INTERCULTURALIDAD Y SALUD

Apuntes sobre fronteras

FOTOGRAFÍA: PAULA LOBARIÑAS

  • Twitter
  • Facebook

La interculturalidad en los sistemas de salud permite romper con las dicotomías que imponen categorías que favorecen o impiden el acceso al sistema. Pero esta interculturalidad debe tener presente que existe una relación de poder para no limitarse a un diálogo entre saberes o a la mera adquisición de competencias culturales. 

La salud pública suele mostrar amplias galerías con retratos de ilustres precursores. Higienistas, epidemiólogos, salubristas. Parece difícil encontrar en esos pioneros indicios de lo que llamamos hoy salud intercultural. La ciencia positivista pretendió establecer fronteras infranqueables entre el conocimiento occidental y los saberes tradicionales; el siglo XIX y buena parte del siglo XX parecen territorios donde toda hipótesis solo podía ser confirmada o refutada a partir de los postulados de la ciencia. Sin embargo, algunos de los hombres allí retratados se atrevieron a escuchar la forma en la que los pueblos originarios explicaban el origen de las enfermedades. Uno de ellos, José Penna, publicó un texto en 1885 sobre la viruela. La mortalidad que provocaba esta enfermedad  en nuestros pueblos originarios era explicada en esos tiempos a partir de los brutales hábitos y las inmorales conductas de los indios, una mezcla de racismo y positivismo que sirvió para justificar, entre otras cosas, el genocidio. En contra de esas corrientes Penna rescató conceptos de pueblos que adjudicaban el origen de las enfermedades al Ayacuá (en guaraní, «diablo pequeño»), todas menos la viruela cuyo origen se debía «a los únicos que realmente se la habían llevado: a sus dominadores». A partir de esta idea revisó datos epidemiológicos del período 1879-1883 aportando información mucho más precisa para comprender las formas de propagación de los brotes. El libro de Penna comienza con una frase: «América inocente, hasta en la historia mórbida Europa te calumnia». Se atrevió a pensar una ciencia propia y fue capaz de dudar de los postulados de una ciencia ajena y europea. 

Este planteo es hoy indispensable, es un componente insustituible de la soberanía sanitaria. Este objetivo tiene sentido cuando el desarrollo y la recuperación de los saberes propios se da sobre la base de la ampliación, la universalización y la garantía de derechos. La igualdad conduce a la homogenización de los grupos sociales y es entonces cuando se hace visible la tensión entre igualdad e identidad. Boaventura de Sousa Santos (1994) exige entonces cumplir con lo que denomina imperativo transcultural: «las personas tienen el derecho a ser iguales cuando la diferencia las haga inferiores, pero también tienen el derecho a ser diferentes cuando la igualdad ponga en peligro la identidad».

La ciencia positivista pretendió establecer fronteras infranqueables entre el conocimiento occidental y los saberes tradicionales; el siglo XIX y buena parte del siglo XX parecen territorios donde toda hipótesis solo podía ser confirmada o refutada a partir de los postulados de la ciencia.

En la década pasada se dictaron muchas leyes que dieron cuenta de la necesidad de  garantizar el derecho a ser diferentes; ellas son la Ley de Migraciones (25.871/2004), la de Identidad de Género (26.743/2012), la de Salud Mental (Ley 26.657/2010), la de Parto Respetado (25.929/2004) o la de los Derechos del/la Paciente (26.529/2009). Los otros adquirieron derechos. En el mismo sentido, la incorporación de la interculturalidad en los sistemas de salud permite romper las dicotomías que suelen ser el origen de categorías que favorecen o impiden la accesibilidad a la atención. Etnia, medicinas, géneros, lenguas, saberes, profesiones, nacionalidades o culturas. Ninguna de estas condiciones son definitivas, todas se elaboran y reelaboran en forma permanente. Una perspectiva histórica de estos procesos los hace visibles y pone en tensión muchos de los conceptos y prácticas en los que se sostiene la biomedicina. Menéndez advierte que el modelo médico hegemónico incluye entre sus características a la a-historicidad, un recurso para mantener a las otras medicinas, y a la determinación social suficientemente lejos de la medicina occidental.

Otras disciplinas describen al campo de la salud como un territorio en el que múltiples actores intentan sostener las fronteras que los protegen. El territorio es un espacio en construcción permanente y su significado puede entenderse mejor si agregamos la cosmovisión de cualquiera de nuestros pueblos originarios. Entonces, la frontera ya no es una barrera sino una oportunidad, un punto de encuentro donde son posibles transacciones, negociaciones y acuerdos.

En esta dirección, la interculturalidad en salud no puede limitarse únicamente a un diálogo entre saberes o a la adquisición de competencias culturales. Debe tener presente que en esos encuentros existen relaciones de poder, y que esos diálogos no se dan en condiciones de simetría y equilibrio. La interculturalidad adquiere su dimensión política: las identidades resultan de condicionamientos hegemónicos pero a la vez son herramientas de disputa y movilización de las comunidades.

No hay recetas entonces para establecer prácticas interculturales en salud. Ese vínculo entre culturas adopta formas diferentes según los contextos históricos y las relaciones de poder que se producen entre diferentes grupos culturales, pero también hacia el interior de los mismos. Advertir estas diferencias requiere de equipos interdisciplinarios pero, básicamente, de la participación de las propias comunidades en el diseño de las políticas sanitarias.

La interculturalidad en salud no puede limitarse únicamente a un diálogo entre saberes o a la adquisición de competencias culturales. Debe tener presente que en esos encuentros existen relaciones de poder, y que esos diálogos no se dan en condiciones de simetría y equilibrio.

La interculturalidad es un potente instrumento para lograr la equidad en la distribución del poder y del saber, pero al mismo tiempo, es necesario recordar con Eduardo Menéndez que ningún programa de interculturalidad puede coexistir con altas tasas de mortalidad y morbilidad en cualquier grupo de población. De igual manera que existe aquel imperativo transcultural de Sousa Santos, el de Menéndez puede considerarse un imperativo sanitario.

Los artículos que siguen indagan en campos, disciplinas y experiencias buscando las piezas con las que construir una interculturalidad que sea capaz de conectar dos derechos: el derecho a la identidad y el derecho a la salud.

· Jorge E. Herce Heubert ·

Es médico generalista, magíster en Salud Pública. Fue secretario de Salud de Gral. Viamonte. Actualmente es docente de la Carrera de Enfermería (ISFDT Nº60 de Los Toldos) y se desempeña en el área de Neonatología del Hospital Piñeyro (Junín) y en el CAPS Juan XXIII (Los Toldos). Es Secretario de la Asociación por la Salud Colectiva (Los Toldos).


Dejá un comentario

Tu email no será publicado.