A veces se escribe para contar una historia. Otras veces, para compartir algunas ideas. Para algunos la escritura puede ser una forma de canalizar sentimientos. Este artículo podría ubicarse entre estos dos últimos. Parte de estar viviendo con dolor nuestra realidad actual. Por saber que podría ser distinto, que podríamos estar en una situación mejor y que una multiplicidad de factores habilita a pensar que la mayoría de los argentinos podría estar en una situación de progreso y no lo contrario.
Considero que los resultados de las elecciones nacionales de noviembre de 2015 marcaron el inicio de un período en el que, como en otras etapas previas a 2003, la mayoría de nuestro pueblo pierde. Por ello entiendo que el resultado de las elecciones nacionales de 2015 fue desfavorable, y es desde esa idea que escribo.
Sin embargo, la intención no es detenerme en un relato que busque empatía con quienes entendemos que el timón debe volver a dar una vuelta. Por el contrario, considero que es necesario analizar elementos previos a esa elección. También la continuidad de estos en la actualidad, haciendo foco en algunas variables que aporten a la comprensión de cómo se venía pensando y entendiendo el modelo de país que se llevaba adelante.
¿Por qué frente a la contundencia de la caída de prácticamente todas las variables económicas (con sus consecuencias en el tejido social), el endeudamiento atroz y lo que eso implica a futuro y la persecución política en un país con un pasado oscuro reciente, el gobierno actual mantiene una base de apoyo significativa? En términos generales, se intenta hacer un análisis centrado en la población votante sobre la relación entre subjetividad y política entendiendo que el significado, los alcances y la valoración de esta última son determinantes para la confección de la idea que se tiene sobre las propuestas de modelo para un país.
El análisis parte de ubicar la relación de la política con las subjetividades que se producen y reproducen en un sistema capitalista. Si bien el concepto de subjetividad es protagonista de un vasto estudio y complejización en diversos campos de las ciencias sociales, para que el presente análisis tenga resultado se dirá que: la subjetividad hace referencia a los pensamientos, sentimientos y percepciones de cada uno que se dan en una cultura, contexto y momento histórico dado y van construyendo la mirada con la que se interpreta y decodifica lo que a uno le ocurre y lo que pasa a su alrededor.
Lo que se observa es una tendencia a la exclusión del otro: el otro como un invasor cuyo beneficio me perjudica, que está ahí para sacarme lo mío: el otro como un ajeno. Eso ha generado el sistema capitalista neoliberal: profundizar la distancia con el otro.
Al analizar las subjetividades en el contexto de un sistema capitalista neoliberal, lo que se observa es una tendencia a la exclusión del otro: el otro como un invasor cuyo beneficio me perjudica, que está ahí para sacarme lo mío: el otro como un ajeno. Eso ha generado este sistema: una profundización de la distancia con el otro. Por ende, la posibilidad de que me puedan quitar lo propio me mantiene en alerta. Allí opera el miedo, el temor a otro que está ahí para sacarme lo mío. Si esto es así, lo que doy lo pierdo, no hay razones para que vuelva. Si dar es solo perder, la solidaridad es una mera entelequia: ser solidario solo puede ser análogo a hacer caridad. La política puede funcionar como un instrumento que en última instancia resulte funcional a esta idea en que lo mío es solo mío, negando la existencia de un nuestro o puede utilizarse en la dirección opuesta: trazar puentes. Y según esto, podríamos ubicar dos lógicas de Estado que entraron en disputa en las últimas elecciones nacionales: un Estado cuyas políticas reproducen relaciones de exclusión y un Estado que buscaba potenciar y a su vez retroalimentarse de la solidaridad entre las personas. Si pensamos en este último (al que podríamos describir como solidario, atento a la garantía de derechos, de base popular), podríamos definir que tiene características de entrometido. No es ajeno, le pide algo a cada uno: que tenga en cuenta que hay otro. Busca representar a todos y que se lo visibilice como instrumento de representación y, para ir en esa dirección, requiere que las personas piensen, actúen y entiendan de una determinada manera. Funciona en la medida que cada vez hay más personas que al mirar al otro no se miren a sí mismos. O sea, requiere de una responsabilización y apropiación de aquello que las subjetividades de época descriptas ya definieron como ajeno. Es un pensamiento de Estado que va en contramano de esas subjetividades, lo que implica que el modelo de Estado que teníamos, “me estaba imponiendo lo que no quiero, algo que no tiene que ver conmigo”. Entonces no se trata de que me beneficie económicamente con esas políticas, ni que en realidad estas sí tengan que ver conmigo; lo que prevalece es que me hablan en un idioma y sobre cuestiones que no quiero y no entiendo. Y así me violentan. Podría resultar paradójico, pero según este recorrido no parece tan contradictorio que me hablan de solidaridad y aun así se me vuelva violento.
Los medios de comunicación hegemónicos buscan continuamente denostar el significado de la política, desestimando la posibilidad de que tenga fines transformadores.
En cambio un gobierno religioso de la ortodoxia económica, defensor a ultranza de las políticas neoliberales y las instituciones que las fomentan, un gobierno cuya base es enriquecer al sector privado, no me pide nada de eso. Me deja hablar de política desde afuera, y permite que la política siga siendo tema de otros. No me hace sentir que me imponen nada y por ello pienso que no me piden nada, no me sacan nada. De hecho se define como apolítico (suelen aclarar en todos los órdenes que ellos no hacen política), y sostiene la idea de que la política solo restringe libertades.
Si se logra además asociar a quienes defienden la política como herramienta transformadora con corruptos, la política es entonces una herramienta de violencia que se usa para robar. Así se da otra paradoja en el hecho de que quienes gobernaron con objetivos de restar beneficios extraordinarios a los poderosos, mejorar la distribución e incrementar derechos puede ser pensado y aceptado como un gobierno fascista, en contra del progresismo de los apolíticos que se visten relajados; para cierto sector, aquellos que se visten como uno. La política es una herramienta de los violentos, en cambio, los individuos apolíticos, de rostros bellos y de recorridos amplios en el sector empresarial privado son pacíficos e idóneos. Y lo empresarial privado no es menor, porque si se hace esa operatoria de ligar al Estado solo con el subsector público, las instituciones públicas son los lugares de la política, de lo que no funciona, donde se roba y hay violencia. Será entonces lo privado aquello que funcione, sea serio y bello.
La importancia de este análisis radica en que de esta forma se naturaliza el proceso por el cual progresivamente todos los recursos de gestión estatal se van volcando hacia el sector privado. De más está aclarar que en esos movimientos pierden las mayorías. Así se puede comprender como esa distorsión del sentido de la política en la que adquiere una valoración negativa termina beneficiando el circuito de concentración de riqueza en unos pocos.
Es claro que los medios de comunicación hegemónicos, aliados o protagonistas de grupos concentrados de poder, son el instrumento por excelencia para impulsar el circuito descripto. Estos buscan continuamente denostar el significado de la política, dar la imagen de aquellos políticos que no representan los mismos intereses que sus dueños, de individuos que solo buscan beneficios personales, desestimando la posibilidad de que tengan fines transformadores. Paralelamente, buscan dar una imagen de la política como escenario de enfrentamientos personales, asimilándola a un mero show mediático, y ubicándola siempre como instrumento de otros. En este punto resulta interesante resaltar que ese discurso es coherente con el pensamiento de quienes integran los grupos concentrados. Quienes están enceguecidos con el enriquecimiento personal no piensan en el interés de los otros, menos aún en el de las mayorías. Así, tiene sentido pensar que el discurso es coherente con su forma de entender el mundo, en general, y la política, en particular.
El problema se ubica en aquella mayoría que no obtiene ningún beneficio de estos grupos (sino todo lo contrario: es la concentración de poder de estos grupos la que le resta beneficios a las mayorías), pero igual reproducen y apoyan sus discursos. Y es que sobre aquella subjetividad descripta anteriormente, en la cual la política se entiende como herramienta de los violentos y corruptos, una imagen que le ponga cara a esa violencia, una historia que le sume protagonistas a los que roban con la política, va a encontrar dónde hacer pie. Quienes encontraron afinidad en aquel discurso mediático son los que no lograron entender que el modelo de la última década tomaba en consideración a la totalidad de los argentinos: que ello debía ir de la mano del crecimiento de una región; y que el instrumento para que esto sea posible es la política.
Estos grupos concentrados, con los grandes medios de comunicación como aliados, siempre han sabido preparar el terreno y capitalizarlo. Y por ello no hay dudas que no alcanza con ubicar a esos grupos que se oponen a un gobierno de base popular, sino que es necesario vislumbrar los contenidos de la disputa. No se trata de visibilizar bandos para que la gente se ubique de uno u otro lado, sino analizar esos discursos: cómo operan, quiénes y cómo se benefician con ellos y, en definitiva, desarrollar estrategias discursivas que incidan sobre los sentidos y significados de estos, a fin de que no sean traccionados para los intereses de unos pocos y que puedan ser apropiados en el sentido que le resulte favorable a cada uno. Se trata de lograr otra identificación con lo político que permita, en última instancia, mostrar la contradicción y/o lo absurdo de un discurso cuyo texto literal es “vamos a mejorar porque nos merecemos mejorar”. Se trata de no dejar en malas manos la herramienta de transformación por excelencia que es la política.
En la filosofía oriental se explica el pasaje por esta vida como la adquisición de experiencia para lo que viene. Podría pensarse, en términos menos trascendentales, que lo que nos está ocurriendo fue necesario para aprender. Me incluyo entre quienes tienen la esperanza de recuperar la senda sin que sea necesario pasar por estos períodos que causan tanto sufrimiento a nuestro pueblo. Aquella senda que nos llevó a la Plaza el 9 de diciembre y nos mostró a todos lo que estuvimos (quien estuvo ahí seguramente coincidirá) que ese es el mejor camino para la mayoría de los argentinos.
· Gabriel Hagman ·
Médico egresado de la UBA, especialista en psiquiatría, y docente en esa universidad. Se desempeñó como instructor y como jefe de residentes en el Hospital Ramos Mejía. Hace más de diez años que desarrolla su práctica en el subsector público y ha participado en la gestión de diversos dispositivos asistenciales.