¿ Por qué “domiciliada”?
El antropólogo Rodolfo Kusch explica muchas de las dificultades y fracasos de las intervenciones profesionales en América Latina, diciendo que parecen “turistas en su propia casa”. Posicionados por arriba y afuera de los saberes y modos de vivir de la población, quienes intervienen terminan priorizando verdades universales para pensar problemas locales, y se vuelven fácilmente operadores de ideas dominantes en lugar de productores de saberes que respondan a las necesidades de las mayorías.
Los mapas de las estadísticas sobre calidad de vida en nuestro país- seguramente igual a otros- tales como acceso al agua potable, desnutrición o mortalidad infantil evitable, abandono escolar, nivel de ingresos etc., muestran que las regiones con peores indicadores son las mismas desde hace décadas. Podrán mejorar promedios, pero los extremos en la relación de desigualdad, afectan a los mismos grupos sociales. La pobreza estructural, esa que se repite de generación en generación, evidencia el fracaso de la mayoría de las políticas públicas y de los recursos invertidos para resolverla.
Quienes intervienen priorizando verdades universales para pensar problemas locales, se vuelven fácilmente operadores de ideas dominantes.
Décadas de trabajo en los márgenes sociales e institucionales en una de las regiones con mayor pobreza de nuestro país, utilizando dispositivos de evaluación, análisis crítico y sistematización de las propias prácticas socio-sanitarias, nos han permitido fundamentar hipótesis sobre las carencias en la formación profesional e intervenciones institucionales que inciden en dicho fracaso. Tomando la expresión Kusch, planteamos la necesidad de una “ciencia domiciliada” para responder mejor a los problemas mayoritarios, particularmente los que derivan de la pobreza.
Fundamentamos como problema central una distancia entre los modos de habitar y entender el mundo -culturas y seguridades- de quienes han pasado muchos años en los sistemas de educación formal, y aquellos propios a la mayoría de la población que conoce, valora y resuelve sus problemas por otros caminos. Recurriendo a la metodología de los modelos ideales -a fin de superar contradicciones entre discursos y prácticas- propusimos un modelo “académico” y otro “domiciliado” para relacionar y analizar las prácticas de intervención desde un enfoque de derechos multiculturales. Desde hechos empíricos observables proponemos variables de objetivos, procesos y posicionamientos ante los otros, ante el conocimiento, roles, actividades prioritarias e inclusive diferentes éticas profesionales. Advertimos que las construcciones teóricas son provisorias y no anulan la capacidad de transformación de los sujetos que, más allá de las estructuras o condiciones en que se formaron, pueden sostener prácticas de uno u otro paradigma.
Defendemos la importancia de una ciencia domiciliada presumiendo que todo ocurre como si la reproducción de la pobreza estuviera acompañada por una relación desigual entre culturas académicas y culturas populares, donde los grupos con menor poder sobreviven hace siglos ocultando sus preferencias. Como sucede en otras divisiones del hacer humano (edad, género, tipo de trabajo o conocimiento, grupos sociales, etc.) estas culturas carecen de condiciones de igualdad esencial para intercambiar, expresar y confrontar con quienes deciden.
¿A qué tensión nos referimos?
Es común escuchar a profesionales que adjudican el fracaso de sus intervenciones a un conflicto entre ciencia y creencias, proponiendo acciones educativas para cambiar la información y hábitos de la gente. Al considerarse referentes de la ciencia, invisibilizan su propia culturay desconocen una tensión que existe entre la cultura minoritaria oficial y hegemónica, que se considera “verdad a enseñar”, y las múltiples culturas populares de la mayoría de la población consideradas “ignorancia que hay que erradicar”.
La historia de nuestro continente está signada por la dualidad y contradicción de modos de vivir como polos opuestos, un adentro y afuera de nosotros mismos:culturas domiciliadas y otra con pretensiones universalistas que carece de centro y prefiere la violencia para imponer sus criterios. Una historia con dos modos posibles de caminarla: por arriba y por abajo, diferencia cualitativa entre lo que se juzga como deseable o indeseable, drama entre llegar a “ser alguien” o “estar siendo”.
Kusch nos ayuda a explicarlas cuando distingue, por un lado, el pensamiento occidental construido analítica y conceptualmente sobre un “patio de objetos”, que plantea un modo unívoco de transitarlo y llegar a “ser alguien” dentro de una cultura hegemónica llamada civilización, con predominio de una racionalidad científica y técnica sistemática carente de suelo. Donde “ser alguien” aumenta el desarraigo porque exige asumir valores ajenos; donde las personas dicen mucho y aunque hablen todo el día, han perdido el habla. Donde el sujeto que afecta y modifica su ámbito de acción encuentra las causas de los fenómenos y las soluciones en el afuera. Donde el pensamiento prioriza lo cognitivo sobre lo ético y el saber exterior de las cosas porque necesita dominar el mundo, desalojar los miedos en un hábitat urbano poblado de objetos y ordenado por el rigor del consumo.
Por otro lado, está el “estar siendo” latinoamericano, sembrado de indigencia, dioses, manosantas y rituales, que transita desde mucho antes y por debajo. Posee un fuerte sentido de casa, del estar nomás. Pensamiento seminal más que causal, considerado por las ciencias como arcaico, porque no gira sobre la objetividad sino sobre los símbolos, especialmente sobre el arte, desde el cual se generan sentidos y formas para cambiar realidades dadas. Que busca comprender más que entender, desde abajo hacia arriba, reconstruyendo genéticamente la unidad de los sentidos de la cultura como zona previa o anterior a toda conceptualización. Pensamiento que contempla el mundo como centro germinativo, no como fuerza exterior autónoma; que abona un saber del crecimiento y de la relación, no del progreso. Que conoce un modo de habitarlo donde los miedos subsisten más allá de las explicaciones científicas, que busca resistir, no vencer al miedo y donde la religiosidad entendida como “re-ligar” relaciones, con la naturaleza, con los otros y con seres superiores, cobija y ampara.
Desde sus inicios la ciencia moderna buscó distinguirse de todo conocimiento no científico o irracional, especialmente del sentido común y de las llamadas humanidades (estudios históricos, jurídicos, filosóficos o teológicos). Los años vividos en comunidades alejadas geográfica y socialmente de ámbitos universitarios, fueron consolidando una postura crítica hacia la ciencia que nos enseña, constatando que, en tanto construcción de la verdad sobre lo social, ha formado parte de las estrategias de producción y reproducción de un norte colonial. Sin renunciar a sus aportes aprendimos a cuestionar su pretendida legitimidad universal para explicar o comprender realidades diversas, como el aceptar la promesa de que el progreso inevitable haría accesible sus beneficios y mejoraría la vida de la gente.
Situar la reflexión por fuera de espacios académicos con poblaciones que no pasaron por ellos permitió evidenciar los límites del sistema. Desde los márgenes reflexionar críticamente llevó a transgredir la lógica académica dominante en los profesionales y tratar de ejercer el verdadero oficio de científico, ese que empieza por cuestionarse a uno mismo, incluyendo la propia concepción de ciencia. El problema era encontrar una ciencia que resolviera problemas cotidianos junto a quienes los sufren, donde sus avances no produzcan muerte. Una ciencia no atada a la lógica del mercado, que pueda ser accesible a todos y que reconozca con igual valor a los saberes del sentido común que sirven para vivir solidariamente.
En tierras latinoamericanas, el “estar siendo” es un modo de habitarlas anterior y diferente a la racionalidad capitalista que ha impuesto y encerrado a todos en la ideología de la sociedad de mercado, en la legitimidad jurídica de la democracia formal y en el formalismo abstracto de la ciencia occidental. “Estar siendo” está mejor expresado por la “epistemología del sur” que propone una ciencia emancipadora del buen vivir, una ecología de saberes y como metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo se pregunta: “¿el progreso de artes y ciencias contribuyen a mejorar nuestras costumbres y modos de vida? ¿Cuál es la razón para sustituir el conocimiento vulgar que compartimos con otros, por el conocimiento científico, producido por pocos y accesible a pocos?”.
El problema: los diferenciales de poder no reconocidos
Las teorías actuales sobre el conocimiento demuestran claras rupturas y controversias con la ciencia de la modernidad. Pero los cambios en las teorías no siempre se trasladan a las prácticas. No es lo mismo saber, pensar y teorizar sobre una determinada realidad, que transitarlas con el cuerpo. Todo ocurre como si las prácticas académicas continuarán su convenio con una ciencia única y superior que se manifiesta en cómo conciben el saber, su relación con la sociedad, sus métodos y objetos de investigación, los criterios para seleccionar y legitimar docentes etc. En síntesis, el control simbólico sigue estando en una forma hegemónica de decidir, producir, reproducir y distribuir conocimientos.
Lejos del asedio que mira al pueblo desde afuera forzándolo a entrar en las propias categorías, la vida se resiste a ser abarcada únicamente por el pensamiento reductivo y objetivante. En el subsuelo de América siguen vigentes corrientes de comprensión, cargadas de vitalidad, incorporación de acuerdos que operan en las decisiones colectivas y que necesitan ser explicitadas para saber de nosotros. Lejos de la ciencia oficial siguen viviendo las mayorías latinoamericanas. La realidad cotidiana en la que transitan, sufren y gozan sus integrantes tiene una complejidad que las ciencias no logran alcanzar, así como modos de hacer y resolver problemas que no logran incorporar.
Reconocen la diversidad pero no siempre cuestionan la positividad de lo propio. Profesionales e instituciones tienen dificultad para visibilizarse como parte del poder simbólico que se ejerce en nombre de verdades laicas: lo mejor o más avanzado, el progresismo, inclusive en nombre de los derechos humanos como productos culturales de occidente, o sea como derechos individuales.
Las intervenciones, leyes o decisiones legitimadas desde valores e ideas consideradas superiores, deben contar con dispositivos que faciliten su cuestionamiento o modificación por aquellos que son afectados por las mismas, aunque suscriban a creencias no compartidas; si no hay posibilidades de intercambios, confrontación y acuerdos que los incluyan, la interculturalidad es meramente declarativa.
Profesionales e instituciones tienen dificultad para visibilizarse como parte del poder simbólico que se ejerce en nombre de verdades laicas.
“En espacios de aparente integración, subsistían subjetividades jerarquizadas y no dispuestas a expresarse o a confrontar con otros considerados superiores… Las instituciones que no han sido cuestionadas siempre serán ajenas, tal como lo refiere la experiencia donde la población financia y sostiene un servicio que ignora su manera de entender la salud, servicio que simplemente deja de usar cuando no responde a sus expectativas.”
La conformidad no siempre implica aceptación autónoma. Silencios o aparentes acuerdos, suelen ser formas de resistencias para seguir viviendo de quienes se sienten incapaces de transformar lo dado. Los grupos con menor poder en toda división del hacer humano aprendieron a ocultar sus preferencias u opiniones para subsistir. Cuando no confrontan podemos pensar erróneamente que aceptan, cuando en realidad sólo eligen en la conciencia de lo posible y alcanzable.
La pobreza como desigualdad evitable es una violencia que afecta a millones como parte de la fisiología y no de la patología del sistema social.
Adherir a una ciencia domiciliada no pasa por empoderar ni cambiar a nadie por mejor idea, valor o proyecto que sostengamos. Requiere una fuerte vigilancia y límites hacia el propio poder y sin renunciar a miradas o análisis propios, debe procurar acompañar procesos asegurando decisiones locales. Busca un compromiso práctico-ético y no sólo teórico-técnico para construir reglas y dispositivos que aseguren a los demás condiciones de igualdad esencial para intercambiar y expresarse sin temor a represalias de cualquier tipo. Especialmente cuestiona a quienes convocan o dirigen las instituciones. Lo que llamamos “participación cuestionante” como categoría central de los DDHH multiculturales, solo constatable en las instituciones donde quienes las conducen o habitan, promueven y aceptan críticas hacia ellos.
Los mejores conocimientos y acciones pueden producir y reproducir violencias. Aquellas más graves que las domésticas que tanto impactan y los medios no tienen problemas en divulgar. La pobreza como desigualdad evitable es una violencia que afecta a millones como parte de la fisiología y no de la patología del sistema social. Esa que se reproduce de una generación a otra interpela nuestra identidad, saberes, valores, nuestra ética personal y profesional como integrantes de la sociedad. Desafía nuestra responsabilidad de preguntarnos críticamente sobre lo que pensamos y hacemos, tanto por callar o impedir la libertad de otros, como por renunciar a las responsabilidades que tenemos para que los demás tengan libertad.
· Alicia Torres ·
Licenciada en Psicología, Especialista en Administración Sanitaria y Magister Políticas Sociales. Trabajó más de 30 años con programas de promoción social en comunidades rurales de las provincias de Jujuy y Salta. Actualmente integrante de la Defensoría Ciudadana por el Derecho a la Salud de Alta Gracia, Córdoba.