el oficialismo como consecuencia necesaria de la “pesada herencia” recibida de los 12 años y medio de un modelo de país inclusivo y direccionado por la justicia social. Fue tan inclusivo aquel modelo que el impacto del saqueo de derechos no se sintió tan intensamente hasta casi un año después. El Estado se fue retirando al principio en puntas de pie hasta que en un tiempo y espacio imprecisos (y esto tampoco fue magia, sino un plan de gobierno) desapareció. Entonces ya no fuimos ni somos simples observadores externos sino que nos transformamos en el producto consecuencia del desmantelamiento, el retiro, la ausencia, la falta…

En el suroeste de la ciudad de Bahía Blanca, localidad del sur de la provincia de Buenos Aires, se ubica Villa Nocito. Villa Nocito es un barrio antiguo, consolidado en su historia, poblado inicialmente por inmigrantes chilenos en su mayoría, que fue creciendo en extensión pero no necesariamente en desarrollo, manteniéndose al margen de la urbanización, sin calles asfaltadas, sin cobertura total de servicios y con el primer puesto en materia de recibir promesas pero no realizaciones. Villa Nocito no tiene la típica configuración de una villa o asentamiento, las calles son anchas, de doble circulación para vehículos, tiene instituciones que se conservan a través de los años y son respetadas y funcionan como espacios de contención y apego en la vida cotidiana de quienes habitan el barrio. Paradójicamente, para el municipio de Bahía Blanca, Villa Nocito es considerado “zona residencial” al momento de cobrar tasas y tarifas de servicios públicos que son deficitarios.

La comunidad de Villa Nocito durante muchos años fue blanco de prejuicios (aún lo sigue siendo pero en menor medida) incluso por los barrios circundantes. Sin embargo, quienes habitan la “villa” han sabido y podido trascender esa demarcación en torno al “villero” que imponen los presupuestos de ciertos sectores de la sociedad y para ello han contribuido los doce años y medio de polí- ticas públicas que promovieron la inclusión, la equidad y la transformación de los ciudadanos considerados otrora de tercera o cuarta en verdaderos sujetos de derecho.

Sin embargo hoy y a poco más de un año del cambio de modelo de país instaurado la regresión sufrida es inocultable. No solo desde lo individual, desde el relato de quien se acerca y cuenta cuando tiene la oportunidad de decir que lo que antes era posible ya no, sino desde lo institucional, desde lo colectivo, lo barrial puede oírse la queja por lo que había, por lo que el Estado proveía y repentinamente arrebató. Y en realidad no es el Estado el responsable, el Estado también es víctima de este plan sistemático de desapariciones. Cuenta un pibe que asistía a la unidad sanitaria del barrio a buscar preservativos: “Un día fui y no había más y siempre había antes, vos ibas cualquier día y había. Ahora no, está vacío”. Dice la verdad, el dispenser de preservativos está vacío y lo mismo ocurre con las pastillas anticonceptivas. “Antes podíamos entregar tratamientos anticonceptivos para tres meses a cada una de las 60 mujeres que tenemos en programa, ahora solo una caja”, relata la enfermera de la unidad sanitaria. Hay un antes, que se dice con la palabra y con el recuerdo de un tiempo mejor y hay un ahora que se atraganta de desesperanza. Uno de los profes de apoyo escolar comenta: “Los pibes venían entusiasmados después de la escuela y se sentaban a hacer la tarea y estaban atentos y terminaban rápido para volver a sus casas, ahora si no les damos primero algo para comer no se motivan, no arrancan, algunos vienen sin comer desde la noche anterior”. Nuevamente, antes y ahora, y en la escuela también lo perciben las docentes: “Seño no comí, tengo hambre” y ellas hacen lo que pueden como pueden con lo que tienen, porque se han vuelto además de docentes, administradoras de los escasos recursos que les envían, porque ya no es como antes: “lo que tenemos acá guardado en el depósito es lo que nos quedó de stock, lo que nos sobraba todos los meses, ahora nos está empezando a faltar”, cuentan.

Los derechos deben ser progresivos, jamás regresivos, porque pasar del bienestar al malestar trae aparejado dolor, tristeza, infelicidad, sobre todo cuando ese bienestar está garantizado y nos atraviesa como un haz luminoso de dignidad y sabemos que podemos desear y que el deseo puede concretarse.

“Antes mi mamá me llevaba al cine del shopping y comíamos hamburguesa, ahora no puede porque no tiene trabajo” cuenta Ian, mientras hacemos la tarea de inglés, delante del resto de los compañeros de apoyo y algunas voces se suman. Entonces nos vamos enterando que antes podíamos consumir, elegir, estrenar, y ahora no, porque mamá, papá, abuelos, se quedaron sin trabajo y la jubilación no alcanza y ya no elegimos entre “Los Vengadores” o “Batman vs. Superman”, ahora elegimos entre comer y no comer, algo tan elemental y necesario para vivir.

D. es joven, muy joven y le diagnosticaron hace unos años Enfermedad de Parkinson, antes accedía sin mayores inconvenientes a toda la medicación indicada por su neurólogo.“Hay un medicamento que ya no lo cubre más la obra social y es el más caro”, cuenta su madre. Ese medicamento, el más caro que ya no cubre su obra social es el que mejor controla sus temblores, entonces ahora tiembla y se angustia y elige quedarse en su casa. Y una vez más, antes y ahora, antes el medicamento era un bien social, acceder a él un derecho incuestionable y ahora es un bien de lujo.

Empiezan a tomar conciencia de que son los principales afectados por el retiro del Estado como planificador, regulador y ejecutor de políticas públicas.

 

Algo similar sucede con los beneficiarios de PAMI. Diariamente se reúnen en el centro de jubilados para realizar actividades recreativas y de contención. “Muchos abuelos la están pasando mal, no les alcanza, o pagan medicamentos o servicios o comen, tienen que elegir”, cuenta la vicepresidenta del centro.

Hace unos meses atrás en una sucesión de anuncios rimbombantes se le informaba a la comunidad de Villa Nocito que el sueño de las principales calles asfaltadas, sobre todo aquellas por donde hace el recorrido el transporte público, era un hecho concreto. Por supuesto una vez más la gente del barrio eligió confiar porque siempre es mejor vivir esperanzado.Sin embargo, la obra que tenía que comenzara la semana siguiente del anuncio no comenzó y los ánimos oscilaron entre la rabia y la resignación, un ejercicio al que parecieran estar bastante acostumbrados.

Producto de la “pesada herencia” aún se sostienen en una línea delgada entre la inclusión y la exclusión, aún muchas personas no están totalmente afuera de los márgenes y en las últimas fiestas de diciembre se puso en práctica solidaridad de la buena, horizontal.“La gente no tiene plata porque no tiene trabajo”, cuenta A., propietaria de un almacén chiquito, “pero yo les fío, si nos conocemos todos acá”.

El primer año que quedó atrás no fue tan despiadado comparado con los que quedan por delante, todavía hay un resto de derechos no arrasados, mejor dicho vestigios de derechos que permiten transitar sin dar mucha cuenta de lo que era y ya no es. Sin embargo el retroceso empieza a notarse, comienza a cuestionarse la idea de “cambio”, ¿era esto el cambio? ¿no decían que no nos quitarían nada de lo que teníamos? “En el 2015 nació mi hijo y recibí el Qunita, relata Y., y ahora lo quieren sacar porque dicen que es inseguro…mi hijo lo usó y lo sigue usando, nunca le pasó nada malo y además es precioso el kit”.

Las mujeres, hombres, jóvenes y hasta los niños del barrio dicen cuando pueden, expresan la desilusión, el temor, la incertidumbre, empiezan a tomar conciencia de que son los principales afectados por el retiro del Estado como planificador, regulador y ejecutor de políticas públicas.

 

· María José Sogni Casco ·

Es médica egresada de la UBA, especialista en Medicina Familiar y General y paliativista. Además se diplomó en Redes Sanitarias en la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ).

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