Los despidos y la salud

FOTOGRAFÍA: ESTANISLAO SANTOS

  • Twitter
  • Facebook

El capitalismo salvaje corre al hombre y a la mujer del centro de la escena social y los ubica como meros engranajes de un sistema que eleva la productividad por sobre cualquier otro valor. En este texto, Jorge Rachid reflexiona sobre el impacto que tiene en la salud y encumbra al enfoque humanista como única respuesta.

La vieja definición de la Organización Mundial de la Salud: “la salud es el perfecto estado de equilibrio físico, psíquico y social” ha quedado reducida en la Historia, frente a los nuevos-viejos elementos aportados desde las Ciencias Sociales a la llamada Epidemiología Crítica. Esta disciplina reivindica el concepto de Ramón Carrillo, pionero en la Medicina Social en el mundo, que planteaba: “las bacterias y los virus son pobres causas de enfermedades, al lado de la pobreza, la miseria y la exclusión social”, dando vida a esa lucha permanente entablada entre la salud y la enfermedad, batalla de trato diario y continuo, según la exacta definición del maestro Floreal Ferrara.

Los condicionantes externos al sector salud inciden directamente sobre los perfiles epidemiológicos, que en cada etapa de la vida de los pueblos van afectando al conjunto social. Esos condicionantes que pueden ser desde las guerras a las epidemias, desde los terremotos a los procesos económicos, desde los desastres naturales a los procesos de ajuste neoliberales, son los que terminan provocando, en conjunción de factores, desequilibrios sanitarios, como los ocurridos en la década de los ‘90 o antes en la dictadura militar, con enfermedades invalidantes disparadas en los meses posteriores a los despidos masivos o muertes súbitas, sin antecedentes cardiovasculares, en personas de mediana edad.

Estas circunstancias se producen por la ruptura de los proyectos de vida, la pérdida del rol social, la falta de cumplimiento de mandatos establecidos (en especial los familiares), el desamparo social, la incertidumbre cotidiana, la soledad y falta de contención afectiva de amigos y compañeros de trabajo, que hasta ayer constituían “su mundo”. Como vemos, ante un despido una persona sufre mucho más que el recurso económico: es prácticamente una exclusión y una pérdida identitaria en el marco social en el cual se desarrollaba el nuevo desempleado.

En la invalidez hemos observado en la década de los ‘90 una irrupción importante de enfermedades de las llamadas “raras”, aquellas que estudiamos en los libros, pero de difícil visualización cotidiana en el ambiente hospitalario. Además, en esa década hemos comprobado epidemiológicamente que sobre 2000 casos de invalidez, casi en el 37% de los inválidos la enfermedad se había disparado en los meses posteriores al despido. Pienso y hemos discutido con los colegas que tal situación provoca una disminución severa del sistema inmunológico, por inmunodepresión, difícil de valorar por el método científico, pero de indudable constatación en la realidad fáctica.

El ser humano, como conjunto sistémico, absorbe el conjunto de los elementos que construyen su realidad cotidiana. Son estos los condicionantes de su estado sanitario, en donde el Estado cumple un rol central en la contención de situaciones límites, como lo observamos con nitidez en los casos de catástrofes naturales que afectan emocionalmente a los pueblos, pero que pasan sin esta impronta cuando afectan masivamente a miles y miles de familias que entran en situación de desamparo social por el despido.

Sin dudas, estos escenarios sociales y laborales traerán como consecuencia nuevos escenarios sanitarios, nuevas cargas a la seguridad social, nuevas bajas en la población económi camente activa, pero en estos casos, por cuestiones de salud que los excluyen del sistema.

Los despidos, tomados simplemente como elementos de producción, de variable económica, como máquina que se descarta, como bien que se usa y se deja, que ni siquiera se justifica socialmente, sino que se acepta como “regla lógica del juego capitalista”, son sin dudarlo uno de los elementos más deshumanizantes del mundo moderno. El hombre ha quedado sepultado por una estructura de pensamiento lineal en lo material que lo margina de la proyección del modelo de construcción social. Esta situación reduce los conceptos de Justicia Social y Estado de Bienestar, inaugurados en los albores del siglo XX, cuando la Revolución Industrial de eje productivo necesitaba que la inversión puesta en conocimientos del obrero fuese anclada en su empresa, bajo condiciones de confort y seguridad, evitando su cooptación por la competencia. En este mundo dominado por la producción de riquezas, sin trabajo y víctima de la especulación financiera, el ser humano ha sido transformado en una pieza más de las variables económicas, se ha perdido como eje “homocéntrico” de construcción social.

Por el contrario, una propuesta “homocéntrica” descarta el financiamiento como eje central de la planificación estratégica. El peronismo, la forma política en la cual se materializó esta posición, promueve desde sus inicios la construcción social que privilegia al hombre concreto, real, de carne y hueso, en un sistema social solidario. En este sistema contiene los afectos societarios necesarios para sentirse parte de un destino común como pueblo. Contra esto se alzan las teorías macroeconómicas, liberales y salvajes del anarco-capitalismo, con su expresión más vil que son los Fondos Buitre, que derivan en que el 1% de la población mundial maneja en términos económicos lo mismo que el 80% más humilde, pobre e indigente.

Desde el punto de vista sanitario, sepan los actuales gobernantes, teledirigidos por usinas neoliberales descarnadas, que ese escenario, esa lógica, esa construcción del pensamiento, es contraria a la humanización de la política que proponemos desde el peronismo.

Este enfoque humanista es uno de los elementos más importantes para la consolidación del paradigma de la preservación de la salud como eje sanitario y es nuestra barrera ante las propuestas neoliberales de medicalización, tecnología y cronificación de las enfermedades. Este escenario construido por el neoliberalismo brinda lucro desmedido y consolida el capitalismo salvaje. Franciso, el Papa argentino, tiene una visión latinoamericana de la situación social del mundo, centrada en el hombre, cercana a las que proponemos los peronistas de humanización de la política.

Por todo esto, la aceptación pasiva de los despidos masivos es una claudicación doctrinaria e ideológica insostenible en términos de justicia social, nuestra bandera más preciada de ampliación de derechos.

 

· Jorge Rachid ·

Es médico del trabajo, especialista en Seguridad Social. Profesor titular en Ciencias Sociales y profesor adjunto de Medicina del trabajo en la UNLZ.

Dejá un comentario

Tu email no será publicado.