La pandemia, entre la salud y la economía

FOTOGRAFÍA: AYLÉN GALIOTTI

  • Twitter
  • Facebook

Liderazgo político fuerte, decisiones basadas en la epidemiología y reconstrucción del tejido social son la clave para dar una respuesta adecuada. No existe conflicto entre salud y economía con un Estado nacional y popular que atienda la emergencia, protegiendo los intereses de los sectores más humildes y excluidos socialmente, aún en detrimento transitorio de la actividad económica.

Los procesos de crisis se gestionan desde Estados soberanos o desde países dependientes y colonizados. La diferencia estriba en que en el primero de los casos las decisiones político- sanitarias son soberanas y autónomas, de acuerdo a las necesidades epidemiológicas y las pautas culturales de los pueblos, mientras que en el segundo se tienen márgenes de acción acotados a realidades que sujetan su economía o su proceso de decisión política, como ocurrió en los años de neoliberalismo en nuestro país.

La pandemia, sin dudas una crisis mayúscula que pone en tensión todos los músculos del Estado, solo puede recibir respuesta adecuada con un liderazgo político fuerte, con una epidemiología avalada por especialistas infectólogos y sanitaristas que conduzcan el proceso hacia las decisiones políticas que deben adoptarse y una comunidad que las acepte solidariamente para reconstruir su tejido social sobre la base del bien común, que había sido arrasado por el individualismo meritocrático de una cultura brutal e inhumana, el neoliberalismo.

Esos tres ejes configuran la batalla que hoy está librando la Argentina, en una oportunidad única que combina las ventajas de contar con información sobre el virus y su patrón con la garantía del accionar de un gobierno nacional y popular que supo imponer políticas duras, en escenarios no tan dramáticos, pero explicando las características estratégicas de estas decisiones, a la par de mostrar lo que se hizo en otras latitudes, donde el manejo de la información se intentó subsumir al resguardo macroeconómico, desatendiendo a la población y con consecuencias fatales. Eso en nuestro país se está resguardado, colocando a la salud por encima de la economía, que siempre se recupera, pero no así los muertos, que yacen para siempre.

Sin embargo los sectores económicos hegemónicos afectados económicamente por las medidas de cuarentena atacan esta idea por intentar reducir sus daños materiales, exponiendo a la población trabajadora a mayores peligros. Sucede como en las guerras: quienes las declaran y ganan dinero con ellas nunca mandan a sus hijos a los frentes de combate, que son ocupados por los jóvenes patriotas que luchan por causas ajenas. En el caso actual, quienes detentan el poder financiero son capaces de expandir la pandemia en función de sus propios intereses, al margen de la salud pública y los muertos que deja.

Fotografía: Jose Nicolini

Un dilema ético y moral

La conciencia de un pueblo se define en el destino común por cultura, por historia, por oralidad familiar y social; va construyendo las subjetividades que dan forma al ser humano como una identidad no solo individual, sino social y política y por una mirada del mundo, de la vida y de las cosas que suceden, ese conjunto de ideas llamadas ideología. Las preguntas que surgen son: ¿Existe una ideología sanitaria? ¿Forma parte de ese conjunto de ideas la cultura sanitaria de un pueblo? ¿Esa cultura es puesta en duda por políticas nacionales o colonizadoras? La respuesta es sí. Desde el peronismo en adelante, con Ramón Carrillo como abanderado, con los Alvarado, los Ferrara, los Liotta, los Testa y cientos más de sanitaristas y médicos de todas las latitudes del país, desde la Medicina Social del fundador a la Epidemiología Comunitaria o Crítica de hoy, que nos define como enfrentando las determinaciones sociales que afectan la salud, sabemos que la salud es un derecho humano esencial, que es un bien constitucionalmente protegido, que los médicos no somos los dueños de la salud de un pueblo, sino que es la política y el Estado quienes deben preservarla.

Entonces, existe una cultura que hace de la salud pública su bastión principal en los servicios sanitarios, pero también advierte que toda la salud es pública, aunque algún sector pueda ser de gestión privada. Esa sola razón implica que el llamado “mercado” no puede ni debe accionar en el sector salud, ni la industria farmacéutica, ni las nuevas tecnologías pueden reemplazar las políticas oficiales o eludir los sistemas regulatorios de un Estado en democracia plena, que debe proteger a sus habitantes.

Desde la creación del Ministerio de Salud de la Nación hasta la actualidad, la tensión entre transferir las responsabilidades a las provincias o fortalecer un sistema nacional de salud, se dirime según el proyecto político gobernante.

Por lo tanto, no enfrentamos una pandemia desde un abismo, lo hacemos con una conciencia popular compartida que se basa en la solidaridad social y el convencimiento de que la salud pública, o sea el Estado, es quien puede proteger su bien más preciado. Por esa razón no hay conflicto entre salud y economía con un Estado nacional y popular que atienda la emergencia, protegiendo los intereses de los sectores más humildes y excluidos socialmente, aún en detrimento de la actividad económica, que necesariamente debe ser frenada. Si estuviésemos en guerra la situación se agravaría aún más por la destrucción que conllevan los conflictos bélicos, en donde los pueblos no solo sufren desde lo sanitario, sino también con los desplazamientos migrantes y la destrucción de ciudades.

El dilema moral no es tal. Solo se plantea una lucha de intereses entre el bien común y el individual empresarial que, además de intentar burlar la cuarentena determinada por el poder político, lo extorsiona con desabastecimiento y aumento de precios, lo cual impacta directamente sobre la calidad de vida de la población, genera más pobreza y baja las defensas de los organismos subalimentados. No es entonces un dilema, es una canallada de sectores privilegiados que intentan colocar de rehenes al conjunto de la población, con impacto directo a su salud, poniendo en riesgo a la comunidad en su conjunto.

Pero una pandemia no produce una crisis, en todo caso desnuda lo lábil de un sistema basado en el lucro y la especulación, que siempre tiende a debilitar los lazos sociales y utilizar al Estado como coto de caza de sus propios intereses, bajando el llamado “gasto público”, que no es otra cosa que la inversión en salud, educación, seguridad, obras públicas, viviendas y todo aquello que las políticas neoliberales catalogan como “gasto”, imputándolo a pérdidas, al desconocer la importancia social de un pueblo incluido, en el destino de la Patria.

Un nuevo escenario

Al terminar la crisis de la pandemia, la Argentina y el resto de los países, se encontrarán en la tarea de rediseñar estratégicamente el modelo de construcción social y económica que llevarán adelante, al quedar demostrada la fragilidad de los sistemas que hasta ahora dominaban el mundo. Nuestro país enfrenta ese desafío de la mejor manera, por historia y por cultura nacional, que le otorga desde lo sanitario un avance para el día después: el sistema público y los sistemas solidarios de salud saldrán fortalecidos frente a las presiones del mercado de la salud, que intentó por años la destrucción de las instituciones propias de nuestra cultura sanitaria nacional basada en la solidaridad social. Ese intento de transformar los sistemas solidarios en sistemas de lucro deberá quedar enterrado después de la pandemia, como así también la extorsión de la industria farmacéutica en los precios de un bien social como son los medicamentos, y el uso abusivo e inescrupuloso de las tecnologías médicas, como corrupta de remuneración salarial anexa.

El fortalecimiento del Estado como garante de los sistemas sanitarios debería ser el salto cualitativo hacia adelante que nos permita recrear un sistema nacional, que integre a los diferentes subsectores solidarios de la salud, en una planificación estratégica que devuelva a nuestro país, la concepción federal, de igualdad de condiciones al conjunto de los compatriotas en cualquier rincón del país donde el Estado repare las asimetrías propias de nuestra extensión territorial y nuestras culturas integradas, como Patria Grande Latinoamericana.

En definitiva, de las crisis se sale con la oportunidad de construir un nuevo destino, consolidado en una visión estratégica de país, con un pueblo integrado y feliz, con soberanía política y ejercicio pleno de la independencia económica en un marco de Justicia Social. Para ese fin debemos enfrentar los desafíos del presente con la firmeza que otorga ese conjunto de ideas que describíamos al principio, que nos dan frente al mundo una identidad plena, con coraje, determinación y liderazgo expresado hoy en el gobierno que encabezan Alberto Fernández y Cristina Fernández, como comandantes de una batalla épica que hará historia, porque es protagonizada y brindada por el conjunto del pueblo argentino.

· Jorge Rachid ·

Médico sanitarista, especialista en Seguridad Social. Profesor titular en Ciencias Sociales y profesor adjunto de Medicina del trabajo en la UNLZ.

Dejá un comentario

Tu email no será publicado.