SALUD MENTAL Y REGÍMENES POLÍTICOS

¿Cómo surgieron las colonias psiquiátricas en Argentina?

  • Twitter
  • Facebook

En un contexto de batalla cultural, la salud mental es parte de esa lucha. Eso se pone de manifiesto en el ataque a la Ley Nacional sobre Salud Mental. En este artículo, Sacchetti y Rovere revisan los momentos de la historia argentina en los cuales nacieron las colonias psiquiátricas como un forma de entender los procesos de revisión actuales.

En medio de fuertes restauraciones conservadoras de la sociedad argentina, se libra una intensa batalla cultural, que contrapone gestos y relatos, y la salud mental, como antes y como siempre, está fuertemente incluida. Pero no es la primera vez que ocurre y dado que un exministro de Educación hace muy poco tiempo apeló a la metáfora de una Conquista del Desierto Cultural, tal vez resulte oportuno revisar esos momentos de nuestra historia donde justamente las colonias psiquiátricas van a surgir.

Cuando un paciente, un familiar, un estudiante o un residente ingresan a un hospital psiquiátrico, a un asilo, a un hospital de crónicos, aun cuando este haya sido parcialmente “reformado”, se encuentran con un enorme conjunto de señales que resultan de difícil decodificación.

Como si se tratara de ensayar una obra de teatro en un escenario abandonado de una puesta anterior, los espacios, las restricciones, las conexiones, las discontinuidades, influyen produciendo determinaciones, posibilidades e imposibilidades sobre cualquier nuevo guión, aún o sobre todo cuando este contiene idearios contrarios al de sus “escenógrafos” originales.

Sin embargo, los guiones que nos anteceden distan de ser armónicos u homogéneos, antes bien se concretaron en medio de tensiones y disputas, en oleadas, en marchas y contramarchas, con significados y sentidos contradictorios que permiten establecer nuevas alianzas e identificaciones con movimientos seculares que atraviesan este campo.

Una nueva Argentina muy diferente del proyecto de los próceres de la independencia surgió en las últimas décadas del siglo XIX combinando el ideario de la llamada generación del 80 con el etnocidio que recibiera la falaz denominación Conquista del Desierto, justamente el supuesto desierto que se esperaba colonizar con millones de inmigrantes.

“Gobernar es poblar” será la definición que el nuevo proyecto nacional va a promover proponiendo un crisol de razas, un crisol en el que los pueblos originarios no estaban incluidos.

Pero la migración que se concreta no era la esperada y a ello se añadirá la importante carga de sufrimiento y enfermedad generada por las condiciones que impondrá “la patria de acogida”.

Dispositivos de asimilación cultural y de selección eugenésica serán adoptados. La utopía higienista y el desarrollo de la salud pública ocuparán un lugar en ello y la medicina impulsada por los aires de modernidad avanzará sobre el control de “las almas” con métodos más sutiles y perversos, a través de nuevas instituciones, en donde la ilusión de libertad, la ficción del trabajo voluntario reemplazan a los grilletes, las cadenas y los castigos ejemplares.

Para 1910 el proyecto de la generación del 80 llegará a su apogeo. El centenario de la revolución de mayo intentará reescribir la historia, hasta borrando estrofas del himno, para reinsertar al país en la visibilidad de la Europa del nuevo siglo. Una Belle Epoque donde el dinero del comercio con Inglaterra se usaba para parecer franceses y donde las instituciones asilares competían por mostrarse como un símbolo más de esa modernidad.

Siguiendo el ritmo de la inmigración, los “alienados” se multiplicaban y sobre poblaban los ya existentes hospicios de la Merced y el de mujeres. El modelo de los asilos escoceses y alemanes y la red ferroviaria crearon las condiciones para pensar en algo nuevo.

Nacen así los hospitales-asilo-colonia que tendrán en Open Door su máxima expresión y que replicará el modelo en otros como los de Torres cerca de Luján, el Esteves en Lomas de Zamora, el reconvertido Melchor Romero cerca de La Plata, o el de Oliva en Córdoba.

Argentina entre 1880-1914

Bajo el lema del roquismo “Paz y administración” se lleva a cabo la campaña del desierto, que no sería solo un acto inaugural del período, sino que funcionaría como el modelo de disciplinamiento para toda la sociedad, especialmente para los migrantes recientes.

Interesa analizar las dimensiones de esa mentada paz introduciendo un aspecto de la política sanitaria: el tratamiento puesto en práctica con la enfermedad mental. En este período de 30 años se llevaron a cabo observaciones sistemáticas de la conducta de los grupos a disciplinar, bajo la forma de trabajos académicos y la creación de establecimientos asilares.

Lograr la paz interior de la república no era el único objetivo sino también y de manera principal, mostrarle al mundo los progresos de la civilización logrados por el régimen
que tan ansiosamente procuraba ser integrado a la geopolítica de las potencias europeas. Tal ocasión se presentaría al celebrarse los primeros cien años de la Revolución de Mayo, celebración elegida para exhibir ante el mundo el triunfo del programa liberal, en un marco de estado de sitio que acallaba toda voz disonante.

Así fue que se organizaron cinco exposiciones internacionales, una de ellas dedicada a los avances en la higiene.

Los conceptos: sobre la locura, el trabajo y lo asilar

“En realidad no es allí [en las enfermedades venéreas] donde debe buscarse la
verdadera herencia de la lepra, sino en un fenómeno bastante complejo, y que
el médico tardará bastante en apropiarse. Ese fenómeno es la locura. Pero será
necesario un largo momento de latencia, casi dos siglos, para que este nuevo
azote que sucede a la lepra en los miedos seculares suscite, como ella, afanes de
separación, de exclusión, de purificación que, sin embargo, tan evidentemente le
son consustanciales.”
Michel Foucault (2003, T 1:9)

La locura a lo largo de la historia muestra un ejemplo de la forma en que la sociedad se piensa a sí misma y cómo expresa, a través de diversas definiciones de “desviados” y de construcción de “miedos seculares”, las centralidades y las marginalidades que definen en cada momento su identidad y su propia existencia.

El surgimiento de los asilos psiquiátricos, al mismo tiempo ampliando y modificando la oferta del denominado “tratamiento moral” de la locura forma parte del auge del movimiento higienista que alcanza una importante influencia en la vida cotidiana incidiendo en el diseño y rediseño de las ciudades argentinas (La Plata, Buenos Aires, Mendoza), en la higiene escolar, en la creación de nuevos hospitales, en las prácticas colectivas (alcoholismo), etc.

La fuerte impronta de la revolución francesa renovada en su centenario (1879) se extiende al campo del tratamiento de la locura. Al decir de Galende (1994): “Con la llegada de la reivindicación de los derechos del hombre, la Revolución Francesa se encuentra, respecto de la locura, o más precisamente de la forma en que ésta existía en las casas de confinamiento, con una contradicción: la libertad del individuo derecho inalienable vs. la protección de la sociedad y su razón.”

Pinel y su discípulo Esquirol serán los protagonistas de un nuevo tratamiento moral alejado de las cadenas y de las restricciones, aunque no se ahorrarán otras formas de hacerle entender al internado lo que se espera de él/ella. Baños prolongados y las primeras experiencias químicas, así como predios rurales sin rejas (a la vista) configuran una nueva “piedad” en el trato de los internos. Pero quizás ninguna terapia develará más la preocupación de la época que la aparente rehabilitación por el trabajo. La laborterapia,
especialmente aquella con formato artesanal será una de las principales estrategias en tiempos en el que el mismo trabajo se encontraba en una encrucijada política.

De esta forma, el trabajo en los asilos debía separarse del cuestionado trabajo alienado o alienante propio del modelo fabril, lo que reenviaba al trabajo artesanal, que generaba orgullo y pertenencia, a la agricultura, la panadería, la forja, las artes, etc. Pero lo que pasará a ser clave en la argumentación política de la época es la posibilidad de contar con instituciones económicamente “autosustentables”, es decir, instituciones que no supusieran para el erario público más gasto que el diseño y los materiales de su propia construcción.

Si el trabajo de los “internos” pasa a ser clave en la filosofía de los asilos, puede especularse que los criterios de internación fueran intencionadamente laxos como para ingresar “pacientes” en condiciones de trabajar y por ende mostrar “sorprendentes” recuperaciones de quienes tal vez solo estaban allí por razones sociales o culturales fruto del desarraigo.

El movimiento asilar “sin restricciones” y el higienismo encontrarán tan fuertes reforzamientos recíprocos en su base moralista y utópica que bien podrían considerarse parte de un único movimiento.

La base material: los asilos

En 1879 se presentó a la Municipalidad un proyecto para fundar una colonia de alienados, en función del creciente número que excedía la capacidad de las Mercedes. El proyecto buscaba crear una comunidad ideal de trabajo, encarnando los valores propios de una utopía social.

En ocasión de instalarse la piedra inaugural, el diario La Nación del 21 de mayo de 1899 registra su discurso de reconocimiento a Cabred por traer al país el sistema más avanzado para el tratamiento de los alienados, luego de un periplo por Europa donde entró en contacto con el sistema de puertas abiertas. En dicha ocasión declaró con total transparencia la conveniencia desde el punto de vista económico de tales instituciones: “(…) el ánimo público se encontrará verdaderamente sorprendido al saber lo que va costando a la comunidad, no ya el sostenimiento mensual de los hospicios de alienados de ambos sexos, sino la simple edificación de los mismos”. Para agregar más adelante el carácter benéfico de la instalación en el medio campestre: “Medirá además la distancia entre los lejanos tiempos en que el secuestro, el castigo y la tortura empeoraban la terrible situación de los dementes y los actuales en que quitándoles la ciencia el estigma tremendo de poseídos, mitiga su desgracia, devolviéndolos con frecuencia al pleno goce de su juicio, ante el aspecto tranquilo de la naturaleza, sin los retos, pasiones y necesidades ficticias de las grandes aglomeraciones humanas”.

La Colonia Open Door se inauguró el 11 de agosto de 1901 usando como mano de obra a quienes serían los primeros internos, provenientes de las Mercedes, que cumplieron tareas de albañiles, herreros y carpinteros. Sobre una superficie de 565 hectáreas se construyeron pabellones de estilo suizo francés rodeados de galerías, separados entre sí por jardines. Los parques y jardines fueron diseñados por el paisajista Carlos Thays; completaban el paisaje estatuas y pérgolas, un quiosco para la banda de música, un estanque con cisnes, un lago artificial con una isla, una cancha de bochas.

Desde los planos la Colonia resultaba un espacio tan bucólico que el citado diario advertía: “No faltará quien diga que el lujo que estamos desplegando en la construcción de manicomios constituye una peligrosa incitación a volverse loco”. Por su parte Ingenieros afirma: “Todo está reunido: vigilancia y tratamiento, estética y comodidad, disciplina y libertad.” (1957:211) Vigilancia a cargo de un guardián enfermero en cada villa y un enfermero cuidador cada diez internos. Disciplina a cargo del médico que registraba el número de horas de trabajo de cada paciente, que podían cumplir en distintos talleres: fábrica de pan, de jabón, confección de ropa, fundición, hojalatería, tambo, criadero de cerdos y de aves.

Si recordamos los trabajos de los higienistas que atribuían el surgimiento y la difusión de las enfermedades de todo tipo al encierro y sordidez de las piezas de conventillos, este paisaje rural y las actividades propuestas pueden ser vistas como una salida terapéutica a los traumas impuestos por la ciudad: propensión a los vicios, delito, alcoholismo –una obsesión para Cabred- encontrarían en los trabajos rurales un antídoto y la posibilidad de reinsertar socialmente a sus pobladores o, por lo menos, de vivir en una comunidad de autoproducción que no causaba erogaciones al Estado. En 1906 se creó como organismo dependiente del Departamento de Culto y Beneficencia, la Comisión de Hospitales y Asilos Regionales, para alojar “enfermos indigentes, alienados e idiotas; así como el tratamiento de males que como la tuberculosis y la lepra requieren cuidados especiales para contener su avance” (De Lellis, M; Rosetto, J (2009). Desde su creación y a lo largo de veinticinco años Cabred presidió la Comisión. En ese tiempo creó el Asilo de Alienados Mixto de Oliva, Córdoba, la Colonia para Niños de Torres (actualmente Montes de Oca), el Asilo Colonia de Olivera en Santa Fe, para niños abandonados: todo un programa en torno a prácticas de aislamiento y disciplinamiento a partir del trabajo.

Propensión a los vicios, delito y alcoholismo encontrarían en los trabajos rurales un antídoto y la posibilidad de reinsertar socialmente a sus pobladores o, por lo menos, de vivir en una comunidad de autoproducción que no causaba erogaciones al Estado.

 

Un observador externo

El país elegido por miles de inmigrantes mostraba una administración ocupada en garantizar condiciones salubres para el trabajo, lucha efectiva contra las epidemias y logros médicos que lo ponían entre las naciones desarrolladas.

Resulta relevante rescatar la presencia en 1910 de Georges Clemenceau, por entonces senador, que llegaría a ser primer ministro y jefe de gobierno de Francia. Algunos escenarios visitados durante su estadía, fueron recopilados en un libro que escribió a su regreso a Europa que tituló Notas de viaje por América del Sur.

Mención especial recibe en su libro la visita que realizó al Asilo Colonia de Open Door. Describe distintos aspectos del asilo: su emplazamiento, arquitectura, prácticas de los internos y los profesionales: “En una finca de 600 hectáreas… a 70 km de Buenos Aires, hay 1200 enfermos repartidos en 20 pabellones, elegantes casitas suizas rodeadas de jardines y que contienen cada uno 60 enfermos, provistos de todas las instalaciones necesarias para la climoterapia y balneoterapia, con salas de recreo”: alude a métodos terapéuticos que eran de avanzada en la propia Europa y describe una realidad idealizada, donde los internos parecen disfrutar de su aislamiento. Continúa describiendo la falta de muros:
“ni una cerca de tablas, encontrándose por todas partes la libertad del suelo y del horizonte”. Los atributos propios de la pampa venían siendo elogiados por los viajeros desde tiempos de la Colonia y se interpreta como una invitación a los extranjeros a venir a instalarse y convertir en productivas esas “extensiones ilimitadas”.

En cuanto al tratamiento recibido por los internos, se aplica el “trabajo en libertad” aprovechando a los que poseen algún oficio: de esa manera fueron constructores del espacio en que están recluidos. Da cuenta de la resistencia en algunos para incorporarse al trabajo y comenta “Se le deja aburrirse”. Al respecto recoge un diálogo de Cabred, a quien denomina “el apóstol del trabajo de los locos” con el único interno que rechaza trabajar, en el cual se permite dudar sobre la salud de quien pregona el trabajo como racional y el ocio como locura. “Para el apóstol del trabajo de los locos es un poco duro preguntarse si el demente que rechaza el trabajo no tiene sobre sus congéneres la ventaja de una opinión razonada. En todo caso es el único hombre de la colonia que no hace nada. Pasa su tiempo en leer el periódico o en soñar sin decir una palabra. Cuando voy a verlo se burla de mí alegando que yo soy el insensato y verdaderamente, el hecho de entretener su holgazanería es quizás de un hombre bien razonable”.

Clemeceau da cuenta del sistema no restraint practicado por Cabred y ante la ausencia de camisas de fuerza y aparatos de contención, el único método para controlar crisis de excitación son los baños prolongados, que dice pueden ser de hasta 30 horas en caso necesario. Su relato incluye el pasaje por los distintos talleres, la cocina, las máquinas.
Resultan interesantes sus reiteradas afirmaciones sobre la lábil frontera entre sanos y enfermos como cuando refiere que todo el tiempo estuvo acompañado “por un loco fotógrafo” que registró todo su paseo y que posteriormente le envió un álbum de fotos encuadernado “por un loco” y expedido “por otro loco” a un “destinatario bastante loco como para suponerse dotado de razón”. No es la única referencia a hechos artísticos: fue recibido al son de la Marsellesa y del himno nacional argentino ejecutado “por una charanga de locos”.

Cabred impulsó la edición de un periódico local: Ecos de las Mercedes, escrito en español, en italiano y en francés, claro testimonio de la presencia de inmigrantes de esas nacionalidades en Open Door.

En la conclusión de su visita el asilo colonia es mostrado como institución ejemplar, más aún, “Argentina ha trazado la vía a los pueblos de las viejas civilizaciones”. Destaca la dificultad de las evasiones en razón del estado casi desierto de la pampa. Una utopía de tranquilas y dichosas jornadas de trabajo al aire libre en la inmensidad del desierto pampeano, contrapuesto al “azote de la vida razonable”.

La función social

“La usurpación legalizada de los derechos humanos es el peor de los males que se
oculta en el fondo del tejido social.”
Elizabeth Packard

La Ley de Inmigración de 1867 fue insuficiente para lograr la radicación de los inmigrantes en las áreas rurales, salvo excepciones. Una gran proporción de europeos terminaron en las ciudades, Buenos Aires especialmente, haciendo que Argentina tuviera para fines de siglo un 58% de población urbana, tasa superior a la mayoría de los países europeos.

Los problemas sociales no tardaron en aparecer en una ciudad que no estaba preparada para recibirlos. A nivel político los inmigrantes manifestaron su insatisfacción con las promesas incumplidas. La reacción del gobierno fue la sanción en 1902 de la Ley de Residencia, que ordenaba la expulsión inmediata (dando un plazo de tres días) del extranjero que con su accionar político-social-sindical constituyera una amenaza a la seguridad interna del país. Ese era el clima de estigmatización reinante y en apoyo vendría el discurso médico psiquiátrico a validarlo.

En un trabajo estadístico elaborado por los doctores Coni y Meléndez en 1880, decían que la gran cantidad de enfermos psiquiátricos se debía al impacto de la vida moderna y a los vicios que esta conllevaba sobre formas de vida tradicionales, así como una conformación interna propensa a la locura, evidenciada en las “razas inferiores” (Di Liscia, 2002).

El complejo experimento social que se estaba viviendo en Buenos Aires motivó que los psiquiatras identificaran en esa metrópolis caótica al disparador de los fenómenos demenciales.

Convergen así, en el análisis de la locura, relatos que provienen del Estado, los políticos y los profesionales médicos, conformando una apología de la cultura del aislamiento que separaba las resistencias aislándolas, combinando el discurso higienista con la laborterapia, generando en los asilos una suerte de laboratorio donde los internos eran observados, vigilados, constituyendo lo que Foucault define como un microcosmos disciplinario.

La Ley de Residencia (1902) ordenaba la expulsión inmediata del extranjero que ‘constituyera una amenaza a la seguridad interna del país’. Ese era el clima de estigmatización reinante y en apoyo vendría el discurso médico psiquiátrico a validarlo.

 

Una vez más es Roca quien ratifica claramente la función social de los asilos, en ocasión de colocar la piedra fundamental de Open Door: “Hay dos hombres a los cuales no puedo negarles nunca lo que me piden: el general Richieri y el doctor Cabred. ¿Acaso no hay un hilo estratégico que une la creación del servicio militar obligatorio como herramienta de la unidad nacional con la cadena hospitalaria y asilar? En todo caso, inmigrantes e hijos de inmigrantes son los destinatarios de ambas empresas” (Vezzetti, 1985).

Resulta muy difícil resistir la tentación de comparar la época explorada con la actual pero al menos es posible reflexionar cómo un proceso de reforma profunda de la salud mental en el país debe articularse con los debates sobre qué tipo de democracia pretendemos construir para minar las bases ideológicas que aún sobreviven en las culturas políticas, profesionales y populares de una institucionalidad congelada en el tiempo a la que, en ocasiones, por la misma incomprensión de su funcionalidad de origen se sobre respeta. De ser así una mirada histórica puede sumarse a las luchas políticas y argumentales de todos aquellos que pueden pensar esta compleja problemática más allá de sus intereses particulares.

 

· Laura Sacchetti y Mario Rovere ·

Profesora Universitaria de Historia. Docente de Universidad Nacional de las Artes. Docente de Historia de la Salud Argentina y Latinoamericana / Médico pediatra y sanitarista. Dirige la Maestría en Salud Pública de la UNR. Es también el coordinador general de ALAMES.