La única verdad es la realidad
Aún cuando luchemos por cambiar el curso de la historia y generar revoluciones educativas, quienes trabajamos en las universidades somos criaturas más bien rutinarias. El contexto más propicio para la innovación pedagógica y la producción de conocimiento es el de cierta previsibilidad en cuanto a todo lo demás. Así pasamos el verano, planificando nuestras actividades sobre el calendario académico que se había definido a fines del año pasado, disfrutando de las alegrías y esperanzas que acompañaron la asunción del nuevo gobierno, calculando qué podríamos hacer y qué no a pesar de saber que faltaban varios meses para que se discutiese la Ley de Presupuesto 2020. Hasta nuestras incertidumbres eran rutinarias.
De pronto, el virus que le provocaba una infección gastrointestinal a un murciélago en China mutó y, tras pasar por algún pangolín (curioso animal que conocía por alguna perdida vitrina en un museo de ciencias naturales), comenzó a producir un cuadro respiratorio potencialmente mortal en personas. Diez semanas más tarde, había cientos de miles de infectados en todo el planeta, Italia había superado a China en cantidad de casos y muertos, la expansión en EE.UU. era más rápida que en cualquier otro país hasta el extremo de agotarse , la Organización Mundial de la Salud declaraba la pandemia y en la Argentina se estableció por decreto de necesidad y urgencia el aislamiento social preventivo y obligatorio.
Es seguro que esta situación excepcional atravesará de alguna manera las prácticas de quienes nos dedicamos a la formación universitaria de la fuerza laboral en salud pero no necesariamente de manera proporcional al descalabro que ha generado en nuestra vida.
El relato de los párrafos anteriores podría ser el inicio de un relato de ciencia ficción nada original. Desde El Eternauta y su nevada mortal hasta las películas Contagio y Epidemia, el argumento de la normalidad truncada por una peste de instalación más o menos repentina se ha utilizado una y otra vez con resultados dispares. Lo que nos diferencia de los protagonistas de casi todas esas obras es nuestra naturaleza de personajes secundarios, casi extras, que deben seguir con su vida pese a la situación excepcional. En nuestro caso, tenemos una complicación adicional, nada espectacular pero con impacto en una enorme cantidad de personas: la cuarentena comenzó después de apenas haber cumplido una semana de clases.
En pocos días aprendimos mucho a una velocidad inimaginable. Nos descubrimos capaces de hacer cosas que hasta hace pocas semanas considerábamos imposibles o cuya existencia ignorábamos. Aprendimos a vivir en el encierro; a lavarnos las manos; a explicar qué es un coronavirus, cuántos tipos afectan a las personas y qué diferencias hay entre ellos; a enseñar y estudiar en entornos virtuales; a no reenviar cualquier cosa sin antes leerla críticamente. La cantidad de información sobre el SARS-CoV-2 y la enfermedad que produce, COVID-19, crece y cambia a cada momento. Sabemos cada vez más y mejor sobre el virus, el contagio, la prevención y, de un momento a otro, el tratamiento.
Enseñar es recortar, seleccionar y priorizar; es acompañar en la construcción de conocimiento a partir de una lectura previa y sesgada de los contenidos; es aplicar uno o varios métodos que consideramos los más adecuados para otrxs aprendan lo que hemos decidido de la manera que hemos elegido.
Es seguro que esta situación excepcional atravesará de alguna manera las prácticas de quienes nos dedicamos a la formación universitaria de la fuerza laboral en salud pero no necesariamente de manera proporcional al descalabro que ha generado en nuestra vida. Puede limitarse a ser una anécdota curiosa en algún texto de virología, un dato lanzado al pasar en un seminario sobre coronavirus. También puede hipertrofiarse y convertirse en el centro de alguna cursada, llegar a tener una materia propia (“Gestión y abordaje de las pandemias”) y hasta generar algún tipo de curso de posgrado.
Enseñar es recortar, seleccionar y priorizar; es acompañar en la construcción de conocimiento a partir de una lectura previa y sesgada de los contenidos; es aplicar uno o varios métodos que consideramos los más adecuados para otrxs aprendan lo que hemos decidido de la manera que hemos elegido. Es una actividad que nada tiene de objetiva ni de inocente. Sabemos que es imposible e inútil enseñar todo. La pregunta que nos hacemos entonces es la siguiente: ¿Qué de todo lo que estamos aprendiendo podremos enseñar?
La respuesta, por supuesto, no está en la pandemia de COVID-19 sino en lo que, desde antes, queremos enseñar. Si nos interesa enfocarnos en la formación de profesionales con solidez técnica, capacidad crítica y posición reflexiva sobre sus propias prácticas que trabajen en pos de un sistema de salud, un país y un mundo más justos, democráticos e inclusivos, tenemos que rastrear en la pandemia y las reacciones que ha suscitado elementos que nos sean útiles. Exploraremos a continuación apenas tres de ellos.
La salud es la salud internacional
Las relaciones entre países (económicas y bélicas, de coloniaje, de emancipación conjunta) y los flujos de personas (sean migratorios, turísticos o de frontera) son importantes determinantes de la salud individual y colectiva, como lo demuestra la pandemia que estamos viviendo.
Por un lado, saber dónde estuvo recientemente, de qué y con quiénes trabaja la persona que atendemos es un dato clave en la entrevista clínica que en este momento define la conducta a seguir. A su vez, debemos prestar atención al riesgo de que nosotrxs o quienes nos rodean entremos en la inercia de relacionar las características fenotípicas o el lugar de nacimiento con el riesgo de contagio y reproduzcamos conductas racistas disfrazadas de cuidado (hubo ejemplos desastrosos de discriminación a niñas y niños de origen chino en escuelas al principio de la pandemia).
Por otro, podemos interpretar y predecir el curso de expansión de una enfermedad contagiosa conociendo los movimientos habituales de gente, mercancías y servicios. Es interesante que pese a que Wuhan fue señalada, por su importante rol en la red de transportes china, desde novelas de la década de 1980 como potencial fuente de una pandemia, Europa y Estados Unidos tardaron mucho más de lo conveniente en tomar las precauciones necesarias.
La inacción, la duda y la falta de oportunidad producen más contagio y más muertes.
Por último plantearemos un aspecto fundamental a la hora de pensar la enseñanza en salud: la lógica colonial del conocimiento. Está naturalizado que el saber “válido” se produce en el Norte global (EE.UU. y Europa) y circula unidireccionalmente hacia el resto del planeta. Eso hace que las formas y el contenido de la investigación científica puedan funcionar como herramientas para perpetuar la dominación y el rol subordinado de la ciencia del Sur. Esta pandemia, que dejó al desnudo el fracaso de los países centrales para contenerla, abre la posibilidad a un desarrollo surgido de la periferia que puede abarcar desde la investigación básica hasta la producción de nuevos textos de estudio sobre los más diversos temas con una nueva mirada.
Una enorme parte de lo que sucede depende de decisiones
La COVID-19 constituye una refutación trágica de toda posición fatalista. No hay un curso natural e irremediable de los acontecimientos. Durante las últimas semanas fuimos espectadores de la toma de decisiones de los líderes mundiales sobre el mismo asunto con posiciones y resultados muy dispares. Vimos que la inacción, la duda y la falta de oportunidad producen más contagio y más muertes. Pudimos comprobar que quienes optaron por no actuar, o actuar a destiempo también formularon la falsa dicotomía cuidado/economía y optaron por la segunda. Son los mismos que desde que asumieron en sus respectivos cargos de gobierno sostienen posiciones antiestatales, de predominio del mercado sobre los derechos y de defensa de las corporaciones en perjuicio del pueblo trabajador. A su vez, vimos que las medidas tomadas desde una lógica de cuidados y con el Estado como garante de derechos parecen ser las que mejores resultados tienen en términos de salud.
Estudiar historia sirve
Una de las decisiones más trascendentes para entender el presente y
proyectarse al futuro es el modo en que contamos y entendemos el pasado. Además de enseñarnos de los errores para no repetirlos (algo que no suele funcionar demasiado), localizarnos en la historia sirve para explicar de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Podemos tomar, por ejemplo, la epidemia de fiebre amarilla que padeció Buenos Aires en 1871 y compararla con nuestro presente. En aquel entonces, después de la guerra genocida de la triple alianza financiada por la banca inglesa, por priorizar el comercio y los festejos del carnaval se negó el brote hasta que fue demasiado tarde. Las autoridades nacionales y provinciales huyeron de la ciudad, murió aproximadamente un diez por ciento de la población porteña y la asistencia estuvo a cargo de comisiones populares.
Hoy es el Estado el que se pone al frente de la organización de las tareas de cuidado, prevención y tratamiento. Se ubica en una línea histórica que reivindica la salud como un derecho y la justicia social como una meta. Eso nos proyecta hacia el futuro con la oportunidad de continuar, pasada la pandemia, construyendo un sistema de salud nacional e integrado. Nos toca pensar qué y cómo incorporaremos la perspectiva internacional, política e histórica a la enseñanza en salud para aportar desde nuestro puesto a esa construcción.
· Leonel Tesler ·
Médico especialista en psiquiatría infanto-juvenil. Presidente de Fundación Soberanía Sanitaria y Director del Departamento de Ciencias de la Salud y el Deporte de la Universidad Nacional de José C. Paz.